Cincuenta y cuatro años tenía Moctezuma Xocoyotzin, noveno huey tlatoani del imperio mexica, señor de los 370 pueblos tributarios de los aztecas, el 29 de junio de 1520. Cuando parecía que Hernán Cortés estaba cerca de conseguir su conquista sin nuevos episodios de violencia, los mexicas, con el apoyo de Tlatelolco, se lanzaron a una guerra a muerte contra los españoles. Era su respuesta a la matanza cometida por los castellanos en el Templo Mayor, cuando Pedro de Alvarado se había quedado al mando en ausencia de Cortés, quien estaba en Veracruz combatiendo a Pánfilo de Narváez.
La lucha en Tenochtitlan fue de una furia incontenible. Hernán Cortés, alarmado por la situación que encuentra a su regreso, intentó detener el combate utilizando a Moctezuma, a quien tenía prisionero. Según la narración del conquistador, el emperador azteca salió a la azotea de su palacio para pedir que cesara la guerra. En ese momento una pedrada le alcanzó en la cabeza, causándole la muerte. La versión indígena está contenida en el Códice Ramírez, que indica:
En viendo los mexicanos al rey Motecuczuma en la azotea haciendo cierta señal, cesó el alarido de la gente poniendo todos en gran silencio de escuchar lo que quería decir; entonces el principal que llevaba consigo, alzó la voz y dijo las palabras que quedan dichas [que se sosegasen porque no podrían prevalecer contra los españoles], y apenas había acabado cuando un animoso capitán llamado Cuauhtémoc, de edad de diez y ocho años, que ya le querían elegir por rey, dijo en alta voz: ¿Qué es lo que dice ese bellaco de Motecuczuma […]? No le queremos obedecer porque ya no es nuestro rey, y como a vil hombre le hemos de dar el castigo y pago. En diciendo esto alzó el brazo y marcando hacia él disparóle muchas flechas; lo mismo hizo todo el ejército. Dicen algunos que entonces le dieron una pedrada a Mutecuczuma en la frente, de que murió, pero no es cierto según lo afirman todos los indios.
Más adelante, el anónimo cronista indígena apunta a que fueron los propios conquistadores quienes dieron muerte a Moctezuma, a quien los mexicas hallaron “muerto a puñaladas, que le mataron los españoles a él y a los demás principales que tenían consigo la noche que se huyeron”. En el Códice Moctezuma hay una imagen del emperador en una terraza, con una cuerda atada al cuello sostenida por un español.
Quinientos años después de su muerte, el emperador azteca sigue siendo considerado como un gobernante débil, paralizado por el miedo a los españoles. En realidad no era temor, sino recelo, y no hacia los castellanos, sino a la fuerza que formaron junto a los pueblos que se les habían unido.
Moctezuma Xocoyotzin, cuyo primer nombre significa “señor sañudo” y el segundo “el más joven”, había sido elegido noveno señor de México-Tenochtitlan por un consejo formado por dignatarios mexicas y los señores aliados de Texcoco y Tlacopan. Subía al trono como sucesor de Ahuítzotl y era hijo del también señor Axayácatl y nieto de Nezahualcóyotl. En su juventud había sido un guerrero valeroso y al ser elegido era el sumo sacerdote. José Luis Martínez afirma que:
era un hombre grave, melancólico, aprensivo y supersticioso. Como gobernante, amplió y consolidó el imperio, acentuó la severidad de la educación de la juventud, sólo admitió a los nobles en los cargos de gobierno y administrativos, impuso en su corte una etiqueta rigurosa, que era como el servicio de un dios, y aumentó considerablemente los sacrificios humanos rituales.
