'Retrato de Enrique VIII de Inglaterra' (1491-1547), óleo sobre madera de Hans Holbein el Joven, 1540, Palacio Barberini, Roma. Fuente: 'Wikipedia'.
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Historia

Enrique VIII, el rey compositor

Fernando Álvarez del Castillo nos ofrece un ensayo sobre el interés y habilidad musical del rey Enrique VIII, y el lugar prominente de la música en su corte, como lo prueba el Manuscrito Enrique VIII (1544), una colección de canciones de carácter cortesano. Enrique VIII fue un rey singular que tocaba la flauta dulce y traversa, bailaba, cantaba y justaba, además de ser coleccionista de instrumentos.


Por Fernando Álvarez del Castillo

A fin de cuentas, ¿qué permanece de las luchas de poder? La llegada de Francisco I al trono de Francia el 25 de enero de 1515 levantó tanto alborozo y despertó tantas esperanzas en París como el advenimiento de Enrique VIII lo hiciera en Londres seis años antes, en 1509. El acontecimiento provocó la curiosidad de Enrique a tal punto que invitó a un grupo de venecianos a Greenwich para las festividades del 5 de mayo de 1515. Ahí aprovechó para llamar aparte a uno de ellos y preguntarle: “¿El rey de Francia, es tan alto como yo? ¿Es vigoroso? ¿Qué tal tiene las piernas?” (Bagley, p. 37), pero Enrique, que estaba enfermo de vanidad, omitió preguntar: “¿Él también es compositor como yo?”.

A Enrique VIII le gustaba acompañarse de cortesanos elegantemente vestidos y ser atendido servilmente por mozos ataviados con finas libreas. Quería deslumbrar a aquellos astutos venecianos que habían llegado a Inglaterra desde Francia y que pregonarían después sus impresiones por toda Europa. Estaba empeñado en demostrarles que ni los nobles ingleses ni el rey de Inglaterra eran inferiores en nada a la corte francesa ni a la persona de Francisco I. Sin embargo, en mayo de 1519, ante la insistencia de sus consejeros, Enrique VIII aceptó separar de la corte a su cercano amigo Nicholas Carew y otros tres jóvenes lores, quienes recientemente habían visitado la corte de Francisco I y estaban convertidos en “franceses en lo referente a modales, comida, bebida y también a vicios y jactancia”, de tal modo que se burlaban abiertamente de la carencia de estilo y de la rutina pasada de moda de la corte inglesa. En realidad, Carew fue defensor de la princesa María Tudor (hija de Enrique y de Catalina de Aragón, y futura reina), por lo que se le acusó de alta traición y se le decapitó en 1539.

Una de las cláusulas del tratado franco-inglés, firmado en Londres en octubre de 1518, estipulaba que Enrique VIII y Francisco I celebraran una reunión en un futuro próximo. La elección de Carlos V como emperador retardó los planes, pero finalmente los dos reyes acordaron encontrarse en el verano de 1520, en el Paso de Calais, cerca de Guînes, y consintieron en que el cardenal Thomas Wolsey, lord canciller del reino de Inglaterra, fuera el intermediario. Para Enrique, era importante sostener una entrevista con Carlos V porque le preocupaba que el emperador malinterpretara el propósito de su encuentro con Francisco. Así que, mientras los hombres de Wolsey hacían arreglos para que un ejército de labradores y artesanos cruzara el canal de La Mancha e hiciera los preparativos pertinentes en Balinghem, cerca de Guînes, en Francia, el propio Wolsey negociaba con la corte del emperador Carlos V para prevenirlo sobre lo que iba a suceder en tan extravagante reunión. El objetivo oficial de Enrique era reducir la tensión entre Francia y el Imperio, ya que dicha nación se encontraba en medio de las posesiones de Carlos V; también buscaba fomentar la paz entre la cristiandad y unir a los monarcas cristianos en una cruzada contra los infieles, asunto que interesaba al papa León X (Bagley, p. 55).

Izquierda: Enrique VIII de Inglaterra, óleo sobre madera de Meynnart Wewyck, circa 1509, Museo de Arte de Denver. Fuente: Denver Art Museum (sitio web). Derecha: Catalina de Aragón, óleo sobre madera de Michel Sittow, circa 1514, Museo de Historia del Arte de Viena, Austria. Fuente: Wikipedia.

 

Wolsey experimentó dificultades para sincronizar los acontecimientos durante el animado verano de 1520. Francisco insistía en que su encuentro con Enrique no se celebrara más allá de mayo, porque su esposa, la reina Claudia, estaba embarazada y no podría asistir después. Por otra parte, Carlos prefería realizar la reunión en junio, aunque Enrique consideraba mejor verlo antes que a Francisco. Finalmente, la agenda se complicó.

