Portada: Retrato de James Joyce. Ilustración de Heidi Puon.
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Literatura

Cien años pienso en ti. Celebración del Ulysses de James Joyce

¿Qué puede hacer el lector ante el Ulises (1922) de James Joyce? En este centenario conmemorativo, el ensayista Alejandro Toledo –uno de los lectores mexicanos más fieles de esta obra– da claves de lectura para entrar en el “país enmarañado y montaraz” de este monumento de la modernidad literaria: los paralelismos con la Odisea, los efectos de continua movilidad, la técnica novedosa de los monólogos interiores y su corriente de conciencia, los juegos de palabras y equívocos, el caos moderno. “Ante este libro realmente sentí el vértigo; me encontré como perdido”, confesaba Borges. Ilustran este ensayo cartones y tiras cómicas seleccionados especialmente por Toledo.


Por Alejandro Toledo

El 2 de febrero de 1922, en su cumpleaños número 40, el escritor irlandés James Joyce (1882-1941) recibió por la mañana, de manos de su editora, la norteamericana Sylvia Beach, un primer ejemplar de la novela Ulysses. Ambos residían en París, a donde él llegó por recomendación del poeta Ezra Pound (como una plataforma para que sus libros empezaran a ser traducidos), y ella por circunstancias personales que relata en sus memorias. El destino creó ese binomio (un autor en apuros a punto de concluir una gran obra que no tendría abrigo en países de lengua inglesa y una librera entusiasta hasta entonces sin experiencia editorial) por el cual ese arduo ejercicio novelístico (una de las cimas de la narrativa del siglo XX) nació en tierras francesas bajo el sello de la Shakespeare and Company.

En el número 12 de la rue de l’Odéon hay una placa que consigna ese dato: “En 1992, en esta casa, Mlle Sylvia Beach publicó Ulysses de James Joyce”.

El viajero actual encontrará aún en París una librería Shakespeare and Company, no en el sitio original sino cerca de la catedral de Notre-Dame, lugar de peregrinación para la tribu joyceana.

Los lectores de Joyce tienen presentes, año con año, dos fechas: la del cumpleaños del escritor, el 2 de febrero, que es también el día que apareció Ulysses, y el 16 de junio, que es el Bloomsday, la jornada en que transcurre la novela.

Los lectores de Joyce tienen presentes, año con año, dos fechas: la del cumpleaños del escritor, el 2 de febrero, que es también el día que apareció Ulysses, y el 16 de junio, que es el Bloomsday, la jornada en que transcurre la novela.

Bloomsday: el día de Bloom. Son en realidad dos: Molly y Leopold, mujer y marido. O tres, por su hija, Milly, entonces en un campamento de verano. Molly no sale de su casa el 16 de junio de 1904, pero sí recibe a su amante Blazes Boylan; y Leopold (o Poldy), por lo mismo de esa visita incómoda, no podrá regresar sino hasta la madrugada, y aun así encuentra el lecho tibio. Leopold pasa por incontables peripecias que retrasan el retorno al número 7 de Eccles Street, en Dublín, donde vive.

Él es una suerte de moderno Ulises u Odiseo, por el Homero griego, y ella una Penélope heterodoxa, con ese y otros amantes en su haber.

Esta novela de tintes cómicos fue considerada desde su aparición como un libro de difícil lectura, y aún ahora los lectores se dividen entre aquellos que han disfrutado recorrerla, como si fuera una ciudad llena de misterios y sorpresas, y quienes la aborrecen y abandonan. Acompaño este artículo con algunas caricaturas realizadas desde ambos extremos de ese espectro.

El Bloomsday, por otro lado, se convirtió en cita anual. En Dublín, pero también en muchas otras ciudades, los lectores hacen ritos extraños que replican algunos de los sucesos de la novela. Hay quienes se disfrazan como irlandeses de comienzos del siglo XX y deambulan por sus urbes con su ejemplar del Ulises, se detienen en alguna esquina y leen uno o dos párrafos; o buscan espacios adecuados para beber whisky o cerveza oscura, en la soledad lectora o en comunidad, y recitar a saltos la novela.

