Italo Calvino fotografiado en Oslo, Noruega, el 7 de abril de 1961 por Johan Brun, fotógrafo del diario 'Dagbladet'. Fuente: Oslo Museum/ DigitaltMuseum.
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Literatura

Italo Calvino, el inconfundible

El escritor Fernando de León explora la obra de Italo Calvino (1923-1985) en festejo del centenario natalicio de un escritor cuya obra es incatalogable. Desde la trilogía de El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente, hasta Las ciudades invisibles, Los amores difíciles, Las cosmicómicas, Si una noche de invierno un viajero y Palomar, la experimentación narrativa y lo fantástico como voluntad humana fueron las búsquedas de Calvino para apelar a la inteligencia del lector y recordarle la conciencia de la libertad.


Por Fernando de León

Han pasado 100 años desde que, por un destino cruzado, el escritor italiano Italo Calvino nació en Santiago de las Vegas, Cuba, el 15 de octubre de 1923. A los dos años, sus padres y él regresaron a Italia, a San Remo, donde nacería su hermano. Ahí viviría con su familia la infancia y adolescencia. Pasada la Segunda Guerra Mundial, él se mudaría a Turín a estudiar y a trabajar. Su vida madura la viviría en París.

La obra de Calvino es múltiple: escribió novelas, cuentos y ensayos; fue editor, periodista, crítico y autor de libros inclasificablemente bellos. Su obra siempre cuenta con esta serie de atributos: en primer lugar, todos sus escritos desean ejercitar la inteligencia, tanto en su propuesta como en el entendimiento de quien los lea. En los personajes de Calvino hay un gusto permanente por el uso de la razón aunada a la empatía. En segundo lugar, está la veneración por el lenguaje escrito, no sólo como herramienta, sino como fin en sí mismo, al grado de lograr que la lengua diga lo que usualmente no dice. La escritura no es una mera ilusión: es la magia. En tercer lugar, las ideas de Calvino tienden a la multiplicidad: como juego, como seducción y como perdición; son, con frecuencia, una descripción progresiva de la inteligencia que se convierte en delirio. En cuarto lugar, y aunque pueda parecer contradictorio, su obra es atípicamente optimista. Con ello intento decir que su mirada lo registra todo: lo bello y lo horrible, pero al final siempre elegirá hacernos notar lo bello. Creía que lo usual en el ser humano es ceder bajo el peso de la tragedia, y que mantenerse ligero, cómico, tenía más mérito. Su personaje favorito de la mitología fue Mercurio, el de las sandalias aladas. Calvino fue a la guerra y vio el horror cara a cara, pero en su literatura el horror siempre encuentra un escape hacia la belleza.

El vizconde demediado

Lo primero que Italo Calvino publicó, en 1947, fue una novela: El sendero de los nidos de araña; novela que afronta la cruda realidad de sus vivencias, siendo muy joven, y como partisano en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, es urgente decir que muy pronto, respecto a su trayectoria como novelista, encontró en la literatura fantástica otra manera de afrontar el tema de la guerra, y del mundo en general, con su segunda novela: El vizconde demediado, publicada en 1951. 

Cada que me preguntan de qué trata El vizconde demediado, siempre me emociono y cuento que, en la guerra contra los turcos, a un vizconde de nombre Medardo lo parte en dos un cañonazo y las dos mitades sobreviven por separado; aún más, una es absolutamente mala y la otra es buena a más no poder. Para colmo, las dos mitades se enamoran de una misma mujer: Pamela.

