“Cómo puedo pagar / que me quieran a mí / por todas mis canciones. / Ya me puse a pensar / y no alcanzo a cubrir / tan lindas intenciones”. El más importante compositor de música ranchera de todos los tiempos cumplirá el 23 de noviembre 50 años de muerto. No obstante, sigue estando presente en el corazón de muchos hombres y mujeres que, al escuchar alguna de sus creaciones, se sienten identificados con su mensaje. Es ahí donde reside su secreto, su singularidad. Y es que fue capaz de hacer de su propia vida su principal fuente de inspiración. Cinco décadas después de su partida, José Alfredo Jiménez está más vivo que nunca en el gusto del público.
“Yo ahí me quedo, paisano.
Allí es mi pueblo adorado”.
Camino de Guanajuato, José Alfredo Jiménez.
Cualquiera que llegue por primera vez a Dolores Hidalgo, Guanajuato, y comience a recorrer sus calles, se admirará de su cerámica y sus azulejos de Talavera, espléndido trabajo que nada tiene que envidiar al de los talleres más reconocidos de Puebla, que se ofrece en los comercios de alfarería del centro de la ciudad. Cuando uno se aproxima a la Plaza Principal y aparece ante nosotros la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, lo que sorprende es la amplitud del atrio, la altura de sus torres y el tamaño de ambos campanarios. Y es que nos encontramos en la cuna de la Independencia de México, en el lugar donde Miguel Hidalgo y Costilla dio “el grito de Dolores” la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Entonces uno recuerda la campana instalada sobre el balcón principal de Palacio Nacional, en la capital mexicana, y piensa que probablemente formó parte de un conjunto de campanas de distintos tamaños que albergó la iglesia de Dolores, aunque por sus reducidas dimensiones no pudo ser la campana principal que hizo tocar Miguel Hidalgo. Pero lo que en realidad llama la atención del visitante es que, al comenzar a hablar con los habitantes de Dolores Hidalgo y preguntarles al respecto, lo que los enorgullece en verdad es ser familiares, o haber sido vecinos o conocidos, de José Alfredo Jiménez, el auténtico ídolo de esta ciudad.
José Alfredo Jiménez Sandoval nació aquí el 19 de enero de 1926. La casa donde vino al mundo, una amplia construcción de una planta en el número 13 de la calle Guanajuato, hoy alberga un museo dedicado al compositor. Aquí también está enterrado, en un impresionante mausoleo en el panteón municipal con forma de sombrero de charro y un sarape de coloridos mosaicos que serpentea varios metros ante la tumba. El sepulcro fue construido en 1998, al cumplirse 25 años del fallecimiento del cantautor.
José Alfredo emigró con once años a la Ciudad de México, pero parece que nunca se hubiera ido. Cerca de la casa museo, los lugareños le informarán al visitante que en aquella escuela el compositor aprendió a leer y escribir en compañía de sus hermanos Conchita, Víctor e Ignacio. Allá estaba la farmacia San Vicente, propiedad de su padre, don Agustín Jiménez Tristán. Y en aquel restaurante, a veces, el farmacéutico se detenía a tomar una copa camino de su casa.
“Y si quieren saber de mi pasado.
Es preciso decir otra mentira”
Un mundo raro, J. A. J.
Fue la muerte de don Agustín lo que originó que la familia se trasladara a la capital. Su madre, la señora Carmen Sandoval Rocha, abrió una pequeña tienda, pero no prosperó, por lo que José Alfredo tuvo que contribuir al sostenimiento familiar realizando diversos oficios. Además de escribir todas las melodías que aparecían en su cabeza, en sus ratos libres probó suerte como futbolista y llegó a jugar en los equipos Oviedo y Marte de la primera división en la posición de portero. Coincidió entonces con el histórico jugador Antonio La Tota Carbajal, que también jugaba como portero, y se hicieron buenos amigos.
A los 13 años debutó como portero en el Oviedo, donde conoció al legendario Antonio Carvajal, La Tota.
Al respecto, Carbajal refirió en una entrevista:
Él era portero y le encantaba la música; estábamos según él disputándonos el puesto, hasta que de plano me dijo:
—Tú sí eres portero y vas a triunfar.
Entonces le dije:
—Tú también, pero tú vas a ser el mejor compositor de música aquí en México.
