Portada: Retrato de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, óleo sobre lienzo de autor anónimo, 1822. Museos Estatales de Berlín. La magia de la música es fuerte, cada vez más fuerte, debe romper cualquier atadura de otro arte. E. T. A. Hoffmann
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Literatura

En su bicentenario luctuoso E. T. A. Hoffmann, paradigma del Romanticismo

Recordamos a E. T. A. Hoffmann (1776-1822) en su bicentenario luctuoso con este ensayo del escritor Mario Saavedra, quien realiza un recorrido por la vida y obra del cuentista y novelista alemán, cuyo legado es modelo del género fantástico. Lo extraordinario, lo siniestro, el horror y el doble fantasmal son sellos de la poética de Hoffmann, escritor, músico y dibujante, que encontró en el arte su verdadera salvación.


Por Mario Saavedra
 

 

El epígrafe anterior contribuye a entender la personalidad de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (Königsberg, 1776-Berlín, 1822), su poética, pues siempre vio en la música la expresión sublime de las artes y su pasión más entrañable, a la que dedicó más tiempo y más esfuerzos a lo largo de su atribulada existencia. Pero esa amada más querida no siempre le correspondió como debiera, y en cambio, encontró en la literatura –en su caso, musical por donde se le vea, como bien lo expresaría más tarde su gran admirador Jacques Offenbach como trasfondo de su ópera más famosa, donde Hoffmann es motivo y personaje– el complemento de su gran talento y, por qué no, de su fama.

Paradigma del Romanticismo, E. T. A. Hoffmann encarnó en su persona de igual modo el eslabón de transición entre el mundo donde predominaba todavía la razón y esa novedosa voluntad de ruptura que implicó el llamado Sturm und Drang alemán, por supuesto de la mano del imponente Goethe y el impasible Schiller. Corta y azarosa, la vida de Hoffmann resulta contrastante por muchas razones, entre otras, porque si bien su personalidad y su visión del mundo coincidían con ese maravilloso nuevo “desorden” de creatividad, en su formación y su producción se manifestaban la apertura de saberes y de intereses de la escuela anterior, como jurista, como dibujante y caricaturista, como pintor, como arquitecto, como teatrista en varios frentes, y como cantante y compositor.

Admirado por Beethoven y por Weber, y por otros muchos grandes artistas y pensadores que veían en su persona y en su obra un caudal inagotable de inspiración, E. T. A. Hoffmann sumó el tercero de sus nombres de firma a raíz de su gran veneración por Wolfgang Amadeus Mozart, en especial por el creador de Don Giovanni –inspiración de su relato Don Juan–, que era su obra predilecta y de la cual el citado Offenbach utiliza una muy conocida frase en su gran ópera inspirada en el artista de la Königsberg prusiana, hoy Kaliningrado en Rusia, después del reordenamiento europeo al término de la Segunda Guerra Mundial. Pero más allá de esa forzada circunstancia histórica, Hoffmann es un artista teutón por donde se le vea, que se expresó y escribió en alemán, y que en su persona y en su creación encabeza esa nueva voluntad artística que encontró su mayor plenitud en la primera mitad del siglo XIX.

De origen húngaro-polaco, tras la separación de sus padres se crio con la pietista familia de su madre –una mujer enferma y neurótica a la que convertiría después en personaje de uno de sus cuentos–, donde un tío no menos autoritario contribuiría a un pronto y definitivo distanciamiento del artista. Infancia es destino, escribió Freud, y ese ambiente tan ríspido como ambivalente resultaría determinante en la formación del carácter y la savia emocional de quien en el conocimiento y en el arte encontró el mayor refugio para cobijar un talento creativo que se manifestó por muy diversos cauces a la vez distantes y complementarios, definitorios en la personalidad de un creador con una muy poderosa vena inventiva e inspiración.

Ya cumplidos los treinta años, una severa crisis emocional hundiría a Hoffmann en el alcohol y lo obligaría a replantearse por fin su vida, convirtiéndose una vez más su verdadera vocación artística en tabla de salvación.

Como su modelo Goethe, desde muy joven manifestó un precoz talento en la pintura y en la música, pero su ascendente jurista lo obligó a estudiar formalmente Derecho en la universidad de su ciudad natal, y comenzar una carrera administrativa con paradas en Berlín, Poznań, Płock y Varsovia. Ya cumplidos los treinta años, una severa crisis emocional lo hundiría en el alcohol y lo obligaría a replantearse por fin su vida, convirtiéndose una vez más su verdadera vocación artística en tabla de salvación. De personalidad crítica e incendiaria, no pocas veces sus caricaturas le crearon conflictos con la autoridad, por un provocador humor cáustico que se haría más virulento durante la invasión napoleónica de 1806.