Cartón de Joe Berger y Pascal Wyse, 2019. The Guardian.

Recuerdo incluso un capítulo de Los Simpson (en la temporada veinte, titulado “En el nombre del abuelo”, con viaje a Dublín incluido), en el que Lisa explica a su familia que la gente reunida en el cementerio, vestida a la usanza antigua, sosteniendo un libro como si fuera una Biblia, en realidad está celebrando el Bloomsday. En el capítulo seis de la novela Leopold Bloom asiste al entierro de su amigo Patrick (Paddy) Dignam.

Homenaje al Bloomsday en el episodio “En el nombre del abuelo” de Los Simpson. Lisa explica a su familia que la gente reunida en el cementerio, vestida a la usanza antigua, sosteniendo un libro como si fuera una Biblia, en realidad está celebrando el Bloomsday.

 

El señor M’Intosh

También en la novela Dublinesca (2010) del español Enrique Vila-Matas, hay referencias a ese entierro, que tiene un enigma curioso, por un desconocido que aparece ahí y del que no hay más datos excepto que viste una gabardina (mackintosh) marrón. Alguien le pregunta a Bloom por el hombre del…

—¿Mackintosh? —termina él la frase.

Y el que pregunta cree escuchar que el desconocido se llama M’Intosh. Así figurará incluso en el diario cuando se consigne a las personas que acudieron a despedir a Dignam.

M’Intosh es una suerte de fantasma que deambula por la novela. Hay quienes piensan que el propio Joyce decidió personificarse para andar por ahí, entre las páginas, como testigo y relator de esa jornada.

Uno de sus efectos más inesperados es hacer que el lector perciba una continua movilidad, como si la urbe, que es el telón de fondo del argumento central, no dejara de moverse.

En el Ulises hay muchas otras cosas en movimiento. Uno de sus efectos más inesperados es hacer que el lector perciba una continua movilidad, como si la urbe, que es el telón de fondo del argumento central (que gira en torno a los Bloom y al joven poeta Stephen Dedalus), no dejara de moverse. Hay unos hombres sándwich que anuncian un comercio, cada uno con una letra, y por lo mismo deben ir juntos y en orden, pero a veces se dispersan, y la H aparece aquí, la E en otra calle y la Y más allá, entre otras letras. Hay un folleto religioso que flota en el río por varios capítulos. Y debe uno distinguir entre los toquidos de bastón de un afinador de pianos ciego y los golpeteos de un marinero que tiene una pierna de palo…

Hay un capítulo, el 10, que concentra muchos de estos efectos de dinamismo, pues veremos diversas estampas de personajes dublinescos que se desarrollan más o menos de forma simultánea en una zona específica de la ciudad, incluso con entrecruzamientos.

Si Ulises fuera un videojuego, el participante necesitaría tocar en cada muro, buscar en cada rincón, abrir cada baúl, para encontrar un premio escondido. Hay quienes, obsesionados con la novela, ya lo han hecho.

“Tíralo por ahí”

Otro ejemplo de movilidad es el caso de un caballo que competirá ese día en una de las carreras principales. No es que lo veamos correr, ni que lo vaya a hacer por las calles de Dublín. Es algo similar a lo que ocurre con M’Intosh, un malentendido ocasionado por palabras descolocadas. Bloom carga un periódico, y en algún momento de la mañana un conocido se lo pide para revisar la lista de caballos. Mientras el amigo examina la lista, dice Bloom:

—Throw away.

Es decir: déjalo o tíralo por ahí.

Pero hay en la lista un caballo que así se llama, por lo que se crea la confusión de que se trata de una recomendación al amigo para que apueste por Throwaway.

Ulysses, cartón de Geek and Poke, 2008.

 

Estaremos atentos a esto cuando leamos que la edición vespertina, dedicada a las carreras, se está imprimiendo en los talleres del periódico, y cuando los chicos voceadores salgan a venderla… y al llegar Bloom a una cantina más tarde, el tipo con el que se encontró temprano, y que desoyó el que suponía era un consejo, hará correr la voz de que Bloom se ha enriquecido al apostar por el caballo bueno. Se esperará que invite las cervezas, por lo menos; lo que no ocurre. Es lo habitual para el que tiene un inesperado éxito financiero. Y se creará en su entorno, ya de por sí agresivo por ser uno de los pocos judíos que hay en la ciudad, un ambiente desagradable y un poco violento. Bloom no se enterará nunca de las razones para tanta irritación en su contra… y hay traductores que tampoco se han percatado de ese juego interno.

Eso distingue a Bloom, el ser judío, pero no sólo eso. El lector se da cuenta de que es de los pocos hombres de la ciudad que se mantiene sobrio. Y corren las historias de los engaños de su mujer. De hecho, varias veces coincide con Blazes Boylan, el amante en turno de Molly; e incluso parece molestarse Bloom cuando a cierta hora se percata de que Boylan va tarde a la cita.

El monólogo de Marilyn

No he contado la novela. Sólo he referido algunos aspectos menores, de tapiz, que están en ella. Antes de publicarse, Joyce quiso alertar a los lectores y proporcionó, vía el poeta Valery Larbaud, algunas claves. Una de gran importancia: los paralelismos con la Odisea. Las aventuras del Ulises homérico tienen sus equivalencias con lo que vive Bloom ese día; y su Ítaca será la casa. Para T. S. Eliot esto que llamó el “método mítico” implicó un descubrimiento de valor equivalente a un hallazgo científico, por ser una forma de dar orden al caos moderno.

Hay una Penélope, ya se dijo, aquí generosa en exceso con los pretendientes; y un Telémaco, el hijo de Odiseo, representado por Stephen Dedalus, alter ego de James Joyce.

Cartón de Graeme Keye

 

Este publicó en 1904 unos relatos bajo el seudónimo de Stephen Dedalus, y a él dedicará su primera novela: Retrato del artista adolescente (A portrait of the artist as a young man, 1916). El joven crece en condiciones económicas difíciles y debe su educación a los jesuitas, quienes incluso ven en él vocación hacia el sacerdocio. Logra escapar de ellos y huye a Europa… En Ulises, Dedalus ha regresado ante el llamado de la madre enferma, quien a la postre morirá. Por ello aparece vestido de negro, en luto riguroso. La madre le pidió en su lecho de muerte que se arrodillara y él se negó. Los tres primeros capítulos de la novela retoman al personaje y lo presentan en su situación de melancolía lúcida. El tercero, para los lectores el más arduo (donde muchos abandonan), lo sigue en su paseo por la bahía de Dublín bajo la técnica del monólogo interior.

Joyce descubre esta técnica al leer a un autor francés, Édouard Dujardin, quien describe las andanzas de su personaje por París en la novela Han cortado los laureles (Les lauriers sont coupés, 1887). En 1922 Dujardin aún vivía y era profesor de Historia de las Religiones en la Sorbona. Cuando alguien celebraba del Ulises esa nueva técnica, Joyce los remitía al francés, cuya novela se reeditó entonces con prólogo de Valery Larbaud. Llegó a decir Dujardin que Joyce fue para él como el Cristo que dijo a Lázaro: “¡Levántate!”.

El primer aprendizaje del lector es entender esa corriente de conciencia que salpica el relato o lo cubre por completo en dos ocasiones, en el capítulo tres y en el final, los dos de gran belleza.

En cuestión de herramientas, el primer aprendizaje del lector es entender esa corriente de conciencia (stream of consciousness, la llamó el psicólogo William James) que salpica el relato (al reproducir las reacciones mentales espontáneas de Dedalus o Bloom) o lo cubre por completo en dos ocasiones, en el capítulo tres, ya referido, y en el capítulo final, dedicado a Molly, los dos de gran belleza.