Quinientos años después de su muerte, el emperador azteca sigue siendo considerado como un gobernante débil, paralizado por el miedo a los españoles. En realidad no era temor, sino recelo, y no hacia los castellanos, sino a la fuerza que formaron junto a los pueblos que se les habían unido. En unas reflexiones con motivo de la puesta en escena de la ópera Motezuma, Sergio Vela se refiere a “la fascinación de la alteridad” entre Moctezuma y Cortés. Personajes antagónicos, emperador y conquistador se deslumbran mutuamente, y sorprende el interés de ambos por entender al otro. Tras la entrada del extremeño en Tenochtitlan, que el tlatoani ha intentado evitar por todos los medios, Moctezuma sabe que no está ante un dios, sino frente a un mortal ávido de oro. Pero también está convencido de que no tiene ninguna posibilidad si enfrenta a los extranjeros. Por eso busca ganar tiempo y evitar el combate.
Cuando estalla la lucha tras la matanza en el Templo Mayor, Moctezuma presiente que todo está perdido. Sólo le queda pedirle al hombre que lo tiene prisionero que le dé muerte, para ganar así el cielo de los guerreros que mueren a manos de sus enemigos. Cinco siglos han transcurrido y el juicio de la posteridad lo sigue declarando culpable.
Los presagios funestos
Apenas tres años después de que Moctezuma Xocoyotzin iniciara su reinado, comenzaron a aparecer en el mundo azteca fenómenos inexplicables. Los habitantes del México antiguo se alarmaron, pero sobre todo los hechos misteriosos inquietaron al emperador, cada vez más obsesionado por conocer su significado.
Así, en 1505 el Popocatépetl dejó de humear por 20 días. Según el Códice Aubin, en 1508 aparecieron los tlacahuilome, “fantasmas del fin del mundo”, y se vio por el oriente, cerca del amanecer, una mixpantli o “bandera de nubes”, que volvió con mayor fulgor al año siguiente. Como aquella luz celeste continuaba en 1510, Moctezuma consultó a Nezahualpilli, señor de Texcoco y sabio en ciencias ocultas, el significado de aquel fenómeno. “De aquí a muy pocos años –le contestó–, nuestras ciudades serán destruidas y asoladas, nosotros y nuestros hijos, muertos, y nuestros vasallos, destruidos”. Le anunció, además, que perdería todas las guerras que emprendiera, y que pronto aparecerían en el cielo nuevas señales de aquellas desgracias.
Ese mismo año hubo un eclipse de sol y se incendió el gran templo de Huitzilopochtli, consumiéndose rápidamente las columnas del adoratorio. No pudieron apagar el fuego porque el agua que arrojaban avivaba aún más las llamas. También un rayo cayó sobre el templo de Xiuhtecuhtli, dios del fuego, en un lugar llamado Tzonmolco. Como el techo era de paja, todo el templo ardió.
La princesa Papantzin había tenido una visión de hombres blancos y barbudos, con estandartes en las manos y yelmos en la cabeza, que se aproximaban en grandes barcos, los cuales “con las armas se harán dueños de estos países”.
Otro presagio funesto fue un cometa que cruzó el cielo cuando aún era de día y se dividió en tres partes. Comenzó su recorrido en el poniente y se dirigió hacia el oriente, esparciendo a su paso centellas como grandes carbones encendidos. La cauda del cometa se extendía largamente, y cuando la gente la vio hubo una gran gritería.
Si Moctezuma ya estaba entonces lo suficientemente inquieto, el siguiente hecho sobrenatural terminó de turbarlo. La princesa Papantzin, su hermana, que fue esposa del señor de Tlatelolco y que había muerto de causas naturales, resucitó. La princesa pidió ver a su hermano y le refirió, en presencia de Nezahualpilli, que había tenido una visión de hombres blancos y barbudos, con estandartes en las manos y yelmos en la cabeza, que se aproximaban en grandes barcos, los cuales “con las armas se harán dueños de estos países”.
Los inexplicables fenómenos continuaron. En 1511 apareció en el aire un gran pájaro con cabeza de hombre; junto al Templo Mayor cayó una columna de piedra sin que se supiera de dónde había salido; surgieron en el aire guerreros armados que peleaban entre sí; y una gran piedra labrada como cuauhxicalli –recipiente para colocar los corazones de los guerreros sacrificados– habló, dejando a todos atónitos, y se negó a que la transportaran.