En otro momento, La Tota Carbajal relató cómo su amigo se inspiraba para crear canciones, pidiéndole a sus compañeros que se salieran para poder tararear y componer. “Así era mi compadre, de repente comenzaba a tararear, se le ocurría una tonada y nos decía que nos saliéramos, estuviera quien esté. Así era como de repente se le ocurrían las canciones y así era su forma de inspirarse; era muy bueno para las canciones. De repente, se le ocurrían y dejaba la portería”, dijo.
“Ando borracho, ando tomado.
Porque el destino cambió mi suerte”
Yo, J. A. J.
Su gran oportunidad llegó cuando trabajaba como mesero en el restaurante La Sirena, que era frecuentado por Andrés Huesca, cantante e intérprete de arpa veracruzano, quien escuchó varios temas del entonces inédito compositor. La canción Yo lo convenció de llevar inmediatamente al guanajuatense a un estudio para grabarla. A raíz de aquello, el joven cantó por primera vez en la estación XEX-AM y poco después en la XEW-AM, desde donde escalaría a la fama.
Las creaciones de José Alfredo conquistaron pronto el gusto popular del país. Gracias a la cercanía y simplicidad de los hechos y vivencias que relataban, al realismo y la fuerte emoción que transmitían, consiguieron la identificación del público, ello a partir de los sentimientos que directa y sinceramente expresaban sus canciones: amor, nostalgia, despecho, ternura o rabia.
En el prólogo del libro Cuando te hablen de amor y de ilusiones, obra de Paloma Jiménez, hija del artista, Juan Villoro sitúa a José Alfredo junto a Agustín Lara, Armando Manzanero y Juan Gabriel, calificándolos como “los más grandes” compositores de México. Y sentencia: “De estos cuatro, el que más ha calado en los entresijos del corazón es, sin duda, el Pensador de Dolores, porque su repertorio sentimental es amplísimo: desde el desapego y el despecho hasta la añoranza. El mayor de los problemas y el más maravilloso de todos, que es el amor, José Alfredo supo comprenderlo de manera excepcional”.
De estos cuatro, el que más ha calado en los entresijos del corazón es, sin duda, el Pensador de Dolores, porque su repertorio sentimental es amplísimo: desde el desapego y el despecho hasta la añoranza. El mayor de los problemas y el más maravilloso de todos, que es el amor, José Alfredo supo comprenderlo de manera excepcional”.
Al presentar su último título, La figura del mundo, en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, Juan Villoro se refirió a su padre, el filósofo Luis Villoro. Relató que le había costado mucho entender la profesión del padre y contó como anécdota que de niño su papá le explicaba: “Un filósofo indaga el sentido de la vida”, algo que contrastaba con las profesiones de los padres de sus compañeros. “Cuando yo les contaba a mis amigos que mi padre indagaba el sentido de la vida, ellos pensaban que era un parrandero que estaba en las cantinas oyendo canciones de José Alfredo Jiménez, que es nuestro filósofo popular sobre el sentido de la vida, que sólo se entiende con un buen tequila”, comentó.
“Subió paso a paso por La Rumorosa.
Llegando a Tijuana con la luz del día”
El caballo blanco, J. A. J.
En gran medida, la facultad de conectar fácilmente con la gente que tienen las creaciones de José Alfredo se debe a la capacidad del compositor de sublimar lo cotidiano, lo banal. Un claro ejemplo de ello está en la canción El caballo blanco, que inicia así: “Este es el corrido del caballo blanco / que en un día domingo, feliz arrancara. / Iba con la mira de llegar al norte / habiendo salido de Guadalajara”.
La composición nos cuenta el recorrido que va haciendo el caballo: llega a tierras nayaritas y sigue por Escuinapa, Culiacán, Los Mochis, Sonora, el Valle del Yaqui, Hermosillo, Caborca, Mexicali, La Rumorosa, Tijuana, Rosarito y Ensenada. La letra relata que, en su camino, el caballo de repente iba “con el hocico sangrando”, y en otro momento que “cojeaba de la pata izquierda”.
Pues bien, en realidad la canción relata las incidencias de un viaje del autor a Ensenada, Baja California, en un auto marca Chrysler modelo 1957. Así, cuando se habla de que el caballo llevaba “el hocico sangrando”, se refiere a que el radiador del coche se había calentado y lanzaba agua a borbotones. Y la cojera de la pata izquierda era en realidad una llanta ponchada.
José Alfredo fue siempre un hombre sencillo. Su hijo José Alfredo Jiménez Medel asegura que, lejos de degustar platillos sofisticados o de alta cocina, su padre prefería siempre la comida casera, como la sopa de fideos o los chiles rellenos, además de antojitos como los pambazos y especialidades regionales como las carnitas michoacanas y el mole poblano. Siempre tuvo elogios para la sazón de Mary Medel. Para tomar, solía pedir tequila Corralejo, elaborado en su tierra guanajuatense.
La cita de Juan Villoro hablando del cantautor en la Feria del Libro de Bogotá no fue gratuita. En Colombia literalmente adoran a José Alfredo Jiménez. Son grandes conocedores de la música ranchera, y las composiciones del autor de Un mundo raro y de Javier Solís son las favoritas del público. José Alfredo se presentó en Colombia y conoció de primera mano esa predilección del pueblo por sus melodías. Para corresponder, en 1970 compuso una canción dedicada al país sudamericano: Colombia, Colombia, Colombia, cuya letra escribió a toda prisa en un menú del restaurante del hotel Tequendama, en Bogotá. “Colombia, Colombia, Colombia, / me voy a llevar tu cariño, / lo quiero prendido en el alma, / como aquel juguete que tuve de niño” recoge la letra.
“Una piedra en el camino.
Me enseñó que mi destino.
Era rodar y rodar”
El rey, J. A. J.
El rey emérito de España, Juan Carlos de Borbón, nunca ocultó su pasión por la música ranchera y las creaciones de José Alfredo, en especial su gusto por la canción El rey, interpretada por Lola Beltrán o Chavela Vargas.
De la universalidad, del gran alcance de las composiciones del autor de Dolores Hidalgo, habla por sí solo el hecho de que entre sus más grandes intérpretes se cuentan cantantes de dentro y fuera de México: Jorge Negrete, Pedro Infante, María Dolores Pradera, Lucha Villa, Plácido Domingo, Ramón Vargas, Javier Solís, Rocío Dúrcal, Vicente Fernández, Pedro Vargas, Miguel Aceves Mejía, Luis Miguel, María Jiménez, Raphael, Sin Bandera, Joaquín Sabina, Eugenia León, Bronco, Nati Mistral, María de Lourdes, Alejandro Fernández, Andrés Calamaro, Concha Buika y Enrique Guzmán, entre otros muchos.
En 2003, se lanzó el disco homenaje Tributo a José Alfredo, al cumplirse los 30 años de su muerte. En la grabación alternaban versiones en rock, techno o rap interpretadas por Ana Belén, Pasión Vega, Julieta Venegas, Moderatto, Aterciopelados, Maná, Panteón Rococó, Elefante, el Tri y Moenia, entre otros.
“Ya tomé mil botellas contigo.
Y me has dicho las cosas más crueles”
El cantinero, J. A. J.
A principios de los años setenta, José Alfredo llevaba una vida muy desordenada: comía a deshoras, dormía de forma irregular y bebía en exceso; el alcohol a menudo era fuente de inspiración para sus composiciones. Además, desde hacía varios años se le había diagnosticado una cirrosis hepática, padecimiento del que no se cuidaba. Las consecuencias no tardaron en presentarse: en febrero de 1973, poco después de su cumpleaños 47, el compositor dijo sentirse mal y comenzó a sufrir desmayos. Fue internado en la Clínica Londres, en la colonia Roma de la capital mexicana, para realizarle diversos estudios.
A partir de ese momento inició un claro declive en la vida del guanajuatense. Tenía momentos de mejoría, en los que los médicos le permitían salir del hospital, pero terminaba regresando al nosocomio a causa de desmayos y pérdida del conocimiento, como le ocurrió una vez que fue al cine y otra en su casa.
Alicia Juárez, su última compañera, quien se había ido distanciando de José Alfredo a causa de las cada vez más frecuentes crisis de violencia doméstica, decidió procurar una reconciliación cuando supo de la gravedad de su estado y ya no se separó de su lado.