Retrato de Mario Lavista, pintura de Arnaldo Coen, que recordará al compositor en El Colegio Nacional.
Hijo del lingüista ítalo-mexicano Arrigo Coen y nieto de la soprano duranguense Fanny Anitúa, Arnaldo Coen nos recibe en la Galería 526, en la sede del Seminario de Cultura Mexicana, en la que precisamente se exhibe su exposición per-versiones. Las 24 piezas en gran formato de la muestra se acompañan de un ensayo introductorio de Fernando Fernández del que se tomaron palabras y frases para nombrar cada una de las piezas de la exhibición. Integrante de la Generación de la Ruptura, en la siguiente entrevista Coen recuerda a su buen amigo Mario Lavista, fallecido el año pasado, con quien a lo largo de más de cinco décadas colaboró en diferentes proyectos. Acaba de terminar un encargo personalísimo que le pidió Mario, y que él ha realizado como un reconocimiento póstumo al amigo: el retrato que recordará al compositor en El Colegio Nacional.
Un día, cuando yo tendría 16 o 17 años, mi papá me invitó a visitar la casa de Raúl Lavista, buen amigo suyo y tío de Mario Lavista, de quien entonces yo no sabía nada. En aquella casa conocí a Salvador Elizondo, Ernesto de la Peña, Luis Buñuel, Claudio Arrau… Para mí, encontrarme con esos monstruos, de repente, fue muy impactante. Estaban discutiendo sobre germanística: que si Nietzsche pensaba algo contra Wagner… Mi papá entró a la discusión y se hizo muy amena la plática. Después, Raúl y Claudio pidieron terminar la charla para ponerse a interpretar los temas de los personajes de La valquiria, y que así supiéramos reconocerlos, conforme cada valquiria va apareciendo en escena. Fue muy interesante. Dijo Raúl: “A los que sepan leer música, les doy una partitura; a los que no, les doy un libreto. Pero por favor, que sea sin hacer expresiones que interrumpan las melodías”.
Recuerdo a Raúl frente al gran librero de su casa, tapizado de discos de 78 revoluciones, todo un muro lleno, escogiendo uno de los discos, limpiándolo cuidadosamente y poniéndolo en la tornamesa. Con tanta solemnidad que parecía el momento de la consagración en una misa, oficiando él su culto, con los fieles contemplando la escena en silencio.
Terminamos de oír La valquiria. A mí me había tocado sentarme a la derecha de Salvador Elizondo, y me dijo: “Y tú, ¿qué haces?”. Era gangoso. Yo me quedé muy sorprendido con su pregunta, y no se me ocurrió otra cosa que voltear y decirle: “Pues yo soy pintor”. Así que aquel día, con 16 años, me declaré artista plástico.
Salvador me preguntó entonces: “¿Qué sabes de Paolo Uccello?”. Le contesté: “Es un pintor del Renacimiento temprano y uno de los inventores de la perspectiva”. Entonces me dijo: “Pues yo cuando fui a la National Gallery de Londres y vi La Batalla de San Romano de Paolo Uccello, ahí colgué los pinceles”. Porque decía que, después de eso, no se podía pintar nada más.
Me hice muy amigo de Salvador, y platicábamos mucho de la geometría en Paolo Uccello. Fue muy interesante porque se creó una amistad que duró toda la vida, por lo menos de Salvador. Aunque ya no esté aquí, yo lo sigo admirando mucho.
Felipe Jiménez (FJ): Maestro, ¿y en esa casa conoció usted a Mario Lavista? ¿O fue en París, en los años sesenta?, porque ustedes coincidieron allá entonces, ¿cierto?