Otra vez en Berlín, durante la inestabilidad bélica, por esos años sufrió una implacable fiebre tifoidea que casi lo lleva a la tumba. Ya en el Reino de Baviera, en Bamberg, donde residió hasta 1813, Hoffmann fue uno de los primeros artistas independientes que rompió con el mecenazgo, viviendo exclusivamente de su arte, de su trabajo como tramoyista, director y escenógrafo en el teatro que dirigía su entrañable amigo Franz Ignaz von Holbein. Trotamundos, en Leipzig comenzaría además una no menos reconocida carrera como crítico musical en la famosa publicación especializada Allgemeine Musikalische Zeitung, donde dejó una valiosa herencia de lúcidas e inventivas reflexiones en la materia, que años después influiría en otros músicos y críticos, como Schumann.

Ya un personaje y un artista reconocido, la segunda década del nuevo siglo resultó determinante en su producción musical y literaria, pues de esos años es su Fantasiestücke, cuyo patrón después seguiría el propio Schumann, y su ópera más conocida, Undine, que estrenó en el Teatro Real de Berlín en 1816, por la misma época en que acepta el cargo de consejero de justicia del tribunal de la administración prusiana. A partir de la novela fantástica homónima de Friedrich de la Motte Fouqué, refiere la triste historia de una ondina o espíritu del agua, quien se casa con un caballero para poder obtener un alma que en su condición le ha sido negada. Convertida en niña en la tierra y adoptada por una familia de pescadores, el caballero le jura un amor eterno que su familia le advierte no podrá cumplir dada su condición de ser humano transitorio e imperfecto. Realidad y fantasía, la tragedia se consumará entonces cuando sea la misma Undine quien tenga que vengar su desamor y darle muerte al tornadizo caballero.

Reutilizadas la atmósfera y la historia años después por otros compositores como Christian Friedrich Johann Girschner, Albert Lortzing, Alekséi Lvov, Chaikovski y Dvořák en su mucho más conocida y puesta Rusalka, la Undine de Hoffmann sigue musicalmente el patrón del singspiel alemán de su venerado Mozart. Obra en tres actos, tendría una enorme influencia en el desarrollo de la ópera romántica alemana posterior, desde Weber hasta Wagner, y como La flauta mágica del propio Mozart, que igual condensa lo poético y lo simbólico, utiliza como tema un cuento de hadas y se caracteriza por un espíritu decididamente nacionalista. Como otras tantas obras decisivas en el transcurrir musical de su tiempo, esta ópera ha caído más bien en el olvido y prácticamente no ha tenido presencia ni en los escenarios ni en las salas de grabación, si bien posee pasajes de enorme belleza y revela el talento tanto melódico como orquestal de su inquieto creador. Pero Hoffmann también escribió música religiosa, sinfonías y ballets, además de partituras incidentales para obras de teatro ajenas.

Fue pionero en el uso del doppelgänger, es decir, del doble fantasmal que influiría en muchos otros autores, sin olvidar por supuesto al gran Jorge Luis Borges.

El escritor ha tenido mucho mejor fortuna, como lo atestiguan muchos de sus cuentos y algunas de sus novelas todavía presentes en el radar literario, conforme influyeron en narradores posteriores de trascendencia como Edgar Allan Poe, Théophile Gautier e incluso Franz Kafka. Fue de igual modo pionero en el uso del doppelgänger, es decir, del doble fantasmal que influiría en muchos otros autores, sin olvidar por supuesto al gran Jorge Luis Borges. De esos años de muy nutrida producción es su novela gótica más oscura y célebre, Los elixires del diablo, publicada por entregas entre 1815 y 1818, a manera de folletín, inspirada por El monje de Matthew Lewis. Si bien Hoffmann no era precisamente creyente, su impresión al visitar un monasterio de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos fue tal que decidió escribirla en ese entorno religioso, místico, dominado por el sobrecogimiento de un artista obseso e inspirado.