Sin embargo, es la emoción, y en buena medida también la costumbre de sintetizar, lo que me lleva a equivocarme. Al grado de entender que esta manera de contar el argumento es un error común que suelen cometer incluso las cuartas de forros. ¿Qué, no se trata de eso? Sí, pero no así. Recordemos el argumento de Calvino en su justa progresión: atestiguamos el ambiente que rodea al vizconde Medardo en la guerra contra los turcos, el cañonazo brutal que lo deja a la mitad y genera así un fabuloso personaje fantástico, cruel y despiadado como pocos. Su forma de interactuar con los hombres es sobrenatural y la naturaleza misma que lo rodea le rinde culto porque le permite hablar en un lenguaje de símbolos partidos; desarrolla una filosofía sobre la plenitud de lo incompleto; acosa a una mujer y atormenta a los padres de esta mujer con su amor cercenado. Es hasta el capítulo siete (de diez) que sabemos algo sobre la otra mitad de Medardo, la cual también sobrevivió, y es eminentemente bondadosa.

La bala del cañón, de la serie “El vizconde demediado”, tinta de Gerardo Delgado del Collado, inspirada en la novela homónima de Italo Calvino.

 

Calvino no tenía ninguna prisa porque el lector supiera que esta historia tendría dos protagonistas y no uno sólo. Para cuando la mitad buena aparece ya todos los personajes de la trama han sido presentados y desarrollados: el inglés cazador de fuegos fatuos, Trelawney, el constructor Pietrochiodo, los sufridos hugonotes, los festivos leprosos, la nodriza Sebastiana, Pamela y sus padres. El último en llegar a la trama es Medardo El Bueno; y el último tercio de la novela está dedicado a su intervención caritativa y torpe, a la lucha por Pamela entre los dos Medardos, medio cuerpo a medio cuerpo.

¿Por qué comenzar revelando algo que el lector debe descubrir en la recta final de la trama? Borges se quejaba de que las versiones cinematográficas de la novela de Stevenson El extraordinario caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde presentaran al mismo actor en los dos roles, revelando al espectador el meollo del asunto: en la novela son dos personas radicalmente opuestas y sus rostros son diferentes. Sólo hasta el final lo descubrimos al verlo ingerir una dosis de su brebaje transformador. Precisamente, todo esto tiene que ver con dosificar al lector el brebaje de la historia.

Calvino nos da un gran ejemplo de cómo se dosifica una trama: no sólo se trata de postergar los episodios que revelan el panorama completo, sino de colocar en los intervalos episodios valiosos de otra manera. Para ver esto, sólo tenemos que seguir al narrador, que es el pequeño sobrino del vizconde. A su lado conocemos a todos los personajes, buscamos fuegos fatuos, conocemos a los hugonotes que no quieren mencionar su religión por temor a falsearla, buscamos a la nodriza Sebastiana en la aldea de los leprosos, acompañamos a Pamela en su huida al bosque. Cada asunto tiene su grado de humor y de tristeza, y vistos con lupa son independientes de (aunque no ajenos a) la fantástica condición de Medardo. Es magnífico que cuando el relato nos ha llevado muy lejos, el narrador nos regrese diciendo “ese niño era yo”, y al tener conciencia de quién es él volvemos a ver muy de cerca el rostro incompleto de Medardo. 

Italo Calvino en los años cincuenta.

 

La novela es breve, pero cuando llegamos a la lucha final entre las dos mitades sabemos que hemos recorrido un largo trayecto, y lo sabemos porque esperábamos con ansia esa confrontación: un hombre partido en dos lucha con espadas contra sí mismo. A Stevenson le pareció que esa lucha era inevitable pero trágica. A Calvino le parece que es necesaria y que luchar ya implica una victoria.

Para Calvino lo fantástico no es la ruptura de la realidad o un punto en el que converjan fuerzas extrañas; lo realmente fantástico, lo asombroso, es la voluntad humana.

