Bernard Haitink en 2009.Fotografía de Todd Rosenberg.
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Música y ópera

Bernard Haitink: equilibrio y sabiduría en la música

Mario Saavedra analiza el trabajo de perfección y equilibrio del director de orquesta Bernard Haitink (1929-2021), que buscó siempre la razón de ser de la música, sin traicionarla. “Mi aprendizaje ha sido un viaje largo y doloroso, al principio sin ninguna duda, pero he aprendido a tratar a los músicos de orquesta y respetarlos verdaderamente”, expresó Haitink en una memorable clase.


Por Mario Saavedra

El oficio de dirigir es una combinación de

escuchar y mantener la iniciativa. Tienes que

dejar una ventana abierta y, por otro lado,

cerrar una determinada puerta. La verdad es

que es un proceso nada fácil.

B. H.

En el top de las más sobresalientes batutas por más de seis décadas, el notable director holandés Bernard Haitink (Ámsterdam, 1929-Londres, 2021) nació y creció en el seno de una familia apasionada por la buena música. Y si infancia es destino, como escribió Freud, él mismo contaba que su verdadera vocación se le revelaría siendo todavía niño y aficionado a los juegos, cuando sus padres lo llevaron a un concierto navideño que dirigía el ya legendario Willem Mengelberg en el Concertgebouw, la que sería su casa por casi seis lustros.

Primero estudiante de violín, el punto de quiebre en su formación se dio cuando ingresó al Conservatorio de Ámsterdam como alumno de Felix Hupka, figura determinante en su carrera y quien lo introdujo en los secretos de la dirección orquestal. Ya en la actividad profesional, y primero de vuelta a su inicial instrumento en la Orquesta Filarmónica de los Países Bajos, sus estudios de perfeccionamiento con Ferdinand Leitner en la Radio-Unie holandesa le abrieron las puertas para ser nombrado, al principio, segundo director; y dos años después, titular de la Orquesta de la Unión de la Radio Holandesa entre 1957 y 1961.

Ligado a la orquesta del Concertgebouw por casi tres décadas, desde que tuvo la oportunidad de sustituir en un concierto como director invitado al gran Carlo Maria Giulini, y luego de la repentina muerte de su predecesor titular Eduard van Beinum, en sus manos se consolidaron el prestigio y el acervo discográfico –ya en la era de la tecnología digital– de esta noble institución. Haitink estaría al frente de ella entre 1959 y 1988, luego de un breve periodo de transición en que compartió el podio con el egregio Eugen Jochum, arrancando con una muy exitosa gira por Inglaterra que igual allanó el camino para su no menos provechoso vínculo por más de una década con la Orquesta Filarmónica de Londres (entre 1967 y 1979), que recibió de John Pritchard y legó a Georg Solti.

Este fue el periodo de consolidación en la sobresaliente trayectoria de un gran director identificado con la perfección y el equilibrio como signos distintivos de su sobrio pero riguroso trabajo arriba del podio, y él siempre reconoció la ascendente impronta del gran maestro alemán que generosamente le había enseñado pormenores de la profesión, facilitándole así su arribo a la institución musical holandesa de mayor tradición. Jochum fue su guía, quien con paciencia contribuyó a madurar su propia escuela asentada en la solidez y un respeto irrestricto al compositor y a su obra, que, acostumbraba decir, son la razón de ser de la música, pues el director y los músicos que lo acompañan sólo se limitan a contribuir a su trascendencia para con el público, y su oficio sólo puede justificarse si rinde culto a una partitura tal y como la concibió su creador. Quien traiciona a un autor y su obra, sólo respondiendo a su vanidad, decía Jochum, y así lo entendía también su discípulo indirecto, no rinde verdadero tributo a la música y se estanca en la parafernalia simuladora. Bien escribió Rodney Friend, antiguo concertino de la Filarmónica de Londres, refiriéndose al gran maestro holandés: “Seriedad en el concepto, exactitud en la ejecución, y un sonido orquestal grande pero controlado”, rasgos que bien acaban de delinear su personalidad arriba del podio.

Quien traiciona a un autor y su obra, sólo respondiendo a su vanidad, decía Jochum, y así lo entendía también su discípulo indirecto, no rinde verdadero tributo a la música y se estanca en la parafernalia simuladora.

El Concertgebouw y Bernard Haitink unieron sus trayectorias en la segunda mitad del siglo XX. El 24 de marzo de 1960, el gran director holandés tomó la batuta por primera vez con la orquesta que lo consagraría y a la que otorgaría un primerísimo nivel. Fotografía de BNA Photographic. Colección Archivos Nacionales de los Países Bajos, La Haya.
Bernard Haitink dirigiendo a la Orquesta Sinfónica de Boston en 2009, durante la interpretación de la Sinfonía n.º 1 de Brahms, en Boston. Fotografía de Steven Senne.

Director musical del no menos tradicional Festival de Glyndebourne, entre 1978 y 1988, coincidiendo con el cierre de su último periodo, cuando el Concertgebouw atravesaba graves problemas financieros y contractuales, que sólo su autoridad moral y su prestigio consiguieron amainar, sus nuevas responsabilidades como director musical del Covent Garden de Londres –que le heredó Sir Colin Davis– lo llevaron por fin a dimitir de la institución musical holandesa con la cual más se le vincula. Su propuesta de permanecer como director honorario por cuanto para él representaba, no fue del agrado de los administrativos –ya comprometidos con Riccardo Chailly– de una orquesta que había conocido su mayor periodo de esplendor y de proyección internacional bajo la guía de quien había comprobado, además, ser un excelente y visionario promotor.

Haitink se despidió con una larga y emotiva ovación tanto al inicio como al cierre del concierto; confesaría después que representó uno de los momentos más conmovedores a lo largo de su triunfal carrera.

 

Institución de sus amores, Haitink lograría finalmente prolongar su estancia al frente de la Orquesta del Concertgebouw hasta la gala para celebrar su centenario el 11 de abril de 1988 con una imponente versión de la Octava sinfonía –también conocida como Sinfonía de los mil– de Gustav Mahler, uno de sus músicos predilectos y de cabecera. Tras un escándalo mediático ocasionado por las erráticas formas como se había manejado su retiro, Haitink se despidió con una larga y emotiva ovación tanto al inicio como al cierre del concierto; confesaría después que representó uno de los momentos más conmovedores a lo largo de su triunfal carrera, pues había terminado saliendo por la puerta grande, como era justo, después de casi tres décadas de un matrimonio mayormente feliz y exitoso para ambas partes.

Un auténtico holandés errante desde su salida del Concertgebouw, la estancia de Bernard Haitink al frente del Covent Garden se extendería hasta el 2002, y yo mismo tuve la gran fortuna de ser testigo, como lo relato en un libro sobre el notable polígrafo Rafael Solana con quien compartí esta gozosa experiencia operística, del arranque de una memorable nueva gran producción de El anillo del nibelungode Richard Wagner; comprobamos una gloriosa función de su prólogo, El oro del Rin, por cierto durante un año (1991) de enorme actividad musical y operística por el bicentenario luctuoso de Mozart. En esta fantástica etapa de su brillante carrera, Haitink corroboró su no menos sensible gran olfato escénico, con el mismo Mozart, el Beethoven de Fidelio, Richard Strauss, Debussy, Bartók, Prokófiev, y por supuesto buena parte del amplio y complejo catálogo wagneriano.

Tras la muy sensible e inesperada muerte de Giuseppe Sinopoli en el 2001, y tras su retiro del Covent Garden, Haitink fue contratado como director titular de la Orquesta Estatal Sajona de Dresde, si bien su estancia allí fue sólo de dos temporadas por discrepancias con el intendente Gerd Uecker. Ya sin un puesto de fijo, aprovecharía los años siguientes para por fin visitar, como director invitado de renombre, las más importantes instituciones orquestales del mundo, como la Filarmónica de Berlín, de la cual fue nombrado “miembro honorario”, y a la que regresaba año con año, considerando como pináculo de este afortunado maridaje, entre otros conciertos al frente de esta gran institución de prosapia, una no menos memorable gala con una avasalladora Canción de la tierra de su amado Mahler. Si bien en un principio había rechazado una nueva propuesta de la sinfónica de Chicago, por fin se animó a recibirla de manos de Daniel Barenboim, y cuatro años después se la entregaría, con muy buenos dividendos, a Riccardo Muti.

Director todavía en activo hasta ya nonagenario, y si bien sus compromisos eran para entonces mucho más espaciados, luego de una sensible caída de regreso en el 2018 al Concertgebouw como director huésped, con una Novena sinfonía de Mahler, por cierto profundamente conectada con la finitud de la vida, decidió retirarse por fin con un no menos conmovedor concierto de la Séptima sinfonía de Anton Bruckner, otro de sus compositores predilectos y de quien grabó prácticamente todo su catálogo sinfónico, al frente de la Filarmónica de Viena –ya como miembro de honor–, presente entonces en el Festival de Lucerna. Los periodistas especializados Peter Hagmann y Erich Singer publicaron por esa época el sabio y más que ilustrativo libro Dirigir es un misterio, con entrevistas y ensayos que logran describir muy bien la personalidad y la trascendencia de esta gran figura de la esfera musical de concierto en las más recientes seis décadas.

Existe un documental sobre Bernard Haitink realizado por sus compatriotas Hans Haffmans y Joost Hanselaar, a partir de una larga conversación con el primero y completado con memorables grabaciones procedentes de diversos momentos de su carrera.

 

También por ese tiempo apareció un documental realizado por sus compatriotas Hans Haffmans y Joost Hanselaar, a partir de una larga conversación con el primero en su casa de campo en el sur de Francia, completada con memorables grabaciones procedentes de diversos momentos de su carrera, incluida una master class en Lucerna a donde fue a compartirles sus conocimientos y experiencias a jóvenes directores año con año por más de un lustro: “Mi aprendizaje ha sido un viaje largo y doloroso, al principio sin ninguna duda, pero he aprendido a tratar a los músicos de orquesta y a respetarlos verdaderamente”.

Una gran pérdida. Grabaciones suyas ya de antología las hay desde su larga y exitosa época al frente de la Orquesta del Concertgebouw, como los conciertos para violín de Beethoven y Brahms con nuestro entrañable Henryk Szeryng, que fueron las versiones con las cuales crecí, y los dos conciertos para piano del mismo Brahms con Claudio Arrau, que igual escuché desde mi infancia, y buena parte de la demás obra orquestal del gran genio de Hamburgo, y por supuesto todas las sinfonías de Bruckner y en gran medida las de Mahler que grabó varias veces y están entre las de referencia de ambos músicos tan identificados entre sí por su culto a Wagner. Otro dato no menos interesante es que fue el primer director europeo en grabar el catálogo completo de las sinfonías de Shostakóvich, sobresaliendo la Quinta, que igual mucho oí en mi adolescencia, como su grabación del Tercer concierto para piano de Rajmáninov, con Vladimir Ashkenazi. ¡En paz descanse!



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