Sus obras de ficción, de horror y de suspenso, que son modelo del Romanticismo literario y del género fantástico, por cómo introducen y dosifican el artificio de lo extraordinario que irrumpe en el orden cotidiano, combinan lo grotesco y lo sobrenatural con un poderoso realismo psicológico que trascendería hasta el siglo XX y el cinematógrafo. El mismo Heinrich Heine escribió sobre él:

Todas sus historias llevan el sello de lo extraordinario. Los elixires del diablo, por ejemplo, contiene las cosas más terribles y espantosas que puede imaginar el espíritu humano. ¡Cuán débil nos parece El monje de Lewis que trata el mismo tema! En Gotinga, un estudiante se volvió loco tras leer esta novela que ha sido de inspiración para otros autores.

Portada de Die Elixiere des Teufels (Los elixires del diablo) de E. T. A. Hoffmann, primera edición, 1815, Berlín. Fotografía de H.-P. Haack. Fuente: Wikipedia.

Dibujo de E. T. A. Hoffmann para el relato “El hombre de arena”, publicado en Cuentos nocturnos, 1817, Berlín.

 

De la misma época de los hermanos Grimm, otras historias fantásticas suyas como El hombre de arena, o La noche de San Silvestre, o El puchero de oro, o El violín de Cremona han servido de igual modo de modelo e inspiración, y personajes de estas leyendas hechas literatura por su genio aparecen y conviven con el propio Hoffmann enamorado en la mencionada ópera de Offenbach: Olympia, Antonia, Giulietta, Stella, y el diabólico antagonista del poeta encarnado por los Lindorf, Coppelius, Miracle y Dapertutto. Pero además de Los cuentos de Hoffmann (con libreto de Jules Barbier, a partir de una obra escrita por Michel Carré y el propio Barbier en derredor de los cuentos de Hoffmann), que está en repertorio todo el tiempo y ha servido de lucimiento para sopranos y tenores de primer orden, el músico francés Léo Delibes compuso su no menos famoso ballet Coppélia a partir del mismo El hombre de arena.

Autorretrato como el maestro de capilla Johannes Kreisler, dibujo a lápiz y tinta de E. T. A. Hoffmann, 1815, Berlín. Biblioteca Estatal de Bamberg.

Autorretrato de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, grabado en cobre de Karl Ludwig Bernhard Buchhorn a partir del dibujo del autor, circa 1800. Museum Stadt Königsberg en Duisburg, Alemania.
Fuente: Wikipedia.

 

Al ser Hoffmann uno de los músicos y escritores más referenciados, su reutilizado personaje del maestro de capilla Johannes Kreisler también inspiró la inmortal obra para piano Kreisleriana de Schumann, mientras que Wagner usó un tratamiento del cuentista en su celebérrima Los maestros cantores de Núremberg. Gaetano Donizetti, por su parte, había empleado El Dux y la dogaresa para la ópera Marino Faliero; y de Signor Formica tomó muchos rasgos para su Don Pasquale. De influencia más o menos manifiesta son de igual modo otros relatos suyos de horror deliciosamente elegante, como El magnetizador, El mayorazgo, Vampirismo y Los autómatas, que contribuyeron sustancialmente a delinear el género fantástico.

Esclavo de su incontenible sensibilidad, se entregó a una vida desordenada que acabó por destruir su salud y conducirlo a las puertas de la locura.

En el pináculo de su éxito y esclavo de su incontenible sensibilidad, se entregó a una vida desordenada que acabó por destruir su salud y conducirlo a las puertas de la locura, como su contemporáneo y no menos desgraciado Hölderlin, si bien su productividad desaforada lo mantuvo todavía lúcido y activo hasta su muerte. Ya paralítico y muy mermado el último año de vida, le dictaba sus textos a su esposa y a sus secretarios porque el encierro forzoso y la inactividad física habían intensificado su agudeza y su creatividad. Si bien sus muchos amigos devotos intentaron alejarlo en varias ocasiones del abismo, la censura y la desaparición de su amado gato Murr (que sus vívidas observación e imaginación ya habían hecho personaje protagónico de su novela Opiniones del gato Murr sobre la vida, de 1822, donde también aparece el maestro de capilla Kreisler) acabarían por desesperarlo y darle la última estocada, agravándose irremediablemente con la sífilis que poco más de un lustro después mataría también al más joven y no menos genial Schubert.

Amistad verdadera de Michael Knobel, dibujo con lápices de colores para la novela Opiniones del gato Murr sobre la vida, de E. T. A. Hoffmann, 2014. Biblioteca Estatal de Bamberg.

Página con los "escritos" del gato Murr en la novela Opiniones del gato Murr sobre la vida de E. T. A. Hoffmann, Berlín, 1818-1821. Biblioteca Estatal de Bamberg.

 

 



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