Los personajes de las novelas de Calvino son fantásticos como adjetivo y como sustantivo, lo digo por las que siguieron a esta: El barón rampante en 1957 y El caballero inexistente en 1959. La premisa de El barón rampante es la de un niño de nombre Cósimo, que por llevarle la contraria a su padre decide trepar a un árbol y asegura que nunca más bajará; promesa que cumple. Atestiguamos toda su vida: los estudios, los amores y duelos de este singular personaje que, durante el siglo de la Ilustración, vive en la copa de los árboles sólo por su propia voluntad. Es entrañable inferir que todo el conocimiento de botánica que Italo adquirió de sus padres está en esta asombrosa vida de un rebelde. El caballero inexistente ocurre en tiempos de Carlomagno y son las aventuras medievales de una armadura vacía que sólo se mueve por su potente voluntad de querer existir. Le acompaña un escudero llamado Gurdulú, que sí existe, pero que confunde su identidad con todo lo que encuentra a su paso. En estas tres novelas podemos observar que para Calvino lo fantástico no es la ruptura de la realidad o un punto en el que converjan fuerzas extrañas; lo realmente fantástico, lo asombroso, es la voluntad humana.

Speculazione edilizia. La colección de Rolando Pieraccini incluye dos bocetos autógrafos, respectivamente, de Speculazione edilizia (La especulación inmobiliaria) (arriba) y Cavaliere inesistente (El caballero inexistente) (abajo). El primero, repleto de tachaduras y reelaboraciones, documenta una versión del texto que aún dista mucho de ser definitiva. El segundo es, en cambio, una página limpia, muy próxima a la edición publicada en 1959.
Cavaliere inesistente.

 

La jornada de un interventor electoral, novela publicada en 1963, fue su retorno al realismo de forma madura y astuta porque escribió una novela que es crónica y reflexión a la vez. Su temática surge de las elecciones en 1953 en Turín, a raíz de que un partido político hizo suyos los votos de inválidos, moribundos y enfermos mentales, con el argumento de que el partido los sostenía económicamente. La polémica situación pasa de ser un conflicto ético a uno filosófico cuando se trata de establecer los límites de lo que significa ser humano.

Los amores difíciles

Los libros de Calvino son laboratorios de experimentación narrativa, especialmente los de cuento. Su primer libro, Por último, el cuervo, publicado en 1949, reúne argumentos en los que predomina la realidad vivida en su juventud y que hablan de la guerra o de la vida después de la guerra, pero su libro más emblemático es Los amores difíciles, de 1970, pues lo mismo incluye al autor de anécdotas sencillas y cálidas de sus primeros cuentos, y ya prefigura al autor apasionado del arte combinatorio y conjetural en el que se habría de convertir. Aunque ningún lector tendría por qué leer un libro de cuentos en orden, Calvino organizó esta colección cronológicamente partiendo de 1949 hasta 1967, y quien así lea este libro podrá notar no sólo el abanico de los temas que fueron apasionando al autor a lo largo de estos años, sino la progresión en la habilidad que desarrolló al abordarlos.

Italo Calvino con Salvatore Quasimodo y Giuseppe Ungaretti, circa 1950. Fuente: Rai Cultura (sitio web).

 

“La aventura de un soldado”, cuento que rescataría de su primer libro, participa del asunto general del amor como problemática y trata acerca de la timidez avalada por la inteligencia. Aquí su tema ya no es la guerra, aunque su protagonista sea un joven soldado; es la interpretación del lenguaje corporal al intentar relacionarse con una viuda madura. 

“La aventura de un fotógrafo”, de 1953, podría titularse “La aventura existencial de un fotógrafo” porque más que una aventura es una puesta en crisis. Antonino, antes que fotógrafo, es un filósofo, y como tal desconfía de la realidad. Conforme la trama avanza, se convierte en una fuerza alienada que se alimenta de ensayo y error, pero que avanza hacia el precipicio del sinsentido. Comienza a fotografiar compulsivamente a una mujer; luego, ante su abandono, decide fotografiar su ausencia. Al final intenta crear una foto hecha de pedazos de fotografías, un gran collage. La operación que Calvino ejecuta en este cuento es una de sus obsesiones, que también desarrolla con el tema del video en el cuento “La memoria del mundo”, escrito quince años después, en 1968: ambos relatos giran en torno a nuestra incapacidad para capturar la realidad y nuestro insaciable deseo de lograrlo.

“La aventura de una mujer casada”, cuento de 1958, habla de probar la libertad, primero de forma accidentada, pero luego por elección. Entre los temas que le importaron a Calvino, sin duda, estuvo la toma de conciencia de la libertad.

