Arqueólogo, el más importante en México del último medio siglo en el país, Eduardo Matos Moctezuma (Ciudad de México, 1940) ha vivido de cerca, acaso más que nadie, todo lo relacionado con el descubrimiento y la exploración del viejo recinto sagrado de Tenochtitlan, desde 1978, cuando unos empleados de la Compañía de Luz y Fuerza, al practicar una excavación de rutina, dieron con uno de los monolitos más bellos y reveladores de la cultura mexica, una dramática representación de la diosa lunar Coyolxauhqui. Han transcurrido 45 años de ese crucial momento, que inauguró una nueva época para el mundo de los estudios de esa cultura y enriqueció de manera considerable lo que sabemos de ella. Matos Moctezuma, quien recibió en octubre de 2022 el Premio Princesa de Asturias en la categoría de Ciencias Sociales, aceptó contestar el siguiente cuestionario sobre el significado del trascendente hallazgo.
Fernando Fernández (FF): Supongo que si el descubrimiento de Coyolxauhqui hubiera sido en tiempos recientes se habría procedido técnicamente de un modo distinto a como se hizo hace 45 años. ¿De qué otra manera? Es una forma de preguntarte por el modo en que han cambiado la filosofía de la arqueología y sus prácticas en el último medio siglo.
Eduardo Matos Moctezuma (EMM): La tecnología aplicada a la arqueología se ha ido revolucionando. Siempre pongo el ejemplo de que, allá por 1978, usábamos la plancheta, un aparato que servía para hacer levantamientos topográficos. Hoy es pieza de museo. Actualmente se utiliza tecnología de punta. Respondiendo a la pregunta, te diré que, desde luego, en la teoría hubiésemos llevado a cabo planteamientos no muy diferentes, pero sí con un contenido más preciso.
FF: ¿Qué tanto coincidieron, en el caso de la diosa lunar mexica, las cosas desde su exposición teórica en los libros y la realidad de piedra que finalmente vieron nuestros ojos, una vez hecho el descubrimiento? En una vieja foto me doy cuenta de que en algún momento se pensó que cierta representación de Coyolxauhqui correspondía a Tlahuizcalpantecuhtli…
EMM: En efecto, se especuló acerca de qué deidad era aquella que se presentaba ante nuestros ojos. La duda se despejó al analizar más detenidamente los atributos que le eran propios: los cascabeles en las mejillas; el cuerpo descuartizado; la ubicación con relación al Templo Mayor del lado de Huitzilopochtli. Todo ello apuntaba, sin lugar a dudas, a que se trataba de la deidad lunar Coyolxauhqui, de la que se conocía el relato de su lucha en contra de Huitzilopochtli, deidad relacionada con el Sol.
FF: Los descubrimientos posteriores, ¿han ayudado a entender mejor el mito de Coyolxauhqui y su representación en piedra, o las cosas están más o menos como en los años ochenta? Si ha habido un cambio en la lectura que hacemos del mito y el monolito, e incluso del Templo Mayor y los templos asociados, ¿cuál es ese cambio?
EMM: No hay un cambio significativo en cuanto a la interpretación ya conocida. Por el contrario, nuevos hallazgos vienen a fortalecer aquella interpretación. Tal es el caso de los elementos encontrados en el piso de las últimas etapas, que localizó el arqueólogo Raúl Barrera. Consisten en relieves que tienen estrecha relación con el mito, además de encontrarse en el lado dedicado al dios de la guerra, Huitzilopochtli.
Me sorprende la gran calidad que tenía el escultor anónimo que la esculpió. Logró, en cada detalle, darnos el momento crucial de la muerte de la deidad a manos de su hermano Huitzilopochtli, el Sol.
FF: ¿Se ha modificado tu apreciación de la pieza con los años? En uno de los textos que le has dedicado destacas la extraordinaria labor de la orejera izquierda, que profundiza la perspectiva de la imagen, a pesar de tratarse de un bajorrelieve. ¿Cómo veías la escultura en 1978 y cómo la ves ahora?
EMM: Además de los datos que la escultura proporciona, tenemos el factor estético. Desde la primera impresión que recibí de la pieza, allá por 1978, poco ha variado mi percepción de ella en lo que a su calidad artística se refiere. El detalle de la orejera es sólo un elemento de los muchos que se aprecian en la figura mutilada de la diosa lunar. Acerca del carácter estético, hablaré próximamente en una conferencia que lleva por título “Anatomía de una diosa”.
FF: ¿Qué es lo que te impresiona de ella en términos estéticos, después de tantos años de amorosa y admirativa contemplación?
EMM: Me sorprende la gran calidad que tenía el escultor anónimo que la esculpió. Logró, en cada detalle, darnos el momento crucial de la muerte de la deidad a manos de su hermano Huitzilopochtli, el Sol. El artista supo llevar a la piedra un mito importante del pueblo mexica. La diosa se muestra decapitada, desmembrada, la sangre mana de sus heridas. Recuerda que la Luna pasa por distintas fases en el firmamento: menguante, creciente, llena, etcétera. Esto sólo acontece con ese astro, de allí el mostrarla desmembrada. El Sol siempre guarda su misma calidad. Originalmente, la pieza estaba pintada y se ha hecho un estudio de los colores minerales que la cubrían: amarillo, rojo, blanco…
FF: ¿Había algo notable en las ofrendas que se hallaron debajo de la representación de la diosa, quiero decir, especialmente notable para aquellos primeros días del gran descubrimiento del Templo Mayor?
