Llamado por Federico E. Mariscal “El más pintor de los mexicanos y el más mexicano de los pintores”, Saturnino Herrán fue un gran amigo de Ramón López Velarde, a quien calificó de “entrañable hermano”. Las obras de uno y otro poseen vasos comunicantes, como lo atestiguan diversos ejemplos. Uno de ellos es La criolla del mantón (detalle) de Saturnino Herrán, crayón y acuarela sobre papel, 1915, Museo de Aguascalientes, Instituto Cultural de Aguascalientes.
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Literatura

La suave Patria centenaria

Este 2021 se conmemorarán la muerte de Ramón López Velarde (1888-1921) y la publicación de La suave Patria. El poeta y ensayista Luis Vicente de Aguinaga discurre sobre estas inquietudes, analizando la estructura, las imágenes y el sentido de una obra que aborda la compleja significación de la Patria para un poeta de la sensibilidad íntima.


Por Luis Vicente de Aguinaga

Han pasado cien años desde que murió, en 1921, Ramón López Velarde. Han pasado cien años, también, desde que se publicó La suave Patria. López Velarde fechó el poema el 24 de abril de 1921. Según el testimonio de su amigo Pedro de Alba, el poeta se hallaba corrigiendo precisamente las pruebas tipográficas de La suave Patria cuando enfermó de muerte. Aunque la revista en que se publicó tiene fecha del 1º de junio de 1921, en realidad apareció “pocos días después” del fallecimiento de su autor, que ocurrió el 19 de junio. En aquella primavera de 1921 coincidieron el esfuerzo literario y el “cansancio del fin”, ya presentido en otros poemas del zacatecano: apenas cuatro días antes de morir había cumplido treinta y tres años, fatídica “edad del Cristo azul”.

Ramón López Velarde, retrato, circa 1918, Ciudad de México. Archivo Casasola, Fototeca Nacional. Fuente: D. R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

Entre los textos que López Velarde redactó en los últimos meses de su vida figura Novedad de la Patria, ensayo publicado aquel mismo abril en que terminó La suave Patria. Son páginas, las del poema y las del ensayo, que se acompañan de muchas formas. Comparten incluso un mismo vocabulario: si en el poema, refiriéndose a la Patria, el poeta la define como “inaccesible al deshonor”, en el ensayo la califica de “inmune a la afrenta”. El año de 1921 fue, por supuesto, el de una doble conmemoración civil: el primer centenario de la consumación de la Independencia y el cuarto centenario de la caída de Tenochtitlan durante la conquista de México. Sin embargo, ninguna de las dos efemérides explica del todo la existencia del texto. Aunque justificado por la circunstancia, Novedad de la Patria no es un artículo de ocasión: López Velarde ya reflexionaba por lo menos desde 1916, junto con otros artistas de su tiempo como el poeta y cronista Enrique Fernández Ledesma, el pintor Saturnino Herrán y el compositor Manuel M. Ponce, a propósito del “criollismo” (hoy diríamos “el mestizaje”) de la literatura, las artes plásticas y la música mexicana.

“La novedad de la Patria está en quienes deben aprender a mirarla, olerla y tocarla como si nunca se hubieran detenido a conocerla”.

En consideración del título del ensayo es inevitable preguntar: ¿en qué sentido la Patria es “nueva” para López Velarde? Se diría, con cierto apresuramiento, que la Patria se habría renovado, en aquel tiempo, a consecuencia de la Revolución. Pero el final del poema deja claro que la Patria, pese a todas las calamidades, puede aspirar aún a mantenerse “igual” a sí misma, y que además debe perseverar en ello. Por lo tanto, la Patria no es nueva por haber cambiado. La novedad está en quienes deben aprender a mirarla, olerla y tocarla como si nunca se hubieran detenido a conocerla. Francisco Monterde opinará en 1944 que López Velarde “descubre” la Patria en toda su novedad al emprender un “viaje de regreso hacia lo autóctono, pasado el deslumbramiento de lo extraño”.

“Venía de la provincia; de la provincia ubérrima en virtudes donde está encajada la espina dorsal de la Patria. [...] Musa complicada y sencilla, ingenua y paradójica, periférica y central, como él mismo decía”.

Ese viaje tiene un mismo punto de partida y de llegada: la provincia. La reflexión criollista, en el espíritu de López Velarde, procede naturalmente de su experiencia infantil y de su primera juventud en Jerez, Aguascalientes y Zacatecas, pero también de sus lecturas de Manuel José Othón, Francisco González León y ciertos poetas intimistas belgas y franceses como Georges Rodenbach y Francis Jammes. Eso que llamamos provincia es, en realidad, el producto literario más característico del arte criollo. Pronto se cumplirán cien años también del número doble que la revista México Moderno dedicó a López Velarde a fines de 1921. En esa revista está la primera gran aportación colectiva, de lectura crítica y celebración, al conocimiento del poeta jerezano. Ahí, el poeta Rafael López afirmaba: “Venía de la provincia; de la provincia ubérrima en virtudes donde está encajada la espina dorsal de la Patria. […] Musa complicada y sencilla, ingenua y paradójica, periférica y central, como él mismo decía”.

Primera página de “Novedad de la Patria” de Ramón López Velarde, ensayo publicado en El Maestro: Revista de Cultura Nacional, n.º I, 1 de abril de 1921, p. 61. 


Hoy parece redundante declarar que La suave Patria es incomprensible sin la provincia. Los enigmas y puntos oscuros del poema confirman, ahora bien, que muchos detalles de la vida en México en tiempos de López Velarde se nos escapan hoy en día como el agua entre los dedos, y que dominar los misterios del México tradicional es menos fácil de lo que se creería. Tómese como ejemplo esta peculiar anécdota que involucra nada menos que a Jorge Luis Borges y Octavio Paz, lectores entusiastas de López Velarde. Obsérvese que Paz, el mexicano del ejemplo, no consigue darle a Borges la información que le solicita el escritor argentino. En un ensayo escrito en 1986, apenas ocurrida la muerte de Borges, Paz narró el episodio, que había tenido lugar un año atrás. Conversando con Paz y con Eliot Weinberger en un hotel de Nueva York, Borges

recordó a Reyes y a López Velarde y recitó unas líneas del segundo, aquellas que empiezan así:

“Suave Patria, vendedora de chía…”

Se interrumpió y me preguntó:

—¿A qué sabe la chía?

Confundido, le respondí que no podía explicárselo sino con una metáfora:

—Es un sabor terrestre.

Movió la cabeza. Era demasiado y demasiado poco.

Una cosa es verdad: la Patria, en La suave Patria, es enorme y pequeña. Su territorio es tan grande que los trenes que la recorren parecen de juguete. Al mismo tiempo, el poeta la envuelve con música, como si fuera un bebé al que arrulla con canciones. Es heredera de Dios y del diablo. Es rica y humilde, festiva y mortuoria, materna y juvenil, casta y coqueta, pacífica y pendenciera. Y, sobre todo, es alegórica, casi abstracta, pero también concreta, material, sensible.

“Yo que sólo canté de la exquisita / partitura del íntimo decoro…” Si el poeta, que antes fue un tenor intimista, emula el timbre del bajo para convertirse por un momento en el rapsoda que canta una epopeya, sus interlocutores (o, mejor aún, los destinatarios de su palabra) son la Patria y Cuauhtémoc: una entidad femenina y otra masculina. La primera palabra es “yo”. Ese yo, al presentarse, anuncia el propósito del poema en los primeros dieciocho versos: el proemio. Ahí, por primera vez, le dirige a la Patria la palabra, que se convertirá en el del primer acto y el segundo acto. Entre los dos está el intermedio, en que la Patria deja de ser el interlocutor por espacio de veinte versos para ceder su lugar a Cuauhtémoc, un masculino.

“La Patria, en La suave Patria, es enorme y pequeña. Es heredera de Dios y del diablo. Es rica y humilde, festiva y mortuoria, materna y juvenil, casta y coqueta, pacífica y pendenciera”.

El proemio: dieciocho versos. El primer acto: cincuenta y seis versos. El intermedio: veinte versos. El segundo acto: cincuenta y nueve versos. En total, el poema consta de ciento cincuenta y tres endecasílabos. No es el más extenso de López Velarde, como bien ha observado Ernesto Lumbreras. El más extenso se titula Poema de vejez y amor, y consta de ciento cincuenta y cinco versos. Lumbreras corrige, así, a especialistas como Allen W. Phillips y Alfonso García Morales, quienes hacen afirmaciones equivocadas o presentan cifras erróneas a este respecto. No es la única discrepancia numérica tratándose de La suave Patria. Gabriel Zaid afirma que de aquella revista se imprimieron sesenta mil ejemplares. Marco Antonio Campos dice que se imprimieron cien mil. Guillermo Sheridan asegura que fueron setenta y cinco mil.

Más interesante aún es la “numerología”, para decirlo con Lumbreras, de la disposición estrófica del poema. Tanto en el manuscrito en limpio de López Velarde, como en su publicación original en el número 3 de la revista El Maestro, el texto consta de treinta y tres estrofas, “número que empata con la edad del poeta al momento de publicarse”. En su publicación original, La suave Patria ocupaba tan sólo cuatro páginas. En las distintas ediciones de las obras de López Velarde preparadas por José Luis Martínez (aparecidas en 1971, 1990 y 1998, respectivamente) ocupa entre cinco y seis páginas. ¿Es un poema extenso? Tal vez no lo sea en términos cuantitativos: comparado con Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, con Muerte sin fin de José Gorostiza o con Piedra de sol de Octavio Paz, el poema de López Velarde se diría de mediana extensión. Tampoco es una secuencia de piezas cortas unidas por un mismo tema, como sí lo son “El poema del lago” de Luis G. Urbina o “Idilio salvaje” de Manuel José Othón. La suave Patria es, como apunta Paz, un poema dramático, escrito para una escena real o imaginaria.

Manuscrito de La suave Patria (versión definitiva), página 1. Fuente: Ramón López Velarde, Obra poética, ed. de José Luis Martínez, ALLCA XX-Colección Archivos/Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1998, Madrid. 

 

Portada de la revista El Maestro, n.º 3, donde apareció póstumamente el poema “La suave Patria”, cuyo centenario conmemoraremos este junio de 2021. Fondo Digital Ramón López Velarde, El Colegio de San Luis, San Luis Potosí.

Sistematizando lo que numerosos conocedores han aportado a la lectura del poema, podría elaborarse una edición crítica monumental. Profesores, especialistas y lectores agradecidos han aclarado los misterios del “correo chuan”, de la “carretela”, de las “policromías de delfín”, del “rubor patricio” de Julio César, de los “ídolos a nado” y de la “sota moza”, y al menos han intentado explicar el “pelo rubio” y la “carreta alegórica de paja”. En cada verso, en cada estrofa, en cada sección hay detalles atractivos, a veces literaria o históricamente interesantes, a veces puramente bellos, a veces deslumbrantes. Por ejemplo, el segundo acto del poema da inicio con una estrofa de preciosa sonoridad y enigmáticas figuras:

Suave Patria: tú vales por el río

de las virtudes de tu mujerío;

tus hijas atraviesan como hadas,

o destilando un invisible alcohol,

vestidas con las redes de tu sol,

cruzan como botellas alambradas.

Martha Canfield, Juana Meléndez y Eugenio del Hoyo han explicado, con detalles que parecen ir precisándose un poco mejor cada vez que la estrofa se observa, que las “botellas alambradas” evocan las mallas de finos hilos metálicos con que son envueltos algunos vinos de la Rioja (o bien los capuchones de alambre con que se aseguran los corchos de los vinos espumosos, empezando por el champán), y que las mujeres vestidas con estrechos corsés aparecen ante los ojos del poeta como envases virtuosos de un alcohol fantástico. También se ha sugerido que López Velarde percibió una sutil homofonía entre las botellas alambradas y las mujeres alumbradas por el sol. Juan José Arreola comenta esa estrofa, o más bien la prosifica, con un fervor sexual no siempre disimulado: “Sí, en realidad los hombres solos valemos muy poco frente al avance torrencial de las mujeres. […] La Patria nos distribuye su amor en cada una de las mujeres, esas que van por la calle, bajo las redes del sol, como botellas envueltas en un aura invisible, embriagadora de eróticos alcoholes, apenas defendidas por los tenues alambres de la virginidad”.

Aunque celebratorio, el poema no se aparta de una imperiosa conciencia de la muerte. Así, la reconfortante alusión al aroma del pan recién horneado:

y por las madrugadas del terruño,

en calles como espejos, se vacía

el santo olor de la panadería,

contiene, como un susurro, la expresión “santo olor”, que desde luego es una recreación de otro sintagma, “olor de santidad”, con obvias connotaciones mortuorias. La muerte se deja sentir, también, en la estrofa más extensa del poema, cuyo tema es el trueno, que retumba con una vibración de lecho y cementerio:

Trueno del temporal: oigo en tus quejas

crujir los esqueletos en parejas,

y hacia el final del poema:

Quieren morir tu ánima y estilo,

en un verso que, según José Emilio Pacheco, expresa la “preocupación” de López Velarde “ante la norteamericanización de México”, presente de igual manera en poemas como La estatua de nieve de Salvador Díaz Mirón, quien describió en dodecasílabos heterotónicos a una “blanca mujer tendida, como difunta” que le hizo pensar en “la Patria muerta”:

¡Y el cadáver ficticio me desconcierta

porque se me figura la Patria muerta,

que con pintas de sangre se pudre al sol!

Dice además La suave Patria que “muriéndose van” (o sea, extinguiéndose) las “cantadoras” de feria, que muestran, orgullosas, “el bravío pecho / empitonando la camisa”. Las palabras “bravío” y “empitonando” sugieren que las cantantes populares mueren con un orgullo comparable al de los toros de lidia. La comparación de los pechos femeninos con pitones quizá le vino a López Velarde de otro poeta de su tiempo, el modernista Efrén Rebolledo, quien había escrito estos versos en “El beso de Safo”, soneto de Caro victrix (1916):

En el vivo combate, los pezones

que se embisten, parecen dos pitones

trabados en eróticas pendencias.

La forma estrófica más característica de La suave Patria es el dístico endecasílabo de rima consonante. Su sonoridad inmediata y concluyente aparece a todo lo largo del poema. En el proemio:

Diré con una épica sordina:

la Patria es impecable y diamantina.

En el primer acto:

El Niño Dios te escrituró un establo

y los veneros de petróleo el diablo.

En el intermedio:

Joven abuelo: escúchame loarte,

único héroe a la altura del arte.

Y en el segundo acto:

Te dará, frente al hambre y al obús,

un higo San Felipe de Jesús.

Las demás formas estróficas del poema son, hasta cierto punto, ampliaciones o multiplicaciones del dístico. Los tercetos, casi siempre monorrimos, le añaden un eco:

Suave Patria: tu casa todavía

es tan grande, que el tren va por la vía

como aguinaldo de juguetería.

Los cuartetos lo combinan o lo duplican:

Cuando nacemos, nos regalas notas,

después, un paraíso de compotas,

y luego te regalas toda entera,

suave Patria, alacena y pajarera.

Campos opina que La suave Patria es un “poema sin linaje”, aunque admite a renglón seguido que tiene “imitadores [que] nos han castigado con una imaginería de aldea o una mexicanidad de aparador”. En otras palabras, La suave Patria sí tiene linaje, aunque indigno de López Velarde. Va más lejos aún: sostiene que López Velarde no ha tenido “continuadores” en la poesía mexicana. Tal afirmación es, como mínimo, discutible. Sea como sea, debe observarse que, al presentar a López Velarde como “una isla” y un poeta sin “descendencia visible”, Campos ratifica la descripción del “hombre solo” y el varón sin hijos que algunos ensayistas, como Alí Chumacero en 1946, habían delineado –siguiendo en ello al propio López Velarde, quien se representó como un perpetuo soltero y un tigre prisionero en uno de sus mejores poemas en prosa, Obra maestra–. La metáfora le sirvió a López Velarde para librarse, por lo menos, de ser llamado el padre de la poesía mexicana moderna o algún horror equivalente.

Retrato de Ramón López Velarde de Saturnino Herrán, dibujo sobre papel, 1916, Ciudad de México. Galerías Castillo. Fotografía de Ricardo Castillo, publicada en el blog Siglo en la brisa: http://oralapluma.blogspot.com. 


En rigor, La suave Patria sí tuvo un descendiente considerable. Me refiero al Retablo que José Juan Tablada escribió en agosto de 1921 en memoria de López Velarde, apenas ocurrida su muerte. La imitación que hizo Tablada de La suave Patria es evidente y no fue necesario señalarla en su día, si bien José María González de Mendoza (buen amigo de Tablada y ensayista siempre digno de atención) trató el asunto con detalle y lo enriqueció con anécdotas conmovedoras. El poema de Tablada fue publicado como prefacio de un libro en el que López Velarde trabajó en los últimos años de su vida, reunión de poemas en prosa, crónicas, relatos y pequeños ensayos, del que llegó a publicar anticipos revelando el título del conjunto: El minutero, que su amigo Enrique Fernández Ledesma editó en 1923.

La suave Patria, como es natural, ha tenido sus detractores. Algún crítico ha llegado al extremo de sugerir que hay dos López Velarde: uno verdadero y otro falso. El que alcanzó fama con La suave Patria sería, en ese orden de ideas, el falso. Jaime Torres Bodet, en 1930, juzgó “curioso” que La suave Patria fuera “el poema en que López Velarde, al querer superar las fronteras de su regionalismo –de su comprensión deliciosamente parcial de las cosas–, se haya visto precisado también a disminuir el hermetismo patético de su expresión”. En otras palabras, Torres Bodet sospechaba que la provincia de López Velarde no era compatible con la Patria, ya que la primera sólo era propia del poeta mientras que la segunda era necesariamente un bien compartido por todos los mexicanos. Torres Bodet añadía: “No quiero decir con estas reticencias que La suave Patria implique un decaimiento del poeta, sino un propósito de vulgarización en sus procedimientos”.

Rafael Solana, en un ensayo de 1946, fue más categórico: “El poema La suave Patria […] desvió durante algún tiempo la atención de la crítica y de los lectores hacia un falso López Velarde, que se hacía aparecer como poeta civil y patriótico, a quien se citaba como ejemplo del camino a seguir en busca de un pintoresquismo nacionalista, tendiente a imprimir a la poesía mexicana un barniz de colorido y sabor folkloristas, considerando más importante el que fuese mexicana que el que fuese poesía”. Como si lo anterior no fuera suficientemente claro, agregó: “Y como patriarca y penate de los falsos poetas, versificadores de hechos y sucedidos en la popular forma del corrido, o estampistas de objetos, animales, chácharas o costumbres nacionales […], era falsamente mencionado el autor de La suave Patria, que de este modo, por un momento, vino a participar en el fomento de un sarampión nacionalista que llegó a amenazar seriamente la existencia misma de la poesía mexicana contemporánea”. La culpa no era, desde luego, de López Velarde, sino de quienes manipulaban la interpretación de La suave Patria para darle un uso doctrinario, pero las objeciones de Solana eran tajantes.

Gabriel Zaid le atribuye a López Velarde, a la par de su “mala suerte amorosa”, una “buena suerte política póstuma”. Se refiere a los fastos de su velorio y los tres días de luto que se decretaron cuando murió, pero también a la divulgación masiva de su obra, especialmente la de La suave Patria. En vida, la suerte política de López Velarde no había sido buena en absoluto: los dos líderes políticos que le inspiraron alguna simpatía, Francisco I. Madero y Venustiano Carranza, fueron asesinados en episodios traumáticos. Pero el régimen de Álvaro Obregón, a instancias de José Vasconcelos, vio en la muerte de López Velarde una oportunidad propagandística. En la celebración del talento del zacatecano podían esbozarse varias reconciliaciones: la del movimiento revolucionario con la sociedad tradicionalista, conservadora y católica de las diferentes regiones del país; la de una literatura moderna y sofisticada con las artes llamadas populares; la del ayer con el ahora. De pronto, el México más oficial aplaudía los méritos de un poeta pobre, complejo y minoritario: ministros y rectores, gobernadores y presidentes municipales, diputados y senadores le consagraban discursos de orgullo nacionalista.

“En la celebración del talento del zacatecano podían esbozarse varias reconciliaciones: la del movimiento revolucionario con la sociedad tradicionalista, conservadora y católica de las diferentes regiones del país; la de una literatura moderna y sofisticada con las artes llamadas populares; la del ayer con el ahora”.

En el fondo, pese a todo, la noticia era otra: “Sería un error pensar que el acontecimiento se redujo a eso”, en opinión de Zaid. “El verdadero acontecimiento fue literario. Sucedió en las palabras del poeta y en la conciencia del lector. Sucedió en la conciencia nacional, como una revelación”. Se trata, en todo caso, de un fenómeno fácil de constatar y difícil de describir. Demasiado ingenua frente al artificio modernista, demasiado conservadora frente al progresismo revolucionario, La suave Patria es divertida, impetuosa y entrañable.



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