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Artes Visuales

Dante en la plástica

¿Cómo capturar pictóricamente los horrores del abismo infernal? El imaginario dantesco ha tenido gran fecundidad iconográfica. Desde el Renacimiento, muchos pintores encontraron la inspiración que buscaban en lo más siniestro y tenebroso de la Divina comedia. Felipe Jiménez efectúa un recorrido histórico por las pinturas de Sandro Botticelli, el Bosco y los prerrafaelitas, entre muchos otros que sintieron fascinación por el Infierno.


Por Felipe Jiménez

La Biblioteca Apostólica Vaticana de Roma y el Museo de Grabados y Dibujos de Berlín resguardan un verdadero tesoro del Renacimiento. Fue necesaria la intervención de tres gigantes de su tiempo para que esta obra maestra viera la luz: Dante Alighieri (Florencia, 1265 - Rávena, 1321), autor de la Divina comedia, obra fundacional de la literatura en lengua italiana; Lorenzo de Pierfrancesco de Médici (Florencia, 1463-1503), mecenas y gran protector de artistas, y Sandro Botticelli (Florencia, 1445-1510), pintor de algunas de las obras más emblemáticas del Renacimiento y uno de los creadores que más contribuyeron al esplendor de Florencia. Para la concepción de esta obra, Dante aportó la inspiración temática; Lorenzo de Médici, el convencimiento de la necesidad de representar el poema, y los medios para ello; en tanto que Botticelli puso todo su genio creador al servicio de un proyecto que era un verdadero desafío. 

El artista inmortalizaría la belleza en creaciones como El nacimiento de Venus, obra fundamental para culminar la transición del gótico al estilo renacentista. Pero lo que Lorenzo de Médici le propuso en el monasterio de San Lorenzo de Florencia era un auténtico reto, algo inmenso: capturar la obscuridad, los abismos y los horrores del Infierno, de acuerdo con la narración de Dante. Y aunque la obra estaba muy presente en el imaginario popular, nadie hasta entonces se había atrevido a hacerlo. Botticelli aceptó el desafío, al principio con perplejidad, pero al final decidió emplear todos los medios a su alcance para ejecutar tan fascinante y perturbador encargo. 

 El Mapa del Infierno 

El resultado fue el Mapa del Infierno, una visualización del viaje de Dante y Virgilio atravesando el averno, una obra monumental que plasma el poema como si fuera una historieta. En su narración, el Poeta Supremo describe cómo, impulsado por la duda, busca la iluminación. Su amada Beatriz ha iniciado el viaje, y lo envía a través de las puertas del Infierno, las de la aterradora inscripción: “Por mí se va a la ciudad doliente, / por mí se ingresa en el dolor eterno, / por mí se va con la perdida gente […], abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis”. Dante da cuenta, además, de que había diferentes niveles de pecado. Los que tenían suerte, podían escapar al Purgatorio, e incluso llegar al Paraíso. Botticelli imagina todo esto. La descripción del viaje da inicio con un embudo gigantesco excavado en la tierra, impresionante dibujo que, más de 500 años después, aún tiene detalles por descubrir. Es el estudio conceptual en el que el artista establece los cimientos del enfoque con el que ejecutará la obra. Realizado en un pergamino, es la primera de una serie de 102 ilustraciones. 

Se sabe que Botticelli comienza su labor en 1480. La interrumpió al año siguiente cuando se trasladó a Roma, para diseñar frescos en la Capilla Sixtina durante más de un año. Regresa entonces a Florencia y retoma las ilustraciones de la Divina comedia con nuevas ideas creativas. Paolo Vian, jefe del Departamento de Manuscritos de la Biblioteca Apostólica Vaticana, describe este momento: “Ha encontrado un estilo narrativo totalmente nuevo. Demuestra ser un gran innovador artístico. No plasma una imagen, sino el discurrir de un ciclo, un continuo espacio temporal a partir del embudo del Infierno. Por ejemplo, en el embudo se puede ver en la parte superior a Dante y Virgilio, que se distinguen por el color de sus túnicas. Y se ve cómo avanzan a través de los nueve círculos”. 

