Portada: Geometría guanajuatense, óleo sobre tela de José Chávez Morado, 1973.
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Historia

Festival Internacional Cervantino: un festival con raíces de medio siglo

Sergio Vela, director general de Arte & Cultura del Centro Ricardo B. Salinas Pliego, nos habla de la historia del Festival Internacional Cervantino y de su experiencia como el director con mayor permanencia en el cargo –de 1992 a 2000–. Durante su periodo logró presentar una programación equilibrada y de gran nivel cualitativo. Festejamos el 50.º aniversario de este festival multiartístico, que es identidad y patrimonio cultural de México.


Por Sergio Vela

 

Origen moderno de los festivales artísticos

Los festivales son, o deben ser, momentos de excepción en el ritmo ordinario de la vida, que permitan enfocar la atención en el contenido que se quiere brindar, frecuentemente asociado a una conmemoración. Han sido necesarios desde tiempos inmemoriales, pero es en el calendario de la cultura griega donde ya se marca un lugar significativo para ellos. 

Es a Richard Wagner a quien debemos la idea de los festivales artísticos modernos. Vehemente estudioso de la tragedia griega desde antes de ser compositor, Wagner tenía cerca de 35 años de edad cuando concibió una ópera heroica cuya dimensión lo condujo a escribir un segundo y un tercer libreto, cada uno precedente de los anteriores. Por último, elaboró un cuarto libreto como prólogo a la trilogía. Dicha obra sería El anillo del nibelungo, con su prólogo El oro del Rin y sus tres jornadas: La valquiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses. Alrededor de 1852-1853, Wagner ya tenía concebida esta obra dramatúrgica para ser representada en cuatro jornadas consecutivas; sin embargo, no existía ningún teatro con la capacidad técnica para responder a las exigencias escénicas planteadas; tampoco había organización alguna que permitiera ensayar y ejecutar cuatro obras distintas, en secuencia y en días sucesivos. La idea misma de presentar cuatro obras, como hicieron los griegos, no existía entonces en Europa. Wagner se dio cuenta de que era necesario construir un recinto ex profeso si quería llevar a cabo su ambicioso proyecto; un recinto que, además, debía funcionar en un período que permitiera al público entregarse en exclusiva a la experiencia escénica. 

En su afán, con el correr del tiempo y tras muchas vicisitudes, Wagner halló la vieja capital de Franconia, una pequeña ciudad provinciana y apacible, con monumentos rococó y una historia de más de ochocientos años, pero cuyo esplendor había acabado un siglo antes: Bayreuth. Wagner debió pensar que, si alguien podía llegar allí, sería con el único propósito de presenciar El anillo del nibelungo. Así es como fundó el Festival de Bayreuth en 1876, el primer festival moderno, que acabó convirtiéndose en cita obligada para artistas e intelectuales europeos, e incluso para los americanos que viajaban a Europa. 

El I Festival Cervantino fue inaugurado el 29 de septiembre de 1972 por Dolores del Río y Luis Ortiz Macedo, director del I N B A .

 

En vista del éxito del Festival de Bayreuth, surgió en la mente de algunos colosos de la cultura alemana la idea de hacer algo similar en Austria. Con esa impronta, en 1920, Max Reinhardt, Hugo von Hofmannsthal y Richard Strauss establecieron el Festival de Salzburgo en la ciudad natal de Mozart, igualmente bella, apacible y llena de monumentos históricos. El Festival fue una especie de acto de justicia a la memoria de Mozart, que Salzburgo no le otorgó en vida. A diferencia del de Bayreuth, donde sólo se representan las obras de Wagner, el Festival de Salzburgo no está dedicado sólo a Mozart.