Enrique, Catalina de Aragón, su primera esposa, y la mayor parte de los cortesanos salieron de Greenwich el 21 de mayo rumbo a Francia. El 25 llegaron a Canterbury y allí recibieron la inesperada noticia de que las naves de Carlos V estaban ancladas afuera de Dover. Por consiguiente, Enrique pospuso su encuentro con Francisco para reunirse con Carlos en ese puerto, y pasó los siguientes días en Canterbury entrevistándose con el emperador. El último día del mes, Carlos se embarcó en Sandwich para regresar a los Países Bajos mientras Enrique lo hacía en Dover para atravesar La Mancha.

El Campo del Paño de Oro, óleo sobre lienzo de autor desconocido, circa 1545, Colección Real de Hampton Court. En la parte inferior izquierda se ve a Enrique VIII acercarse a caballo.

 

Tras su reunión con Carlos V, Enrique VIII se hizo a la mar el 4 de junio en el Henry Grâce à Dieu (“Enrique por la gracia de Dios”) rumbo a Balinghem –territorio francés, entonces, en manos de los ingleses–, para el encuentro en el Campo del paño de oro con Francisco I. Hubo pompa, festejos, banquetes y mucha música. Alrededor del palacio temporal, espléndidamente edificado y decorado para Enrique y Catalina, los hombres de Wolsey montaron casi tres mil tiendas adornadas con diseños heráldicos, que servirían para albergar a ministros, nobles y soldados del rey; todo ricamente ataviado (Bagley, p. 56).

Las descripciones de tal acontecimiento desafían la imaginación de cualquiera:

Cinco mil cortesanos, prelados y altos mandatarios de Estado acompañaron a Enrique desde Inglaterra para encontrarse con Francisco que iba con 5000 cortesanos y 3000 caballos. Se erigieron ‘ciudades’ gemelas temporales. Para Francisco, un gran pabellón de sesenta pies de alto hecho con franjas alternadas de paño de oro y terciopelo azul, bordadas con flores de lis, y coronado por una estatua de san Miguel de tamaño natural; dicho pabellón estaba rodeado por 400 tiendas más pequeñas destinadas a su cortejo. Para Enrique, se erigió un gran castillo de cuatro torres, almenado y con foso, hecho de madera y tela pintada al trampantojo para que pareciera de piedra y decorado con la rosa roja de los Tudor.

 Jacques Dubois, médico de Enrique VIII, lo describió así:

Un edificio inmenso y augusto que se eleva en vigas y está cubierto de oro, con incrustaciones de grandes piedras preciosas; edificio más precioso que el palacio de César [a Francisco I su madre lo llamaba César]. En el jardín, de una magnífica fuente, manaba abundante vino para todos los asistentes. Del 5 al 23 de junio de 1520, ambas cortes rivalizaron en pompa y esplendor; los reyes nunca usaron dos veces los mismos atuendos e intercambiaron regalos de valor estratosférico. Wolsey escogió el color carmesí para el terciopelo que vestía su guardia, y para sí mismo, seda carmesí. Cuando finalmente ambos reyes se encontraron solos en la lujosa tienda real, Enrique vestía paño de plata y de damasco, listado de oro, tan ajustado como era posible, mientras que Francisco se encontraba ataviado con paño de oro y plata y una capa de satín color púrpura que envolvía su cuerpo desde el hombro hasta el talle. (Bagley, p. 57).

 Los dos reyes se saludaron y tomaron cada uno la medida del otro. Después, Enrique admitió que Francisco tenía buena figura y un porte alegre, y Francisco admiró el cuerpo erguido de Enrique, aunque algo regordete, su barba de oro rojizo y su elegante apariencia. A los músicos y los artistas se les concedió carta blanca, siendo la única condición que sus obras ensalzaran la gloria de sus respectivas naciones. No menos de 24 trompetistas acompañaron los platillos en los festines. Los torneos, banquetes y entretenimientos fueron soberbios; los modales y el ceremonial estuvieron perfectos, con excepción del torneo entre los dos monarcas, que tuvo un momento de sinceridad cuando Francisco derribó a Enrique y este se levantó jurando venganza.