En 1516 se dejó ver un gran cometa en el cielo hacia el oriente. Moctezuma consultó una vez más a Nezahualpilli, quien le confirmó su augurio de grandes calamidades y destrozos, tras los que “no quedará cosa con cosa”, y le anunció que él mismo, el señor de Texcoco, moriría pronto.
Fray Bernardino de Sahagún, en su Historia general de las cosas de Nueva España, refiere algunos de estos vaticinios y añade otros. El más conocido es que de noche comenzó a escucharse una mujer que lloraba y gritaba: “¡Oh, hijos míos, ya ha llegado vuestra destrucción!”, o bien: “¡Oh, hijos míos! ¿Dónde os llevaré, porque no os acabéis de perder?”, antecedentes de la leyenda de La Llorona. Un augurio más: pescadores del lago atraparon un ave del tamaño de una grulla que tenía un espejo en medio de la cabeza, en el cual se veían los cielos y las estrellas. Y el Códice florentino da cuenta de que “muchas veces se descubrían hombres, hombres monstruosos, con dos cabezas y un solo cuerpo; allá los llevaban al Tlillan Calmécac. Allí los veía Moctezuma; los veía y enseguida desaparecían”.
Muchos años antes, en 1467, Nezahualcóyotl, antiguo señor de Texcoco, por entonces ya viejo, hizo construir un templo dedicado a Huitzilopochtli. Para el acto de consagración al dios, compuso un canto en el que auguraba la destrucción del templo y de todo el mundo azteca:
En tal año como este, se destruirá este templo que ahora se estrena, ¿quién se hallará presente? ¿Será mi hijo o mi nieto? Entonces irá a disminución la tierra y se acabarán los señores, de suerte que el maguey pequeño y sin sazón será talado, los árboles aún pequeños darán frutos y la tierra defectuosa siempre irá a menos.
Cuando Nezahualcóyotl en su canto dice “en tal año como este”, está haciendo referencia a los ciclos mexicas de 52 años. Así, en 1467 “en tal año como este”, quiere decir dentro de 52 años, esto es en 1519, que fue el año en que llegaron los españoles e inició la Conquista de México.
A todas estas predicciones funestas hay que agregar una más, muy arraigada en la tradición tolteca: la profecía del retorno de Quetzalcóatl. Refiere Sahagún:
En el año 13 conejos [1518] vieron en el mar navíos [los de la expedición de Juan de Grijalva] los que estaban en las atalayas y luego vinieron a dar mandado a Motecuhzoma con gran prisa. Como oyó la nueva, Motecuhzoma despachó luego gente para el recibimiento de Quetzalcóatl, porque pensó que era él el que venía, porque cada día le estaban esperando, y como tenía relación que Quetzalcóatl había ido por la mar hacia el oriente, y los navíos venían de hacia el oriente, por eso pensó que era él. Envió cinco principales a que le recibiesen y le presentasen un gran presente que le envió.
Cuando Hernán Cortés tuvo conocimiento de esta profecía, supo sacarle el mayor provecho posible. Y cuando los mexicas comprendieron que Cortés no era su antiguo dios que regresaba, ya era demasiado tarde.
Un refinamiento que asombraba
Hernán Cortés queda literalmente deslumbrado desde que entra en Tenochtitlan y es conducido ante el emperador. En su Segunda carta de relación a Carlos V, Cortés se esfuerza por transmitirle al rey su admiración y asombro ante el refinamiento y el esplendor que rodeaban a Moctezuma.
Tenía, así fuera de la ciudad como dentro –escribe Cortés–, muchas casas de placer, y cada una de su manera de pasatiempo, tan bien labradas como se podría decir, y cuales requerían ser para un gran príncipe y señor. Tenía dentro de la ciudad sus casas de aposentamiento, tales y tan maravillosas que me parecía casi imposible poder decir la bondad y grandeza de ellas […], que en España no hay su semejable.