Arnaldo Coen (AC): Coincidimos, cierto, porque Raúl, unos nueve años después de que estuve por primera vez en su casa, me dijo que había aparecido un sobrino suyo, que hacía mucho que no sabía de él, y quería presentarnos; me dijo que su sobrino había colaborado con Carlos Chávez en su estudio. Yo por ese entonces no fallaba ni un domingo en casa de Raúl, donde íbamos a oír música. Ahí coincidía también con Paulina, su prima, y Helen, su mujer. Y allí llegó un día Mario Lavista, como se dice, para quedarse, y nos hicimos muy, muy amigos. Coincidió cuando lo conocí, que a él le acababan de dar una beca para ir a estudiar a París, igual que a mí; nos becaron al mismo tiempo, aunque eran diferentes tipos de becas. La suya era de estudio, la mía era una beca de trabajo, de la mitad de tiempo pero del doble de ingreso. Al final me quedé más tiempo del que yo esperaba, pero la verdad es que no vi tanto a Mario entonces. Cuando lo empecé a tratar más fue a su regreso de Japón, y comenzamos a hacer cosas juntos.
En París a quien me encontré fue a otro amigo al que yo admiraba mucho, Julio Estrada. Y por motivos que ignoro Julio y Mario no se trataban. Yo viví en la capital francesa en un departamento donde había residido Octavio Paz; se lo renté a Bona de Mandiargues. Lo que pasó es que cuando llegué a París me consiguieron un cuarto en una casa, de la que me corrieron por bañarme todos los días. Así que me ofrecieron un estudio donde había vivido Paz, y lo tomé.
Rocío Sagaón nos hizo una invitación para hacer lo que se nos ocurriera en el Teatro de la Danza. Así que entre todos formamos un grupo que se llamó Danza Hebdomadaria. Cada semana cambiaba la función, eran variaciones e improvisaciones, lo que ahora se conoce como performances...
En los años setenta, ya en México, es cuando empecé a tratar a Mario más seguido. Nos veíamos en casa de Raúl. Él había fundado un grupo que se llamaba Quanta, con Nicolás Echevarría, Juan Herrejón y Antero Chávez. Se dedicaban a improvisar. Y coincidió que Rocío Sagaón nos hizo una invitación para hacer lo que se nos ocurriera en el Teatro de la Danza del Centro Cultural del Bosque. Así que entre todos formamos otro grupo que se llamó Danza Hebdomadaria. Cada semana cambiaba la función, eran variaciones e improvisaciones, lo que ahora se conoce como performances… Mario hacía la música, yo las escenografías, y, como no había presupuesto, empecé a pintar los cuerpos, directamente, en vez de contar con un vestuario. A los bailarines y bailarinas les gustó mucho la idea, y a mí también me agradaba más usar esos lienzos. Allí estuvieron Pilar Pellicer, Colombia Moya, Luis Miranda, Pilar Urreta, en fin, tuvimos un gran elenco. Mario y yo empezamos entonces a hablar de las coincidencias que existen entre la música y la pintura, y las diferentes disciplinas artísticas.
FJ: Cuando usted recibe el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en 2014, precisamente la justificación de la concesión que da el jurado es por “su obra ligada a la pintura, la investigación del espacio y la música…”.
AC: Sí, nací con la música. Mi abuela fue cantante de ópera, y mi padre, antes de declararse lingüista de tiempo completo, también fue musicólogo. Conocía de música más que su madre porque cuando llegó Debussy, ella decía que la música que no se podía chiflar ya no era música. Claro, ella estaba acostumbrada a Verdi, a Wagner. Tenía una tesitura muy amplia, era desde mezzosoprano hasta contralto. Y eso la distinguió. Fue parte del elenco de La Scala de Milán, por eso mi padre nació allá, hijo de un judío italiano, que murió cuando mi padre era un niño. La madre de mi abuela fue quien la convenció para traer de regreso a mi padre a México. Le interesaba el judaísmo, pero no como clan, porque nunca fue parte de la comunidad; decía que él era un grecorromano judeocristiano.
Fuente: Archivo de Arnaldo Coen.
Imágenes de Mutaciones, obra conjunta de Arnaldo Coen y Mario Lavista.