Durante la última noche, los artesanos reales levantaron en parte del terreno de torneos una magnífica capilla de madera cubierta por tapices y gobelinos, y a la mañana siguiente, el 23 de junio, Wolsey, asistido por el legado papal, dijo una misa concelebrada en presencia de los monarcas, cuatro cardenales franceses y 21 obispos. Los cantores de las capillas de sendos reinos estaban ahí y la misa fue cantada a todo volumen y suntuosamente. La ceremonia se vio coronada por la interpretación de varios motetes, un verdadero concurso entre ambas capillas; cada una de ellas escogió las piezas más espléndidas de su repertorio. Mientras la capilla de Enrique era más modesta, pues sólo contaba con 20 cantantes, la de Francisco había aumentado casi al doble al fusionarse la capilla de Luis XII con la de su esposa, la reina Ana de Bretaña, a la muerte de esta en 1514. Es oportuno recordar que Luis XII había estado casado en terceras nupcias con María Tudor, hermana de Enrique VIII.

Tapiz renacentista que muestra el encuentro de los reyes Enrique VIII y Francisco I en el Campo del Paño de Oro. Además de ostentar el escudo de armas de la familia en los cuatro ángulos y otros escudos diversos, plasma, al centro, un combate de lucha. En la parte superior se aprecia a la derecha, a Francisco I de Francia, con un guante en la mano derecha. A su lado vemos a su madre, Luisa de Saboya, con la mano sobre el hombro de un caballero que sostiene un halcón. Junto a él, se encuentra la reina Claudia de Francia mostrándole un anillo, premio de la competencia. La fecha de elaboración se calcula entre 1525 y 1530, probablemente en Tournai. Fuente: Sotheby's.

Del Campo del paño de oro, Enrique VIII regresó a Calais, y dos semanas después se dirigió a Gravelinas para reanudar las pláticas con el emperador Carlos V, interrumpidas por su reunión con Francisco I. Ambos monarcas y sus cortes pasaron tres o cuatro días juntos, primero en Gravelinas y luego en Calais. El convite fue muy elegante, pero no alcanzó ni remotamente las extravagancias derramadas en Balinghem. Ambas partes consideraban que negociar era más importante que las demostraciones superficiales de poder (Bagley, p. 57-58).

Retrato de Francisco (1494-1547), rey de Francia, óleo sobre madera de Jean Clouet, entre 1525 y 1530, Museo del Louvre, París. Fuente: Wikipedia.

 

Conocemos los nombres de los compositores presentes en el Campo del paño de oro gracias a una lista de personas designadas como acompañantes del rey inglés en el encuentro con el monarca francés. Entre los caballeros, deben mencionarse al compositor favorito de Enrique VIII, Robert Fayrfax (1464-1521), y al maestro de los niños, William Cornysh el Joven (1465-1523). Llama la atención que se incluyera al compositor Nicholas Ludford (1485-circa 1557), miembro de la Capilla Real de San Esteban, Westminster. Aunque su estatus era inferior al de Fayrfax y Cornysh, al parecer gozaba del aprecio del monarca, como lo revela la presencia de sus obras en manuscritos espléndidos que ostentan las armas del rey. No obstante, la mayor parte de su producción fue escrita antes de 1530; tal vez Ludford, que siguió siendo católico, prefirió no componer para la liturgia reformada.

Partitura de Pastime with Good Company, canción compuesta por Enrique VIII poco después de su coronación, Cancionero de Enrique VIII, 1518, colección de la Biblioteca Británica, Londres.

 

A principios del siglo XVI, la música en la corte inglesa se estaba volviendo cosmopolita. El monarca coleccionaba con entusiasmo composiciones de maestros extranjeros. El llamado Manuscrito Enrique VIII, compilado a principios de su reinado, contiene obras tanto nativas como importadas. En contraste, la música francesa de la época era más nacionalista y moderna. Algunas melodías cruzaron el canal, mostrando gráficamente la interacción entre ambas cortes. La célebre Pavane d’Angleterre, del compositor y editor francés Claude Gervaise (1540-1583), es una versión elegante de la balada inglesa Heaven and Earth. La composición más famosa atribuida a Enrique VIII, Pastime With Good Company, comparte la melodía con la hermosa De mon triste déplaisir de Jean Richafort, impresa por primera vez en 1529 en el taller de Pierre Attaingnant. Curiosamente esta canción se incluye dos veces en el manuscrito, aunque las versiones difieran por detalles mínimos. En ella, el rey elogia la caza, la danza y el canto en buena compañía como pasatiempos que se pueden justificar porque ahuyentan el ocio que conduce a los vicios. Incluso, la propia Pavyn, otra de las piezas reales, se retomaría a mediados del siglo XVI en una versión francesa a cuatro partes. Bien se puede especular que algunas de estas referencias musicales cruzadas deban su existencia al encuentro en el Campo del paño de oro en 1520.