El conquistador describe después otra residencia de Moctezuma:
donde tenía un muy hermoso jardín con ciertos miradores que salían sobre él, y los mármoles y losas de ellos eran de jaspe […]. Había en esta casa aposentamientos para […] dos muy grandes príncipes con todo su servicio. En esta casa tenía diez estanques de agua, donde tenía todos los linajes de aves de agua que en estas partes se hallan, que son muchos y diversos, todas domésticas; y para las aves que se crían en la mar, eran los estanques de agua salada, y para los de ríos, lagunas de agua dulce, la cual agua vaciaban de cierto a cierto tiempo, por la limpieza.
Pero lo más curioso tal vez es que esta residencia disponía de una gran habitación que servía de vivienda para personas albinas: “Tenía en esta casa un cuarto en que tenía hombres y mujeres y niños blancos de su nacimiento en el rostro y cuerpo y cabellos y cejas y pestañas”.
Cortés da cuenta también de un zoológico privado de Moctezuma, que tenía un gran patio losado de muy gentiles losas, todo él hecho a manera de un juego de ajedrez. El patio daba paso a los refugios para los animales.
En cada una de estas casas había un ave de rapiña; comenzando de cernícalo hasta águila, todas cuantas se hallan en España, y muchas más raleas que allá no se han visto. Y de cada una de estas raleas había mucha cantidad […]. A todas estas aves daban todos los días de comer gallinas y no otro mantenimiento. Había en esta casa ciertas salas grandes bajas, todas llenas de jaulas grandes de muy gruesos maderos muy bien labrados y encajados y en todas o en las más había leones, tigres, lobos, zorras y gatos de diversas maneras y de todos en cantidad, a los cuales daban de comer gallinas cuantas les bastaban. Y para esos animales y aves había otros trescientos hombres que tenían cargo de ellos.
A continuación, Hernán Cortés pasa a describir cómo era la corte en el palacio de Moctezuma, y cuál el ceremonial para las comidas del tlatoani:
La manera de su servicio era que todos los días, luego en amaneciendo, eran en su casa más de seiscientos señores y personas principales, los cuales se sentaban y otros andaban por unas salas y corredores que había en la dicha casa y allí estaban hablando y pasando tiempo sin entrar donde su persona estaba. Y los servidores de estos y personas de quien se acompañaban henchían dos o tres grandes patios y la calle, que era muy grande. Y todos estaban sin salir de allí todo el día hasta la noche. Y al tiempo que traían de comer al dicho Mutezuma, así mismo lo traían a todos aquellos señores tan cumplidamente cuanto a su persona y también a los servidores y gentes de estos les daban sus raciones. Había cotidianamente la despensa y botillería abierta para todos aquellos que quisiesen comer y beber.
La Segunda carta de relación describe el estricto protocolo que se seguía en la mesa del emperador mexica:
La manera de cómo le daban de comer, es que venían trescientos o cuatrocientos mancebos con el manjar, que era sin cuento, porque todas las veces que comía, y le traían de todas las maneras de manjares, así de carnes como de pescados, frutas y yerbas que en toda la tierra se podían haber. Y porque la tierra es fría, traían debajo de cada plato y escudilla de manjar un braserico con brasa para que no se enfriase. Poníanle todos los manjares juntos en una gran sala en que él comía, […] la cual estaba toda muy bien esterada y muy limpia y él estaba sentado en una almohada de cuero, pequeña, muy bien hecha.
Al tiempo que comía –prosigue Cortés–, estaban allí desviados de él cinco o seis señores ancianos, a los cuales él daba de lo que comía y estaba en pie uno de aquellos servidores, que le ponía y alzaba los manjares y pedía a los otros que estaban más afuera lo que era necesario para el servicio. Y al principio y fin de la comida y cena, siempre le daban agua a manos y con la toalla que una vez se limpiaba nunca se limpiaba más, ni tampoco los platos y escudillas en que le traían una vez el manjar se los tornaban a traer, sino siempre nuevos y así hacían de los brasericos.