EMM: Fueron cinco las ofrendas que el equipo de salvamento arqueológico del INAH recuperó durante el primer mes de trabajo. Después comenzamos con el “Proyecto Templo Mayor”. Aquellas ofrendas ya indicaban la riqueza que durante los siguientes años iba a aflorar a través de nuestras excavaciones. No difieren de manera general de lo que se ha ido excavando. Actualmente se exhiben en la exposición en el vestíbulo del Museo del Templo Mayor. Cada ofrenda de las encontradas hasta ahora tiene su particularidad. Era un diálogo entre los hombres y los dioses.
FF: Sobre las ofrendas que se encontraron debajo de Coyolxauhqui, ¿se ha conseguido saber algo más? Un especialista opinó en su momento que los restos encontrados en una de ellas podrían ser los de Moctezuma I. A la luz de los descubrimientos más recientes, ¿tenemos alguna teoría de a quiénes corresponden los restos incinerados que aparecieron debajo de ella?
EMM: Hasta el momento, no se ha podido detectar restos de ningún tlatoani. Sabemos, por las fuentes históricas, que a los máximos gobernantes se les deparaba ser incinerados y colocados en una simple olla de barro. Se han llevado a cabo investigaciones del contenido de las urnas funerarias encontradas por parte de Ximena Chávez. Sólo en algunas de ellas, correspondientes a las primeras etapas constructivas del Templo Mayor, se ha pensado que pudieran contener restos óseos de algún gobernante.
FF: Se hace mucho énfasis en la historia del descubrimiento de Coyolxauhqui y del inicio de una nueva etapa para el estudio de la cultura mexica, pero se recuerda poco o ni se menciona siquiera la gran polémica que se suscitó cuando se decidió echar por tierra la arquitectura que recubría el recinto sagrado de Tenochtitlan. ¿En qué consistió aquella polémica? ¿Qué fue lo que se perdió, de valor, al echar abajo la arquitectura que estaba sobre lo que actualmente es el Templo Mayor?
EMM: Es un tema interesante. En el primer año de excavaciones, se suscitó una polémica en cuanto a los inmuebles que se encontraban sobre los vestigios arqueológicos. Algunos decían que eran coloniales y que al derribarlos se atentaba en contra de ellos. El INAH convocó a una Junta de Monumentos formada en su mayoría por arquitectos y otros especialistas. Cada caso fue analizado. Se concluyó que no había edificios coloniales, salvo elementos arquitectónicos de aquella época en el caso de un inmueble en la calle de Guatemala. Un dato importante al respecto se puede consultar en el catálogo de monumentos del arquitecto Manuel Sánchez Santoveña (por cierto, tengo entendido que fue tu padrino de bautismo), quien analiza cada edificio antes de las excavaciones arqueológicas y no advierte, en ninguno de ellos, presencia colonial.
FF: ¿Cuál fue el objetivo de colocar a Coyolxauhqui en el modo en que se hizo en el museo de sitio? ¿Se ha cambiado el lugar que le fue reservado? Y la llegada de la monumental Tlaltecuhtli, ¿ha modificado la lectura museográfica de la pieza?
EMM: La escultura fue colocada al interior del museo por razones de preservación. En el lugar original se colocó una réplica muy bien hecha por el escultor Dávalos Cotonieto. Otro tanto se hizo con otras esculturas como los mal llamados portaestandartes y la monumental escultura de Tlaltecuhtli.
FF: Aprovechando que hablamos del museo, ¿cómo ha envejecido, si es que lo ha hecho? ¿Cómo te relacionas con ese espacio, tantos años después de su inauguración?
EMM: Desde que era director del Museo Nacional de Antropología, me preocupó que las salas se actualizaran. Lo mismo ocurre en Templo Mayor. Hay que tomar en cuenta que la arqueología sigue aportando datos y hay que darlos a conocer a los visitantes. Los museos son dinámicos, no estáticos. Existen varios recursos, como poner la “pieza del mes” o montar exposiciones temáticas. También, adecuar las salas con los nuevos contenidos, como ocurrió en la Sala 6 dedicada a la fauna, o en la Sala 8, con la inclusión de la lápida mortuoria de fray Miguel de Palomares. En cuanto a mi relación con el museo, siempre he dicho que es producto de una investigación bien planteada. Desde un principio se previó hacer un museo con los vestigios que se fueran obteniendo en el transcurso del trabajo de excavación. El museo mismo lo planeamos de manera tal que los visitantes entraran a un recinto que guardaba la misma orientación del Templo Mayor, viendo hacia el poniente. Y que fueran dos alas, una dedicada a todo lo relacionado con Huitzilopochtli, es decir, con la guerra y la expansión militar, y otra dedicada a Tláloc, a la lluvia, a la fertilidad. Así se planeó en el guion que presenté, y recuérdese que el diseño del museo le correspondió hacerlo a un arquitecto de enorme experiencia: Pedro Ramírez Vázquez, y a un museógrafo excepcional: Miguel Ángel Fernández. Y allí está.
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