El Manuscrito Enrique VIII nunca estuvo en poder del monarca, su compilación debió ser obra de alguien cercano a él. Contiene 34 canciones compuestas por Enrique, además de obras de compositores como los ya mencionados Cornysh y Fayrfax, a los que se agregaron Robert Cowper (1465-1539), Thomas Farthing (†1520), John Lloyd (1475-1523) y músicos extranjeros como Heinrich Isaac (1450-1517), Jacobus Barbireau (1455-1491) y Loyset Compère (1445-1518). Se ha sugerido que sir Henry Guildford, maestro de caballería y administrador de la casa real, fue el dueño original. Probablemente en 1520 se realizó una copia de la colección como testimonio del variado y animado quehacer musical en la corte de Enrique. Algunas piezas pueden estar relacionadas con eventos de la época, como el nacimiento, en 1511, de Enrique, duque de Cornualles, hijo del rey Enrique VIII y de su primera esposa Catalina de Aragón, o la invasión a Francia en 1513; otras provienen de la tradición de la chansonborgoñona, cánones enigmáticos, canciones inglesas para varias voces y piezas instrumentales sumamente elaboradas.

Las canciones reflejan los intereses caballerescos del monarca, así como el equilibrio que mantenía entre los pasatiempos juveniles y el buen gobierno. Los entretenimientos eran frecuentes y suntuosos. Un relato de las celebraciones del 1º de mayo de 1515 en Greenwich describe la vida musical de la siguiente manera: “En el bosque había enramadas en forma de arcos, árboles en los que se colocaban deliberadamente aves canoras que cantaban con mucha dulzura. En una de esas enramadas se colocaban carros triunfales que contenían a los cantantes y músicos que tocaban el órgano, el laúd y las flautas durante el servicio del banquete”. Los músicos y cantantes también tocaban durante el viaje de dos millas de regreso a Londres. Probablemente, algunas de las canciones de Enrique fueron escritas para tales entretenimientos, y muchas de sus piezas instrumentales fueron arregladas para interpretarse como acompañamiento en escenificaciones teatrales. Dichas obras se encuentran entre la música inglesa más antigua para varias partes de instrumentos solos, lo que da pauta para reconocer el estatus elevado de los músicos. El conjunto de tres violas, por entonces en boga, se introdujo en la corte para alternar con grupos de flautas de pico y cuerdas rasgueadas. La agilidad vocal y amplitud de registro de algunas piezas hace pensar que en la capilla actuaron cantantes profesionales. La canción Though Sum Saith that Yough Rulyth Me posee el texto más personalizado de todos, con las invocaciones de Enrique a una juventud honesta y al amor dentro del matrimonio. Esta singular pieza tiene la firma del rey: “Así habla el octavo Enrique”.

Manuscrito del scriptorium atribuido a Petrus Alamire, músico y espía; una de cuyas copias obsequió a Enrique VIII.

 

La educación musical de Enrique VIII se debió en parte a que, siendo el hijo menor de Enrique VII, estaba destinado a la Iglesia. Su interés y habilidad en el arte musical quedan ampliamente demostrados por los numerosos testimonios de sus contemporáneos. El cronista de la época Edward Hall narra que el joven rey, durante su primera gira por el sur de Inglaterra en el verano de 1510, “pasaba el tiempo cantando y bailando, en armas, en deportes y justas caballerescas, y tocando flautas dulces y traveseras y espinetas”. Desde su ascenso al trono en 1509 (Arturo, su hermano mayor, había muerto en 1502), la música ocuparía un lugar prominente en la vida de la corte, en los encuentros con jefes de Estado, y en las procesiones, las comidas, los torneos, las mascaradas, las danzas y los efectos escénicos. Así, desde sus primeros actos públicos, como el banquete de su coronación, hubo un escenario en el que se encontraban niños cantores e instrumentistas, y se dice que en julio de 1517 escuchó durante cuatro horas seguidas la ejecución al órgano de Dionisio Memo, organista de San Marcos de Venecia, y en mayo del mismo año hizo escuchar a la corte a un joven que tocaba el laúd mejor que cualquiera.

Durante la Edad Media, los ministriles de las cámaras reales eran generalmente iletrados, lo que también sucedió en un principio en la corte de Enrique, pero pronto el rey reclutó una nueva generación de músicos cultos: la familia flamenca van Wilder –Matthew, Philip y Peter–, que llegó a Inglaterra hacia 1515. Philip van Wilder fue elevado al rango de gentilhombre de la Cámara del Rey y pronto se convirtió en confidente del monarca. A lo largo de su vida, Enrique hizo crecer el conjunto musical real por lo que el número de instrumentos aumentó considerablemente, aunque estaban dispersos por todos sus palacios. Por los inventarios de 1542 y 1547, es claro que cuidaba con esmero su colección. En los listados aparecen varios instrumentos de teclado (órganos, regales, virginales, clavicordios), instrumentos de cuerdas rasgueadas (laúdes, cítaras, arpas), instrumentos de arco (violas, violines, fiddles), de aliento (dulciones, cromornos, cornetos, gaitas, racketts y cornamusas) e instrumentos suaves (flautas de pico y flautas traveseras).