Ese capítulo final ha tenido, incluso, adaptaciones teatrales, convirtiéndose en un reto para grandes actrices. En un Bloomsday en Nueva York, en el Symphony Space, la actriz irlandesa Fionnula Flanagan lo leyó completo, en una actuación memorable que se conserva en cassettes. Y con ese monólogo concluye una cinta en la que participa la misma actriz, James Joyce women’s(Michael Pearce, 1985), con una representación cargada de erotismo.

En las celebraciones por el centenario del Ulises circularon en redes sociales, a propósito, fotos de una sesión en la que Marilyn Monroe sostiene y parece leer la novela. Había quien se burlaba de que una “rubia tonta” pudiera acercarse a un libro de esa dificultad. Ella era una gran lectora y justo atiende las páginas finales, las del monólogo de Molly Bloom.

En las celebraciones por el centenario del Ulises circularon en redes sociales, a propósito, fotos de una sesión en la que Marilyn Monroe sostiene y parece leer la novela. Había quien se burlaba de que una “rubia tonta” pudiera acercarse a un libro de esa dificultad. Ella era una gran lectora y justo atiende las páginas finales, las del monólogo de Molly Bloom. Sabe qué texto se trae en las manos y bien puede uno imaginarla diciendo las palabras con las que cierra la novela (que copio aquí en traducción de Jorge Luis Borges):

y los rosales y jazmines y geranios y tunas y Gibraltar de jovencita cuando yo era una Flor de la Montaña sí cuando me até la rosa en el pelo como las chicas andaluzas o me pondré una colorada sí y como me besó junto al paredón morisco y pensé lo mismo me da él que otro cualquiera y entonces le pedí con los ojos que me pidiera otra vez y entonces me pidió si quería sí para decirle sí mi flor serrana y primero lo abracé sí y encima mío lo agaché para que sintiera mis pechos toda fragancia sí y su corazón como enloquecido y sí yo dije sí quiero Sí.

Cartón de Harry Bliss, 1998. The New Yorker.

 

Borges y otros viajeros

Cuenta Borges, en una entrevista, cómo es que llegó a sus manos el Ulises. Recuerda que en el hotel Phoenix de Buenos Aires, en la avenida Córdoba y San Martín, le presentaron al novelista Ricardo Güiraldes y este le preguntó si sabía inglés. Borges respondió afirmativamente.

—¡Qué suertudo! —le dijo Güiraldes.

—Creo que sí, ¿por qué me pregunta eso?

—Porque puede leer a Kipling en el original.

 

Ante ese libro realmente sentí lo que es el vértigo; me encontré como perdido”.
JORGE LUIS BORGES

 

Más tarde le entregó un ejemplar del Ulises en su edición en inglés. Y cifra Borges así su intento por leerlo: “Ante ese libro realmente sentí lo que es el vértigo; me encontré como perdido”.

Borges hará dos cosas, quizá a pedido del mismo Güiraldes: escribir un artículo sobre el autor irlandés (luego incluido en su libro Inquisiciones) y traducir “la última hoja del Ulises”. Ambos materiales aparecieron en el número 6 (enero de 1925) de la revista Proa (disponible en Internet para consulta y descarga digital).

En el artículo se ufana de ser el primer aventurero hispánico en arribar a ese “país enmarañado y montaraz”... Confiesa, sin embargo, no haber desbrozado las setecientas páginas de la novela, pues la había practicado solamente a retazos, “y sin embargo sé lo que es, con esa aventurera y legítima certidumbre que hay en nosotros, al afirmar nuestro conocimiento de la ciudad, sin adjudicarnos por ello la intimidad de cuantas calles incluye”.