Al final, en el canto XXXIV en el que Dante y Virgilio llegan al centro de la Tierra, se encuentran con el mismísimo Lucifer. El demonio es representado como una figura completa sobre un pergamino de doble tamaño, y muestra a ambos protagonistas escapando del Infierno, para lo cual tienen que bajar por el cuerpo de Lucifer como si se tratara de una montaña, sujetándose de su denso pelaje. Al llegar al muslo de Satán, están cabeza abajo, pero en realidad están subiendo por otro hemisferio a la superficie de la Tierra. 

Botticelli, además de la representación de varias fases en un mismo pergamino, planea una disposición especial del texto análogo. Así, cada uno de los cien cantos se escribe al reverso.

Mapa del Infierno de Sandro Botticelli, lámina de pergamino, pintado con la técnica “a la punta de plata”, 1480-1490, Biblioteca del Vaticano. 

Botticelli da un paso más. Necesita espacio para sus dibujos e imagina algo nuevo. Además de la representación de varias fases en un mismo pergamino, planea una disposición especial del texto análogo. Así, cada uno de los cien cantos se escribe al reverso. En consecuencia, al encuadernar los originales, la imagen aparece siempre arriba; y el canto correspondiente, abajo. En este libro fantástico, el embudo del Infierno queda como la imagen de portada. 

 

Botticelli trasladó al dibujo la fascinación por el Infierno, y exhibió el poder y la magnificencia de los Médici. 

 

En la obra de Botticelli, Dante y Virgilio descienden por un enorme embudo excavado en la tierra hasta llegar a los círculos del Infierno. 

Poder y magnificencia de los Médici 

Se piensa que el artista trabajó en la obra hasta 1495, por lo que su ejecución fue un proceso muy lento. Pero cumplió su propósito sobradamente; inmortalizó en la plástica la obra maestra de Dante trasladando al dibujo la fascinación por el Infierno, y exhibió el poder y la magnificencia de los Médici. Unas pocas generaciones después se pierde el rastro de la obra, hasta los albores del siglo XIX, cuando la mayor parte de los dibujos va a dar a Escocia, a la residencia del duque de Hamilton, Alexander Douglas-Hamilton. El décimo duque, que tenía una verdadera debilidad por los tesoros artísticos, se hizo de una colección impresionante. Y en una de las vitrinas de su biblioteca tenía el Mapa del Infierno de Botticelli. Entre 1791 y 1802 el duque estuvo en Italia, y ahí adquirió numerosos manuscritos. Al regresar al Reino Unido le presentaron al librero londinense James Edwards, que se convirtió en el principal proveedor de su colección. Edwards fue a París en 1803 y encontró la obra de Botticelli en la librería de Claudio Molini, quien había encuadernado los pergaminos de nueva cuenta, siguiendo una lógica secuencial con los dibujos. 

El duodécimo duque de Hamilton, William Alexander Louis Stephen Douglas-Hamilton, se vio obligado a vender la colección heredada. En enero de 1882 el diario The Times publicó una breve nota informando que la colección de manuscritos del duque se pondría a la venta en una subasta. El director del Gabinete de Grabados de Berlín, Friedrich Lehmann, se mostró inmediatamente interesado. El duque aceptó la oferta alemana, y el 25 de octubre de 1882 se recibieron 80 000 libras esterlinas del gobierno prusiano. En los siguientes días la colección se empaquetó en 18 cajas de zinc, que se embarcaron rumbo a Alemania en cuatro barcos distintos. Sólo 85 dibujos llegaron a Berlín. Siete pergaminos habían sido separados de la colección, entre ellos el Mapa del Infierno, los cuales se enviaron a Roma. En el Vaticano pasaron inadvertidos hasta que en 1887 el investigador austriaco Josef Stevovski se dio cuenta de que los siete dibujos formaban parte de la colección que se resguardaba en Berlín. Así, las cámaras acorazadas de la Biblioteca Apostólica Vaticana actualmente conservan siete pergaminos de la obra de Botticelli, y otros 85 dibujos originales constituyen el mayor orgullo del acervo del Museo de Grabados y Dibujos de la capital alemana. Se supone que la colección originalmente comprendía 102 pergaminos, así que alrededor de diez están extraviados.