La reina Isabel bailando la volta con Robert Dudley, conde de Leicester, óleo de un artista desconocido (atribuido a Marcus Gheeraerts el Joven), circa 1580, castillo de Penshurst, Kent. Fuente: Wikipedia.

 

Si bien su reinado está lleno de claroscuros, Enrique VIII fue uno de los monarcas ingleses más activos. El rompimiento con Roma y la fundación de la Iglesia anglicana, la destrucción salvaje de monasterios, la instauración de la Armada Real y el establecimiento de Inglaterra como un Estado moderno son parte de su legado. Tales logros formidables o decisiones polémicas se suman a su desequilibrada historia matrimonial y a su imagen popular como un déspota de edad madura, gordo y caprichoso. De joven, fue admirado como un gentil príncipe renacentista dedicado a los deportes y a las artes; alegre músico, buen bailarín y compositor aficionado no exento de talento; se sabe que, incluso, llegó a componer al menos dos misas que se han perdido. El embajador veneciano Piero Pasqualigo escribió en 1515 sobre Enrique, a la sazón de 23 años: “Habla francés, inglés y latín, un poco de italiano y toca bien el laúd, el clavecín; canta a primera vista, tira del arco con mayor fuerza que cualquier hombre en Inglaterra y justa maravillosamente”. El énfasis de Pasqualigo sobre la música era más que sólo adulación. Además del laúd y el clavecín, Enrique tocaba el arpa e instrumentos de aliento como la flauta de pico. Otro relato del mismo año cuenta que el “rey mismo practicaba en el teclado día y noche”. Por obvias razones, sus méritos en este campo pudieron haber sido exagerados por sus súbditos y la posteridad, pero dejó numerosas piezas que nos permiten formarnos un juicio de la singular personalidad de este poderoso rey y de los entretenimientos cortesanos en los que él y Catalina de Aragón eran los personajes centrales.

Celosamente Enrique VIII se comparó con Francisco I, llamado “padre y restaurador de las letras”. Si bien no era compositor, fue un gran mecenas y magnífico escritor de textos que fueron musicalizados más de treinta veces. En su libro El cortesano (1528), Baldassare Castiglione dice: “Si la buena fortuna hace que monseñor de Angulema (el futuro Francisco I), como se espera, ascienda al trono, entonces creo que, al igual que la gloria de las armas florece y brilla en Francia, así sea también el mayor brillo de las letras”. La reputación de Francisco I como mecenas de las artes está perfectamente justificada: no olvidemos la creación del colegio de Lecteurs Royaux (1530) –que posteriormente se convertiría en el Collège de France–; las invitaciones para incorporarse a la corte realizadas al incomparable pintor y escultor Francesco Primaticcio, al célebre escultor, orfebre y escritor Benvenuto Cellini y al inmortal Leonardo da Vinci; así como la expansión de la colección nacional de pinturas; la implantación de la ley que requería que todas las publicaciones fueran legalmente registradas; y su biblioteca, que eventualmente se convertiría en la base de la futura Biblioteca Nacional de Francia. Su reinado también dejó una serie de castillos, admirados hoy en día por todos, entre ellos, el emblemático castillo de Chambord. Asimismo, la música estuvo presente a lo largo de su reinado; música a la que Leonardo en cierta ocasión llamó “la hermana menor y menos afortunada de la pintura, pues desaparece cada vez que se toca”.

El legado artístico de Francisco I fue de una grandeza insospechada y si bien hay pocos testimonios de su interés por la música, tal arte se encontraba tan cerca de su corazón como lo estaban el amor por su mujer y su amada Francia.

Referencias bibliográficas

Bagley, John Joseph. Enrique VIII y su tiempo, trad. de Leonor de Paiz. México: Editorial Herrero, 1964.

Raisin-Dadre, Denis. François Ier. Musiques d’un règne. Messe pour le Camp du Drap d’Or [CD].

 París: Zig-Zag Territoires, 2015.

Spring, Matthew. All Goodly Sports: The Complete Music of Henry VIII [CD]. Colchester: Chandos Records Ltd., 1998.

Torby Philip. The Field of the Cloth of Gold [CD]. Badminton: Amon Ra Records, 1991.

 

 



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