 Marcovaldo, publicado en 1963, es un libro con veinte historias que le suceden a un mismo protagonista durante las cuatro estaciones del año en cinco ciclos. Marcovaldo es un obrero citadino que sueña con la vida campirana y encuentra entre las calles de asfalto hongos, avisperos y noches estrelladas. Siempre a medio camino entre la contemplación y la acción, es un personaje maniatado por las circunstancias sociales, pero de espíritu indomable, que elige actuar y no le importa equivocarse.

 

De izquierda a derecha, Floriano Calvino (segundo hijo), Mario Calvino (padre), Eva Mameli (madre) e Italo Calvino (primer hijo) en el jardín de Villa Meridiana, San Remo. Fuente: Wikipedia.

 

Las cosmicómicas

Imaginemos aquella época remota en la que no sólo no existía el lenguaje, sino que las cosas –que ahora tienen nombre porque tienen forma, porque son– todavía no eran. ¿Cómo hablar de esa época que parece no estar dentro del terreno de lo pronunciable? Italo Calvino asumió ese reto en los cuentos que conforman Las cosmicómicas, en 1956.

Estos cuentos formulan un recorrido por periodos del comienzo de la vida en nuestro planeta y ejemplifican teorías evolucionistas verdaderamente fantásticas: sobre la primitiva cercanía de la Luna, sobre lo que tarda el sistema solar en dar una vuelta a la galaxia, sobre el origen de los colores que sucede al mismo tiempo que surge la atmósfera, sobre el enrarecimiento de un universo en constante expansión, etcétera.

“Todo en un punto”, por ejemplo, es un cuento que nos remite al momento en que toda la materia se encontraba conjunta en un solo cuerpo. El personaje central de todas estas historias, el impronunciable Qfwfq, dice:

¿Qué queréis que hiciéramos con el tiempo, allí apretados como sardinas?

He dicho “apretados como sardinas” así, por usar una imagen literaria: en realidad no había espacio ni siquiera para estar apretados.[1]

El narrador sabe que no puede usar la expresión apretados como sardinas porque entonces no existían las sardinas enlatadas. Calvino genera una situación cómica mediante el lenguaje y nos permite imaginar algo para lo que no tenemos imágenes: si todo está en un punto y es un todo, aunque en ese todo ya hay individuos, como el narrador, aunque todos eran uno, ya pensaban separadamente. 

Retrato autografiado de Italo Calvino enviado al escultor y editor Rolando Pieraccini. Colección de Rolando Pieraccini, Ateneum de Helsinki.

 

Atestiguamos el Big Bang, y Qfwfq propone una simpática razón de por qué el universo se expandió en ese instante: para que la señora Ph(i)Nko tuviera espacio para hacer unos tallarines. 

El milenario Qfwfq recuerda todo con nostalgia desde un tiempo actual; desde un café, algo que a los lectores nos pueda resultar familiar. Luego, conjetura que habrá de llegar también el momento en que comenzará una contracción universal, y habrán de reunirse todos, de nuevo, en un punto. 

En Las cosmicómicas y en su siguiente libro de cuentos, Tiempo cero, las propuestas científicas y matemáticas se convierten en propuestas lúdicas sin desvirtuar su carácter inicial. Calvino escribió estos cuentos en un periodo creativo en el que se acercó al Oulipo (Ouvroir de littérature potentielle, Taller de literatura potencial), fundado por el escritor Raymond Queneau y el matemático François Le Lionnais en 1960, aunque Calvino fue miembro oficial hasta 1974. 

