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Historia

La plaga de danza de 1518

Una extraña manía invadió Estrasburgo en julio de 1518. Cientos de ciudadanos se sintieron compelidos a bailar, aparentemente sin motivo. La danza sin embargo no era festiva sino penosa, y tras varios días de incesante febrilidad, caían muertos por agotamiento, infarto o de hambre. Conocido como danza de san Vito o epidemia de baile, el suceso ha intrigado a historiadores y lectores en el curso de los siglos. Ned Pennant-Rea aborda en este breve pero informado ensayo uno de los hechos más raros de la historia moderna.


Por Ned Pennant-Rea

En un escenario levantado apresuradamente frente al concurrido mercado de caballos de Estrasburgo, decenas de personas bailan al son de las gaitas, los tambores y los cuernos. El sol de julio los baña mientras brincan de pierna en pierna, giran en círculos y chillan a voz en cuello. A la distancia, podrían parecer juerguistas de carnaval. Pero una inspección más cercana revela una escena más inquietante. Sus brazos se agitan y sus cuerpos se convulsionan espasmódicamente. La ropa harapienta y los rostros con rictus de dolor están empapados de sudor, sus ojos vidriosos y distantes. La sangre se filtra desde los pies hinchados hasta las botas de cuero y a los zuecos de madera. Estos no son juerguistas sino “coreomaniáticos”, poseídos totalmente por la manía de la danza.

 

A ojos del público, este es el apogeo de la coreomanía que atormentó a Estrasburgo durante un mes de verano en 1518. También conocido como la Plaga del baile, fue el más fatal y mejor documentado de los más de diez contagios de ese tipo que a lo largo de los ríos Rin y Mosa estallaron desde 1374. Numerosos relatos de los extraños sucesos que se desarrollaron ese verano se pueden encontrar de disepersos en varios documentos contemporáneos y crónicas recopiladas en las décadas y siglos subsiguientes. Una crónica del siglo del jurista de Estrasburgo, Johann Schilter, cita un poema manuscrito hoy perdido:

Many hundreds in Strasbourg began
To dance and hop, women and men,
In the public market, in alleys and streets,
Day and night; and many of them ate nothing
Until at last the sickness left them.
This affliction was called St Vitus’ dance.

Otra crónica de 1636 relata un final menos feliz:

En el año 1518 d. C. se produjo entre los hombres una notable y terrible enfermedad llamada danza de san Vito, en la que los hombres en su locura comenzaron a bailar día y noche hasta que finalmente cayeron inconscientes y sucumbieron a la muerte.

Todo comenzó con una mujer. Frau Troffea empezó a bailar frente a su casa. No tenía acompañamiento musical, simplemente “comenzó a bailar”.

El médico y alquimista Paracelso visitó Estrasburgo ocho años después de la plaga y quedó fascinado por sus causas. Según su Opus Paramirum –coinciden varias crónicas–, todo comenzó con una mujer. Frau Troffea comenzó a bailar el 14 de julio frente a su casa en una estrecha calle adoquinada. Por lo que podemos decir, no tenía acompañamiento musical, sino que simplemente “comenzó a bailar”. Ignorando las súplicas de su marido para que se detuviera, continuó durante horas, hasta que el cielo se puso negro y ella se derrumbó abrumada por el agotamiento. A la mañana siguiente de nuevo se levantó sobre sus pies hinchados y se puso a bailar antes de que la sed y el hambre hicieran su aparición. Para el tercer día, personas de toda laya –vendedores ambulantes, porteadores, mendigos, peregrinos, sacerdotes, monjas– se habían congregado a beber ante el intempestivo espectáculo. La manía poseyó a frau Troffea por entre cuatro y seis días, lapso en el que las asustadas autoridades intervinieron enviándola en una carreta a treinta millas de distancia de Saverne. Allí podría curarse en el santuario de san Vito, el santo que se creía la había maldecido. Pero algunos de quienes presenciaron su extraño desempeño habían comenzado a imitarla, y en cuestión de días más de treinta coreómanos se habían puesto en movimiento, algunos tan monomaniacamente que parecía que sólo la muerte tendría el poder de detenerlos.

Para mantener a los malditos en movimiento y acelerar su recuperación, se contrató a decenas de músicos y se trajo a bailarines sanos para mayor atractivo. Las autoridades esperaban crear las condiciones óptimas para que el baile se agotara por sí mismo.