Un festival artístico en el sentido moderno, con el de Bayreuth como piedra fundacional, constituye también la declaración de una convicción profunda: el arte es el antídoto a la destrucción de la guerra. El Festival de Salzburgo fue fundado cuando acababa de concluir la Gran Guerra. Por su parte, el de Edimburgo, otro de los festivales emblemáticos del mundo, fue creado en 1947 en esa bellísima ciudad escocesa por británicos y exiliados alemanes y austriacos, con el fin de cicatrizar las heridas de la confrontación entre alemanes y británicos. A partir de allí, comienzan a multiplicarse los festivales: Avignon, Aix-en-Provence, Baden-Baden, los festivales italianos, etcétera. 

Algo de lo antedicho puede aplicarse a Guanajuato como sede del Festival Internacional Cervantino. Una ciudad pequeña, apacible, capital de un estado, de arquitectura grata e historia dilatada, se convirtió en la sede de un festival internacional que es sin duda un paréntesis en el ritmo ordinario de la vida. 

El Festival Internacional Cervantino no surgió como un festival multiartístico, sino como un festival teatral cuya primera edición, en 1972, tuvo como función inaugural, curiosamente, una ópera en el teatro Juárez: Don Quichotte de Massenet.

Si bien se le denomina Cervantino, no es porque Guanajuato tuviera similitud con los pueblos manchegos, ni porque se hubiera distinguido por los estudios sobre ese autor. Es que en esa ciudad ya existía una agrupación, el Teatro Universitario, fundado por Enrique Ruelas en la Universidad de Guanajuato, quien invitó a la comunidad universitaria y extrauniversitaria a participar, con cierta espontaneidad, en las puestas en escena de los Entremeses de Miguel de Cervantes Saavedra. En este empeño, la utilización de espacios abiertos, como la plaza de San Roque, trajo consigo una gran acogida pública y una bella historia a lo largo de casi dos décadas. Con ese antecedente, se instauró el Festival Internacional Cervantino.

No surgió como un festival multiartístico, sino como un festival teatral cuya primera edición, en 1972, tuvo como función inaugural, curiosamente, una ópera en el teatro Juárez: Don Quichotte de Massenet. En 1973 no hubo edición, ya que no existía un plan de continuidad. Al año siguiente, el proyecto se retomó y, a partir de 1974, hubo Festival anualmente. 

Continuidad y el sentido de la programación

A un festival artístico lo fortalece la continuidad. Si bien en el origen no había plan de continuidad, para esta resultó determinante la permanencia de los sucesivos directores del Festival Internacional Cervantino. El primero fue Óscar Urrutia; después vino Fernando Macotela, quien dirigió dos festivales. En seguida, Antonio López Mancera, un hombre comprometido como pocos con las artes escénicas. Luego, durante cinco años, la dirección del Festival recayó en un joven con gran cultura: Héctor Vasconcelos, quien recibió vasto apoyo de doña Carmen Romano, esposa del presidente José López Portillo.

A pesar de la severísima crisis económica de 1982 y los años subsiguientes, el Festival no se interrumpió, salvo en 1985, cuando se canceló por el sismo del 19 de septiembre.

A pesar de la severísima crisis económica de 1982 y los años subsiguientes, el Festival no se interrumpió. Volvió Antonio López Mancera, quien dirigió las ediciones de 1983 y 1984. Habría conducido la de 1985 también, pero un mes antes ocurrió el devastador sismo del 19 de septiembre. No había ánimo festivo y los recursos tuvieron que recanalizarse. Así que se canceló el Festival que habría tenido por número el XIII. En su lugar se realizó una Temporada Cultural de Otoño, para cumplir compromisos que no se podían deshacer, sobre todo aquellos que involucraban el apoyo de gobiernos extranjeros. En efecto, frente a la crisis económica, la manera de conservar la índole internacional del Cervantino fue poner en juego los convenios de intercambio cultural con otras naciones. Aunque conllevan una gran ventaja económica así como una importante ventana de divulgación, tienen también una desventaja corrosiva: en términos diplomáticos, es muy difícil rechazar aquello que se está ofreciendo sin costo. La consecuencia fue un crecimiento cuantitativo enorme a costa de la calidad durante casi una década, en la que prácticamente desapareció –por esta razón– la curaduría artística autónoma.