Si una noche de invierno un viajero

También con ánimo combinatorio y experimental escribió libros incatalogables: ¿novelas?, ¿hipernovelas? Es decir, novelas constituidas por otras novelas. Lo cierto es que Las ciudades invisibles (1972), El castillo de los destinos cruzados (1973) y Si una noche de invierno un viajero (1979) comparten una estructura similar, pues poseen un relato periférico que es intervenido por otros textos, los cuales, a su vez, desarrollan historias paralelas. En el caso de Las ciudades invisibles es Marco Polo contando al Kublai Kan las descripciones de ciudades fantásticas, nombradas como mujeres, que descubrió en sus viajes. En El castillo de los destinos cruzados, otro viajero encuentra refugio en un castillo donde los huéspedes se dedican a contar sus respectivas historias, ayudándose con las cartas del tarot, en un complejo crucigrama de cuentos. En Si una noche de invierno un viajero, la historia-guía, el hilo conductor, eres tú, lector, y acompañado de una lectora te pierdes en una sucesión de inicios de novelas que, además, imitan estilos muy variados. En las primeras páginas, Calvino advierte lo siguiente: 

Te dispones a reconocer el inconfundible acento del autor. No. No lo reconoces en absoluto. Pero, pensándolo bien, ¿quién ha dicho que este autor tenga un acento inconfundible? Al contrario, se sabe que es un autor que cambia mucho de un libro a otro. Precisamente en estos cambios se reconoce que es él.[2]

El inconfundible Calvino nos propone en esas páginas una narrativa fractal. En literatura, la narrativa fractal no significa meter una historia dentro de otra historia como en El Quijote, Las mil y una noches o el Decamerón. Es meter una historia y su estructura, en su versión mínima en forma de microrrelato dentro de la misma historia, de idéntica estructura, en versión ampliada. Recordemos que un fractal es un objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas. El término fue propuesto por el matemático Benoît Mandelbrot en 1975.

El capítulo “En una red de líneas que se entrelazan”, de Si una noche de invierno un viajero, es ejemplo de narrativa fractal porque justo en medio del texto se puede leer:

“Soy prisionero de un círculo en cuyo centro está el teléfono que suena dentro de aquella casa, corro sin alejarme, me demoro sin acortar mis zancadas”.[3]

Es un microrrelato con un protagónico y una problemática: Soy prisionero de un círculo. Tiene una atmósfera: dentro de aquella casa. Una trama visible en la cual corro sin alejarme, me demoro sin acortar mis zancadas, y también una trama secreta: el teléfono que suena. En este microrrelato sucede lo mismo que sucede en todo el capítulo de manera ampliada: el personaje en primera persona trota haciendo ejercicio y piensa que cada que timbra un teléfono por donde pasa es una llamada para él, hasta que llega a una casa solitaria en la que lo atrae aquel constante timbrar. El corredor entra a contestar el teléfono y la trama se interrumpe también. A su vez, Calvino inserta este capítulo justo a la mitad de una novela que reproduce, a una escala mayor todavía, el mismo modelo: un lector que gira en torno a una novela múltiple de la cual no puede alejarse, pero tampoco logra acercarse pues su lectura se interrumpe sistemáticamente. La narrativa fractal es, básicamente, una matrioshka.

 

Ivano Taggeto realizó en metal reciclado esculturas para representar a los personajes del relato “Sofronia”, una de Las ciudades invisibles, en la galería del hospital de Santa Maria della Scala di Siena, en 2015. Fuente: Touring Club Italiano (sitio web).

 

Palomar 

Con los años, Marcovaldo se convirtió en el señor Palomar, protagonista del último de los libros de narrativa que Calvino publicó en vida. Como Marcovaldo, Palomar es un observador lúcido del mundo, pero es mucho más reflexivo y menos arriesgado en sus empresas, es decir, es mucho más sensato. Publicado en 1983, Palomar toma el título del famoso observatorio astronómico y anuncia sus propósitos desde el principio en lo que podría ser un prefacio-manual de usuario. Ahí, Calvino nos explica que cada texto contiene descripción, relato y meditación, pero que las gradaciones de cada ingrediente se irán incrementando o decreciendo con matemática precisión según avance la lectura. 

Italo Calvino, ilustración de Michael Molloy para la edición Letters (1941-1985) de Italo Calvino, Princeton University Press, 2013.

 

Palomar nos pone a dilucidar cómo trabaja el ensayo ante la narrativa. Su mecánica es tan elaborada y tan simple como la asociación del pensar y el actuar en una persona. A un nivel literario, el ensayo equivale a la reflexión y la narrativa a la acción; si el primero implica cierta lentitud en los actos realizados, pues reflexionar suspende el acto en proceso, el segundo requiere economía de pensamientos. Sus distintas naturalezas no oponen al ensayo contra la narrativa, sino que los obliga a coordinarse de diversas maneras, a encontrar una secuencia funcional. Pensamos y luego actuamos, o actuamos y luego reflexionamos sobre lo hecho y corregimos nuestros actos: uno es consecuencia del otro, pero nunca son simultáneos, aunque a veces así nos lo parezca. Preguntarse a qué género pertenece este libro, si al narrativo o al ensayístico, ya no importa: Palomar es un portento.

 

Bajo el sol jaguar

La mañana del 19 de septiembre de 1985 yo estaba en clases en el tercer piso de una secundaria en las afueras de Tlaquepaque, Jalisco, cuando mi maestra de Matemáticas comenzó a tambalearse y nos dijo muy gravemente que estaba temblando. Aunque ahí no pasó gran cosa, fue la primera vez que sentí un temblor. Fue una tragedia mayor, en cambio, para los habitantes de la Ciudad de México. Tiempo después supe que en esa misma fecha, pero en Siena, Italia, súbitamente había muerto Italo Calvino.

El primer libro que leí de Calvino fue uno de los últimos que escribió y de los varios que dejó inconclusos: Bajo el sol jaguar estaba proyectado para ser un libro con cinco relatos sobre los cinco sentidos, de los cuales escribió sólo tres. El olfato, primero: “El nombre, la nariz” nos lleva por tres historias que se impregnan unas con otras: encontrar a una mujer desconocida sólo por su perfume, un lobo olfateando a una hembra en medio de la manada, y el olor corporal de una chica como guía en una comuna hippie. El oído participa con el cuento “Un rey escucha”, en el que el monarca, por no levantarse de su trono ni llegar a perder su cetro, hace lo único que le queda, aguzar el oído y descubrir confabulaciones en su contra. 

La relación de Italo con México tiene raíces intelectuales y legendarias: su padre vivió la Revolución mexicana. En 1976 visitó México, escribió sobre el árbol del Tule y sobre Palenque en Colección de arena, e imaginó que entrevistaba a Moctezuma en La gran bonanza de las Antillas.

El tercer cuento es sobre el gusto, da nombre al libro y ocurre en México, en Oaxaca, y propone un ingenioso y nada descabellado origen del mole. La relación de Italo con México tiene raíces intelectuales y legendarias: su padre vivió la Revolución mexicana. En 1976 visitó México, escribió sobre el árbol del Tule y sobre Palenque en Colección de arena, e imaginó que entrevistaba a Moctezuma en La gran bonanza de las Antillas, ambos libros póstumos. Su personaje, el señor Palomar, recorrió Tula. Bajo el sol jaguar fue mi primera lectura de Calvino y ese fue el segundo temblor que sentí: me cimbró a tal grado que en mi primer libro de cuentos que escribí, intenté lo mismo que él.

Hubo otros libros que quedaron interrumpidos: Seis propuestas para el próximo milenio, de conferencias, y El camino de San Giovanni, de memorias. También su obra ensayística, sus artículos y correspondencia se compilaron y editaron de forma póstuma. 

Italo Calvino es un autor vivo, es decir: celebrado, querido, leído. Y está ahí, en sus libros, esperándote.

Italo Calvino en Saint-Germain-des-Prés, París, 1973. Fuente: Rai Cultura (sitio web).

 

 



[1]  Italo Calvino, Las cosmicómicas, trad. de Aurora Bernárdez, Barcelona: Editorial Minotauro, 1985, p. 57.

[2] Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero, trad. de Esther Benítez, Barcelona: Bruguera, 1983. p. 15.

[3] Ibid., p. 133.



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