Cuantos más ciudadanos afligía esta inusual plaga, más desesperado se volvía el concejo privado para controlarla. El clero sostenía que era obra de un vengativo san Vito, pero los concejales prefirieron atender al gremio de médicos, declarando que la danza era “una enfermedad natural, que proviene de la sangre sobrecalentada”. Conforme a la teoría de los humores, los pacientes deben sufrir sangría. Pero los médicos en cambio recomendaron el tratamiento dado a las víctimas previas de esta extraña enfermedad. Debían bailar hasta librarse de dicho mal. Una crónica del siglo escrita por el arquitecto Daniel Specklin registra la resolución del concejo. Se determinó que carpinteros y curtidores convirtieran sus salas gremiales en pistas de baile temporales, y “alzaran plataformas en el mercado de caballos y en el mercado de granos” a la vista del público. Para mantener a los malditos en movimiento y acelerar su recuperación, se contrató a decenas de músicos para tocar tambores, violines, gaitas y cuernos, y se trajo a bailarines sanos para mayor atractivo. Las autoridades esperaban crear las condiciones óptimas para que el baile se agotara por sí mismo.

Bailarines en el Día de San Juan, óleo de Peter Brueghel El Joven, 1592, colección particular. Wikipedia/dominio público.

 

El tiro les salió por la culata. Más propensos a una explicación sobrenatural que médica del baile, la mayoría de los espectadores vio en los movimientos frenéticos una demostración de la magnitud de la furia de san Vito. Como ninguno estaba libre de pecado, varios de los concurrentes sucumbieron a la manía. La crónica de la familia Imlin registra que en un mes la peste se había apoderado ya de cuatrocientos ciudadanos.

El concejo privado ordenó derribar las tarimas. Si los coreómanos continuaban con perturbadores movimientos, deberían hacerlo en privado. El concejo fue más allá, prohibió casi todo el baile y la música en la ciudad hasta septiembre. No era poca cosa para una cultura en la que el baile comunal jugaba un rol central, desde los respingados burgueses que realizaban sus delicados y moderados pasos en la llamada bassadanza, hasta los campesinos llenos de cerveza que saltaban con profundo abandono para desahogarse. Sebastian Brant, canciller de Estrasburgo y autor de The Ship / Fools (1494), detalló una excepción a la prohibición: “si las personas honorables desean bailar en las bodas o celebraciones de la primera misa en sus casas, pueden hacerlo con instrumentos de cuerda, pero está en su conciencia usar panderetas y tambores”. Se creía que las cuerdas eran menos propensas que la percusión para provocar la manía.

Se creía que las cuerdas eran menos propensas que la percusión para provocar la manía.

El concejo ordenó, además, que los más afectados se amontonaran en vagones para enviarlos en un viaje de tres días, al santuario de san Vito, donde se curó frau Troffea. Los sacerdotes colocaron a los coreómanos, que, presumiblemente, todavía se agitaban como peces recién sacados del agua, debajo de una talla de madera de san Vito. Colocaban pequeñas cruces en sus manos y zapatos rojos en sus pies. En la suela y la parte superior de estos zapatos, rociaban agua bendita y pintaban cruces con aceite consagrado.

Los sacerdotes colocaban pequeñas cruces en las manos y zapatos rojos en los pies de los coreómanos. En la suela y la parte superior de estos zapatos, rociaban agua bendita y pintaban cruces con aceite consagrado.

Este ritual, efectuado en una atmósfera cargada de incienso y conjuros en latín, tuvo el efecto deseado. La noticia pronto se difundió en Estrasburgo y más bailarines fueron enviados a Saverne para que los perdonara san Vito. En más o menos una semana, la corriente de peregrinos sufrientes se había reducido a unas cuantas gotas. La plaga del baile había durado más de un mes, desde mediados de julio hasta finales de agosto o principios de septiembre. Durante su apogeo, hasta quince personas perecían diariamente. Se desconoce el número final, pero si esa tasa de mortalidad diaria fuera cierta, podría haberse tratado de cientos.

Si no fue un santo enojado o la sangre sobrecalentada, ¿qué causó la plaga de baile? En opinión de Paracelso, el maratón de baile de frau Troffea había sido una estratagema para avergonzar a herr Troffea:

En esas circunstancias hacía creer que era impelida a bailar por una fuerza sobrenatural, sabiendo que eso era lo que más desagradaba a su esposo, adoptando una serie de gestos y actitudes como si se tratase realmente de una enfermedad, con saltos, gritos, contorsiones y cantinelas, moviendo suavemente sus articulaciones y durmiéndose a continuación. De este modo llegó a conseguir todo cuanto quiso, haciendo que se aceptara su estado como una enfermedad, con cuyos gestos se burlaba a la vez de su marido.

Al ver el éxito de la argucia, otras mujeres comenzaron a bailar para molestar también a sus maridos, impulsadas por pensamientos “libres, lascivos e impertinentes”. Paracelso clasificó este tipo de manía como la chorea lasciva (causada por los deseos voluptuosos, “sin temor o respeto”), que tomó lugar junto a la chorea imaginativa (causada por la imaginación, “de la rabia y la toma de posesión”), y la naturalis chrorea (una forma mucho más suave, provocada por causas corporales) como las tres formas principales de la enfermedad. Mientras que el famoso iconoclasta Paracelso se merece el crédito por situar la causa de la enfermedad en la mente de los coreomaniacos y no en el cielo, también era un misógino cuyo diagnóstico parece hoy en día un tanto ridículo.

En 1518, una serie de malas cosechas, la inestabilidad política y la llegada de la sífilis habían inducido a la angustia extrema. Este sufrimiento se manifestó como un baile histérico.

Varios historiadores modernos han argumentado que las plagas de danza en la Europa medieval las causó el cornezuelo del centeno, un moho que se encuentra en los tallos húmedos de esa planta y que puede provocar espasmos, sacudidas y alucinaciones –una condición conocida como fuego de San Antonio–. Sin embargo, el historiador John Waller ha desacreditado la hipótesis del cornezuelo de centeno en su brillante libro sobre la peste danzante, Un tiempo para bailar, un tiempo para morir (2009). Sí, el cornezuelo de centeno puede causar convulsiones y alucinaciones, pero también restringe el flujo sanguíneo a las extremidades. Alguien envenenado por él, simplemente no podría bailar durante días consecutivos.

La explicación de Waller de la plaga del baile surge de su profundo conocimiento del entorno material, cultural y espiritual de la Estrasburgo del siglo . Su libro abre con una cita de H. C. Erik Midelfort, Una historia de la locura en la Alemania del siglo (1999):

Las locuras del pasado no son entidades petrificadas susceptibles de arrancarse sin cambios de sus nichos para colocarlas bajo nuestros microscopios modernos. Aparecen, quizás, más como medusas que se derrumban y secan cuando se sacan de su ambiente marino.

Según Waller, los pobres de Estrasburgo estaban listos para una epidemia de baile histérico. En primer lugar, existían precedentes. Cada plaga de baile europea entre 1374 y 1518 había ocurrido cerca de Estrasburgo, a lo largo del límite occidental del Sacro Imperio Romano. Luego estaban las condiciones prevalecientes. En 1518, una serie de malas cosechas, la inestabilidad política y la llegada de la sífilis provocaron una aguda angustia, incluso para los principios modernos. Este sufrimiento se manifestó como un baile histérico porque los ciudadanos lo creían posible. La gente puede ser extraordinariamente sugestionable y la firme convicción en la venganza de san Vito bastó para que cayera sobre ellos. “Las mentes de los coreomaniacos fueron atraídas hacia adentro”, escribe Waller, “arrastradas al violento mar de sus temores más profundos”.

Una forma de elucidar la plaga del baile es considerar los estados de trance que las personas alcanzan en nuestros días. En las culturas de todo el mundo, incluyendo a Brasil, Madagascar y Kenia, las personas entran voluntariamente en trance durante las ceremonias, o involuntariamente durante los períodos de máximo estrés. Una vez en trance, su percepción del dolor y el agotamiento se relativiza. Waller describe la propagación de la peste de la danza como un ejemplo de contagio psíquico, y traza un paralelismo con la epidemia de risa que azotó una región de Tanganyika (actual Tanzania), en pleno año poscolonial de 1963. Cuando un par de niñas de una escuela misionera de la localidad empezaron a reír, sus amigos las imitaron hasta que dos tercios del alumnado se reía y lloraba incontrolablemente, por lo que toda la escuela debió ser clausurada. En la casa, los alumnos “infectaron” a sus familias y poco después aldeas enteras caían arrasadas por la histeria. Los doctores registraron varios centenares de casos, que duraban una semana en promedio.

Por supuesto, las plagas danzantes tienen otro paralelo: la cultura rave moderna. Aunque por lo general sin los pies ensangrentados y las súplicas de misericordia del siglo , y a menudo con un poco de ayuda química, no es raro que los asistentes bailen durante días sin apenas descanso, renunciando al sueño y la comida, a veces cambiando de pie con aplomo y equilibrio, y a veces saltando con los dos. En caso de que uno de esos juerguistas, quizás estimulado por una potente poción para la pista de baile, fuera transportado de la moderna Estrasburgo al mercado de caballos de medio milenio atrás, es posible que no se sintiera completamente fuera de lugar.

Tomado de The Public Domain Review.



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