Cuarenta años después, en el soneto “James Joyce” de Elogio de la sombra (1969), Borges lamenta en rima su recorrido a trozos por la novela: “Dame, Señor, coraje y alegría / para escalar la cumbre de este día”. Aunque es de nuevo claro que pese a su lectura incompleta sabía muy bien por dónde iba la búsqueda joyceana, pues “En un día del hombre están los días del tiempo”, y “Entre el alba y la noche está la historia universal”.

Luego de Borges, no es mucho lo que se ha escrito en nuestro idioma en torno a James Joyce. Hay un par de trabajos de iniciación a la obra (uno de José María Valverde de 1982, otro de Arturo Marcelo Pascual de 2001), dos meritorios ensayos de la mexicana Esther Cohen Dabah (Ulises o la crítica de la vida cotidiana, 1983; La cicatriz y la pasión: el monólogo de Molly Bloom, 1985), la transparente y erudita Casa Ulises (2003) del español Julián Ríos, o la compilación de artículos del colombiano Rafael Humberto Moreno-Durán titulada Mujeres de Babel: voluptuosidad y frenesí verbal en James Joyce (2004).

También después de Borges, otro gran aventurero hispánico que se atrevió a sumergirse en el orbe joyceano fue el mexicano Salvador Elizondo, narrador notable. Hace poco revisé sus tomos ensayísticos y lo que se ha publicado de sus diarios, y encontré en ellos la huella constante de James Joyce. Puede afirmarse que el irlandés es uno de los centros activos de su pensamiento literario. No es un dato menor el que su novela Farabeuf o la crónica de un instante (1965) esté situada en la rue de l’Odéon, en un edificio vecino al que ocupó la Shakespeare and Company.

En cuanto a la influencia de Joyce en la narrativa hispanoamericana se le encuentra en Adán Buenosayres (1948) de Leopoldo Marechal; en José Trigo (1966) de Fernando del Paso, y en Larva. Babel de una noche de San Juan (1983) de Julián Ríos... novelas que han sido llamadas, respectivamente, el Ulises argentino, el Ulises mexicano y el Ulises español.

Están también las traducciones, que ya son cinco: dos españolas y tres argentinas. Y en cuanto a la influencia de Joyce en la narrativa hispanoamericana se le encuentra (a ojo de pájaro) en Adán Buenosayres (1948) de Leopoldo Marechal; en José Trigo (1966) de Fernando del Paso, y en Larva. Babel de una noche de San Juan (1983) de Julián Ríos… novelas que han sido llamadas, respectivamente, el Ulises argentino, el Ulises mexicano y el Ulises español.

The mouse, the bird and the difficult novel, tira cómica de Tom Gauld, 2012.

Sólo lo difícil es estimulante

¿Qué puede hacer el lector común ante una novela como esta? Dice Jean Genet que la dificultad es una cortesía del autor con sus lectores. Y asegura José Lezama Lima que “sólo lo difícil es estimulante, sólo la resistencia que nos reta es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento”.

El Ulises no es tan arduo como parece. El libro más complejo de Joyce se llama Finnegans Wake (1939), su tercera novela, que precisa de mayor energía. Para leer Ulises la preparación necesaria es seguir el trayecto del mismo Joyce, pues es un autor que va de lo simple a lo complejo; es decir, hay que empezar con los cuentos (Dublineses, 1914), luego la novela en clave autobiográfica (Retrato del artista adolescente), y eso ya nos dará las armas suficientes para arribar al jueves 16 de junio de 1904. Hay personajes de los relatos que reaparecen en Ulises; y en cuanto a Stephen Dedalus, ya sabemos que lo encontramos en ambas novelas.

Joyce recomendó a su tía Josephine que leyera antes la Odisea; o, por lo menos, Las aventuras de Ulises de Charles Lamb… pero la tía de Joyce no es un buen ejemplo, pues aborreció el libro de su sobrino.

Y habrá que encomendarse a Borges, como santo patrono, para decir: “Dame, Señor, coraje y alegría / para escalar la cumbre de este día”.



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