7
Teatro

Cuerpos de Paz

¿Cómo sería el tiempo suspendido de Piedra de sol de Octavio Paz en teatro? En este espectáculo poético la dramaturga María Morett busca dar la sensación de estar dentro de un sueño con danza, música y la poesía André Bretón y Nezahualcóyotl.


Por Nicolás Alvarado

La proposición me pareció, cuando menos, dudosa, y mi pesimismo estaba bien documentado: hacía poco más de un lustro, a la luz de los centenarios de Octavio Paz, José Revueltas y Efraín Huerta, pero también del 75 natalicio de Jorge Ibargüengoitia, Aurora Cano –directora de DramaFest, festival teatral del que formo parte– y Eduardo Vázquez –a la sazón secretario de Cultura de la Ciudad de México– me habían convencido de escribir un espectáculo teatral a partir de fragmentos de esos cuatro escritores. El resultado fue desigual, sin duda por impericia mía pero también por la naturaleza misma no sé ya si de los textos seleccionados o de la voz misma de sus autores. 

La experiencia habría parecido confirmar una hipótesis mía temprana: Paz no estaba hecho para las tablas; las palabras y las ideas de Paz no se traducían en personajes, en personas, en cuerpos de Paz

De Huerta abrevé de la poesía toda –ora comprometida, ora erótica, a menudo divertida– para imaginar a una vedette de cabaret de postín que, en 1962, se duele del desinterés de un poeta más atento a la dictadura del proletariado que a la del deseo. Peiné las crónicas políticas de Ibargüengoitia –tan deliciosas, tan socarronas, tan conversacionales– para dar voz a la secretaria particular de un diputado, víctima de una intriga política urdida por ella misma. De Revueltas usé sobre todo Los muros del agua y los Escritos políticos para dar vida a un preso recién salido de Lecumberri que trata de reanudar el lazo con la hija a la que abandonara por causa de la causa política. Esos tres caminos se me impusieron de manera más o menos rápida y me llevaron a construir una trama circular hecha de monólogos, un poco a la manera de La Ronda de Arthur Schnitzler, sólo que sustituyendo el erotismo por la política y los encuentros carnales por llamadas telefónicas: el preso sería el padre de la vedette que sería la amiga de la funcionaria. Faltaba un personaje –y un monólogo basado en Paz– para completar el círculo y, tras muchos intentos en falso, lo encontré en las páginas de El ogro filantrópico. Me inspiró un personaje –el amigo y excompañero de lucha del presidiario, ahora secretario de Estado, empeñado en una vana transformación del sistema desde dentro– que nunca terminó de funcionar: la prosa que en la página parecía dinámica, vivaz, retadora, se tornaba discursiva pese a los excelentes oficios del actor reclutado para el papel. La acción dramática y el conflicto, que había puesto esmero en proveer, quedaban sepultados bajo el peso de las palabras, preclaras pero pesadas. No era un monólogo: era una conferencia. Te vuelvo a marcar –tal era el título de la obra– terminó por representarse con éxito en el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá pero con los episodios paciano y revueltiano sabiamente amputados por mi socia. La experiencia habría parecido confirmar una hipótesis mía temprana: Paz no estaba hecho para las tablas; las palabras y las ideas de Paz no se traducían en personajes, en personae, en cuerpos de Paz.

Esa intuición temprana era heredera de la constatación previa de una experiencia ajena. Crecí escuchando a mi padre, Miguel González Avelar, rememorar con su amigo Juan José Arreola –su jefe cuando director de la Casa del Lago– el proyecto Poesía en Voz Alta, del que tanto Paz como Arreola habían formado parte en 1956 y al que Paz alude en una de sus conferencias dictadas en El Colegio Nacional, recogidas en un volumen póstumo por Enrico Mario Santí: