Portada: Ernesto de la Peña en su amada Florencia, 2003. Fotografía de María Luisa Tavernier.
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Personajes

“Me fascina el Ernesto poeta. Siempre escribió poesía, pero no la publicaba”: María Luisa Tavernier.

En esta conversación, María Luisa Tavernier, viuda de Ernesto de la Peña (1927-2012), recuerda a su amoroso compañero de vida, pero también al sabio que analizó lo más valioso de lo humano en el arte y al poeta que con las alas de la inteligencia y la imaginación nos legó obras de gran valía.


Por Felipe Jiménez

 

Felipe Jiménez (FJ): A diez años de la partida de Ernesto de la Peña, ¿qué es lo que más recuerda de él?

María Luisa Tavernier (MLT): Su punzante sentido del humor. Su agilidad para jugar con su ficción, su pasmosa cultura humanística que manejaba como Wikipedia, su sensibilidad artística. Traía a sus clásicos grecolatinos, bíblicos, sánscritos y otros como su segunda sangre. Al tiempo que gozaba también a sus contemporáneos, la cultura de todos los días. En su ensayo Carpe risum. Inmediaciones de Rabelais (FCE, 2005), hay notables coincidencias entre él y el humanista francés del xvi, políglotas que sabían latín, griego, lenguas bíblicas, gozadores de la gastronomía, del buen vino, de las mujeres. Ambos se mueven con divertida maestría, entre el sentido del humor, cáustico a veces, y su actualidad. Transitan con facilidad entre lo culto y lo popular. Eligió la expresión latina Carpe risum, que no puede ser más sugerente, ¡invita al goce de estar vivo!

FJ: De usted decía: “Cotidianamente, comparte conmigo el amor, la amistad, el pan y vino, la diversión y el dolor […] la vida en una palabra. Mi esposa, María Luisa Tavernier, de quien Margarita Michelena escribió proféticamente que era ‘mi grand prix’ ”. ¿Cómo era el Ernesto compañero, el hombre que usted amó?

MLT: Compartía sus insaciables lecturas y relecturas: Dumas, Proust, Rilke, Vallejo, Dante, textos bíblicos, sus clásicos grecolatinos, el mundo homérico lo apasionaba. Cuando nos conocimos, ambos acabábamos de leer El nombre de la rosa, fue un verdadero placer oír, “entre coquetería y coquetería”, cómo jugaba con las citas latinas de la novela. Era muy desordenado para las cosas prácticas de la vida. Yo sólo le ordené la de todos los días. Lo animé a publicar su poesía. Margarita Michelena, su amiga entrañable, mujer brillante, culta, percibió un cambio favorable en Ernesto cuando me conoció. Como en toda relación, también hubo “rounds y al piso”. Jugábamos a imitar a escritores pomposos, prosopopéyicos. Nos desternillábamos de risa. Era una delicia escuchar a su lado largas sesiones de ópera. Gardeliano, se sabía la letra de muchos tangos.

FJ: Decía que “el significado más profundo de la vida es disfrutar y analizar lo más valioso de lo humano que ha quedado para siempre en el arte, la filosofía, la ciencia y la religión, invenciones supremas del hombre”. ¿Considera que logró transformar lo vivido en creación?

MLT: Bueno, él era un creador. Confeccionó poemas extraordinarios, El sol nocturno: “Hay que instaurar el entusiasmo, preservarlo / de pie, silencioso y terrible, / inaccesible y a la mano / como guardián de todos los misterios […]”. Aunque creo que se quedó con muchas cosas en el tintero. Su Homero dio origen al extraordinario tratamiento de Odiseo, uno de sus héroes literarios, que dejó en Castillos para Homero. Va entretejiendo su creatividad literaria con su dominio de los griegos clásicos. Cuánto gocé su manera de hilar inteligencia, audacia de Odiseo para vencer a Polifemo, simplemente dándole a beber el vino nero. Casi todos llevamos un Homero porque es memoria colectiva que está en todos los tiempos. Es actual. Diría que Ernesto es mi Odiseo. A lo largo de su ensayo va urdiendo reflexiones, propuestas, comentarios en sus “castillos fantasmagóricos”, cosecha de sus tercas lecturas homéricas que con tanto amor dedica a sus tíos Francisco, Elvira y Eleazar, que, cito: “Fundaron, para siempre, mi vocación por la cultura”. Y para los intrusos que se animen a leerlo, está su Obra reunida, que publicó Conaculta en 2007, bajo la dirección de su entrañable amigo Sergio Vela con quien compartió pláticas memorables.

Ex libris de Ernesto de la Peña. Cortesía de María Luisa Tavernier.

 

FJ: “Pretendo que mi condición de poeta demuestre que el laborioso aprendizaje de vivir se ha volcado en una visión personal de la existencia”, escribió. Siendo su compañera por más de dos décadas, ¿cómo describiría usted esa visión?

MLT: Claro. En su poesía hay desencuentros amorosos. Pérdidas […] Su madre murió cuando él no llegaba al año: “¿Por qué madre […] cuando llegué a tu agonía/ ya no me conociste?”; “madre te pudo la muerte,/ madre, nos dejamos solos”. Su hermano Eleazar, a quien adoraba, se suicidó: “Tú, hermano mío, mi igual, mi idéntico, estabas entre paños de mortaja y corazones dados al escalofrío”. Ernesto siempre escribió poesía, pero no la publicaba. Por ello, sorprendió tanto cuando salió la publicación de Palabras para el desencuentro a sus más de setenta años. “Se te quiebran los puños antes de abrir de veras un secreto”. Tal fue la timidez de Ernesto para confesar sus tristezas en líneas de excelencia literaria.

FJ: Compártanos, ¿qué prefiere usted de su poesía?

MLT: Para mi fortuna, sin duda el poema de Los dones, el único que me dedicó: “A lo largo del tiempo / se abren las paradojas: todo es nuevo […]/ al filo de los ojos, ojos hospitalarios donde cabe el temblor […] con que el amor se implanta/ y nos bendice […] apostábamos al azaroso juego/ de amor y convivencia. / Y ella, segura, enarbolaba el júbilo, erraba por mi piel […]”. Y su precioso ensayo, La rosa transfigurada, la flor que ha sido colmada de elogios desde los babilonios, dedicado a mí. Me fascina el Ernesto poeta que observa a otro poeta, su admirado Rilke. En la parte de La rosa vuelta sobre sí, teje, entreteje y desteje el mundo poético rilkeano de la “rosa”, símbolo elegido que muestra su interior en su espectro aromático que se deshila en el aire.

La parte de Toda rosa es mujer también me toca fibras, siempre puse rosas rojas en la casa: “La Rosa cumple la tarea suprema, tarea que consiste, paradójicamente, en no hacer nada, sino dejarse admirar y amar”. Ensayo en que la flor privilegiada reclama una lectura pausada.

FJ: ¿Por qué dice que el terremoto del 85 fue un estímulo para publicar?

MLT: Porque él vivía en la colonia Roma Norte cuando el terremoto sacudió la ciudad, y su departamento quedó inhabitable. Su biblioteca, de más veinticuatro mil volúmenes, quedó a la intemperie por tres días, apilada en la calle de Durango (todavía no nos casábamos). Estaba desolado, era su herencia, su cultura asimilada, su tesoro familiar.

No sé cómo ideé la manera de que durante su refugio, en casa de su prima María Elena, mandara al meritito diablo su timidez, su despiadada autocrítica, y se animara a publicar. Cito un verso que lo describe: “Y le rompí los labios al silencio […]”. Surtió efecto. Al año publicó Las estratagemas de Dios, ocho cuentos breves, lúdicos, que espolean, intrigan. Vicente Quirate, que percibió con acierto a Ernesto, escribió:

“El creador es lúdico, subversivo y rebelde de sí mismo. Debe estar tocado por el ángel de la inteligencia, pero su pluma debe ser movida igualmente por el demonio de la imaginación. Ernesto supo volar con ambas alas”.

FJ: ¿Qué le gustaba a Ernesto que le leyera usted en voz alta?

MLT: Imagen es un poema de tono autobiográfico, sus pérdidas: “Tú, hermano mío, mi igual, mi idéntico”. Su desorden para lo práctico de la vida: “Te cansas pronto, Ernesto, / se te cierra el aliento sin llegar a un lugar deshabitado”. Le gustaba que me gustara, “caballero a solas, a base de esponsales’’, “El amor que no se sacia’’ (se casó varias veces). Hasta que, presumo, llegué a su vida ya para siempre.

FJ: De Mineralogía para intrusos, ¿con qué se queda?

MLT: “No hay seres de mayor mudez en la creación que las humildes piedras, sostén de nuestros pies, pero también filos de nuestras lanzas y masas de nuestras hachas. Y así, quité la mordaza a las cuevas y medité en el lenguaje mineral, expresado en colores, acumulaciones y distancias”. Me gustó tanto ‘intrusos’ que le robé la palabra, la incorporé al título de la antología que me publicó Alfaguara en 2015, Ernesto para intrusos.

María Luisa Tavernier con Ernesto de la Peña en una reunión de la Cofradía de Baco. Archivo de María Luisa Tavernier.

 

FJ: En su novela El indeleble caso de Borelli, ¿de cuántos vampiros cree que se trata en realidad?

MLT: Ernesto perturba con sus enigmas en su novela neogótica. Creo que provoca al lector. Una hija que nunca para de menstruar, ¿es ella la que vampirea a su padre médico para alimentar su flujo? Nunca se acaba de saber. Por lo menos, yo no lo sé. El padre hace “malabares” para darle sangre. Por qué, no me animo a manifestar una opinión. Borelli me intriga, su prosa es impecable, pero me habría gustado que, en lugar del París burgués donde se desarrolla la novela, la hubiera situado en Guanajuato, con sus callejones, las subidas y bajadas de sus calles, y que les hubiese puesto nombres muy mexicanos a sus personajes. Creo que habría sido un éxito.

FJ: El ensayo La sinrazón sospechosa invita a disfrutar del extravío de Don Quijote, de la sinrazón que lo guía por la vida. ¿Cree que el personaje estaba loco, se hacía el loco, o ambas cosas?

María Luisa Tavernier con Ernesto de la Peña, esposo suyo. Archivo de María Luisa Tavernier. Fuente: Wikipedia.

 

MLT: Coincido con la tesis de Ernesto: se hacía. Cervantes logró con su ficción una realidad que pertenece a todas las épocas.

FJ: ¿Qué valora particularmente del trabajo de Ernesto en la Academia Mexicana de la Lengua?

MLT: Esa respuesta se la dejo a su igual. Recurro a su entrañable amigo y poeta, Vicente Quirarte, porque nadie mejor que él para que nos cuente cómo intervenía Ernesto en la comisión en la que les tocó trabajar juntos. Escribe:

Su asistencia activa en la Comisión de Consultas retrasaba los avances en el desahogo de las preguntas que a ella llegaban porque cada intervención suya, para gozo y aprendizaje de los privilegiados integrantes, era una lección de filología, de historia y de amor al idioma, cuya práctica nos distingue de nuestros hermanos animales. En las reuniones del pleno, siempre era el más inconforme y el que con mayor entereza defendía la heterodoxia como la única forma posible y deseable de libertad. Me fascinaba de Ernesto que fuera un académico que no parecía académico, su capacidad lúdica.

FJ: Muchos recuerdan a Ernesto de la Peña en su faceta de conductor y comentarista de programas culturales en radio y televisión.

MLT: Opus 94.5 fue el maravilloso medio para que miles de radioescuchas lo siguieran en Testimonio y celebración. Cuando cambiaron de horario Música para Dios, hubo tales protestas que volvieron a ponerlo en su horario anterior. Tenía muchos radioescuchas fieles que disfrutaban puntualmente sus comentarios.

FJ: Estudiosa de la cultura del vino, dice usted que Ernesto gozaba de los borgoñas de Clos Vougeot, ¿qué tienen de particular esos vinos?

MLT: Vivimos una experiencia maravillosa. Habíamos ido a ver la película El festín de Babette, cuyo final es la expresión misma del placer de beber vino y saborear deliciosos platillos, en cordialidad. La protagonista, que había sido chef en el famoso Café Anglais de París, se había exiliado en un pueblo de Dinamarca, donde se enfrentó a la frialdad y rigidez de sus habitantes luteranos. Decide invitarlos a una cena. Babette eligió un Clos Vougeot 1846 para maridarlo con las cailles en sarcophage, entre otros vinos y delicias. Al término de la cena, los invitados luteranos ablandaron su corazón y se hermanaron. Babette, sudorosa, se sirve en la cocina una copa de Vougeot; había hecho una obra de arte culinario.

Saliendo del cine corrimos a buscar el Clos de Vougeot, recorrimos varias tiendas, al fin encontramos uno de 1980. De inmediato lo descorchamos. Nos fascinó. Sedoso, de rubí intenso, desplegaba una paleta aromática compleja, la madera bien integrada le daba una delicada estructura con suaves notas de cuero. A partir de entonces, convertimos en un ritual beberlo en Año Nuevo y en nuestros cumpleaños. Desde luego que compartimos muchos otros de Médoc, Rhône, Champagne, Toscana, Napa, Bandol, Ensenada … de todo el mundo.

FJ: Usted recibió, en su nombre, la Medalla Belisario Domínguez del Senado de la República. ¿Qué le gusta recordar, en particular, de ese acto?

MLT: Me quedé pasmada. Me sorprendió muchísimo la noticia. De veras se la otorgaban al más brillante humanista del siglo xx mexicano. Hasta políticos lo escuchaban. Casi no lo podía creer, dudé que fuera verdad. No ubicaba a Ernesto como héroe a la manera tradicional. Fue entonces un héroe cultural que difundió muchos años en Opus 94.5 sus saberes clásicos. Me contó el senador Roberto Albores que la votación en su favor había sido por una mayoría aplastante. Salí como pavorreal, aunque rara; era él quien debía haber estado.

FJ: ¿Y de su faceta de traductor?

MLT: Ernesto adquirió mucha experiencia como traductor oficial de Relaciones Exteriores. Aunque también incursionó en la traducción literaria. Su versión directa del griego al español de México de los Evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan (Siglo XXI Editores) ha sido un acierto. Me impactó su versión del Padre Nuestro, de Mateo. Me detuve en una línea: “Y no nos induzcas en tentación, / sino sálvanos del mal”.

Ex libris de Ernesto de la Peña. El nombre manuscrito es de puño y letra de De la Peña. Cortesía de María Luisa Tavernier.

 



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