Como colofón disponemos del ritual con el cual se vestía el señor del Anáhuac, y el relato que hace Cortés de cómo nadie osaba mirar a los ojos al emperador:
Vestíase todos los días cuatro maneras de vestiduras, todas nuevas y nunca más se las vestía otra vez. Todos los señores que entraban en su casa no entraban calzados y cuando iban delante de él algunos que él enviaba a llamar, llevaban la cabeza y ojos inclinados y el cuerpo muy humillado y hablando con él no le miraban a la cara, lo cual hacían por mucho acatamiento y reverencia.
Protagonista de más de veinte óperas
La Conquista de México es un tema recurrente en la ópera. Desde el siglo numerosas óperas, tragedias líricas y comedias musicales están inspiradas en un tema tan seductor para la dramaturgia como la caída de Tenochtitlan, y más de veinte de ellas tienen a Moctezuma como protagonista. Los diferentes libretos, la mayoría de las veces poco interesados en la veracidad histórica, muestran identidades dispares del emperador azteca. Las obras de mayor interés son las siguientes:
The Indian Queen, semiópera con libreto de John Dryden, quien contó con la colaboración de sir Robert Howard, su cuñado. Moctezuma sólo es mencionado como personaje, no aparece en escena. La obra fue dos veces musicalizada: una por John Bannister en 1664 y otra por Henry Purcell, en 1695, quien murió poco antes de concluir el trabajo. Su hermano Daniel orquestó las últimas escenas. Esta semiópera tuvo una secuela: The Indian Emperor, or the Conquest of Mexico by the Spaniard, también con libreto de John Dryden, musicalizada por Pelham Humphrey y Henry Purcell.
Motezuma, drama per música, del compositor Antonio Vivaldi y libreto de Girolamo Alvise Giusti, estrenado en el teatro Sant’Angelo, de Venecia, en 1733. La partitura se perdió tras la muerte del compositor, pero en 2002 apareció en Kiev, donde la descubrió el musicólogo Steffen Voss, en el archivo de la Academia de Canto de Berlín, que fue trasladado a Ucrania tras la Segunda Guerra Mundial. Faltaron la obertura y las escenas 1 a 7 y el final del primer acto, así como varios fragmentos del tercero, los cuales reconstruyó Federico Sardelli a partir de otras óperas de Vivaldi fechadas en la misma época que la Motezuma. El violinista e investigador mexicano Samuel Máynez Champion reconstruyó la obra, respetando en parte la música pero con un nuevo libreto, más próximo a la realidad histórica, para lo que contó con la asesoría de los historiadores Alfredo López Austin y Miguel León-Portilla. La nueva versión, renombrada Motecuhzoma II, se estrenó en el Zócalo de la Ciudad de México el 7 y 8 de noviembre de 2019.
Montezuma, música de Carl Heinrich Graun, libreto de Federico El Grande de Prusia, Teatro de la Ópera de Berlín, 1755. El emperador azteca aparece como un déspota ilustrado, personaje en el que busca reflejarse el autor, quien hace denuesto de los españoles.
Motezuma, ópera con música de Gian Francesco di Majo, compositor napolitano ampliamente admirado por Mozart, y libreto de Amadeo Cigna-Santi, estrenada en el teatro Reggio de Turín, en 1765. No volvió a escena hasta 2003, cuando fue interpretada en Nápoles y Aschaffenburg, Alemania, con la dirección escénica, escenografía e iluminación de Sergio Vela, inspiradas en la iconografía de Pedro Coronel. Rescató la obra el musicólogo Antonio Florio, quien la descubrió en la Biblioteca Nacional de Lisboa. Es una obra de extraordinaria factura musical y un formidable libreto, que sintetiza ejemplarmente el conflicto de la Conquista. El libreto de Cigna-Santi fue musicalizado posteriormente por otros compositores. Es el caso de Jan Mysliveek, quien estrenó en Praga en 1771; Baldassare Galuppi, en Venecia en 1772; Giovanni Paisiello, en Roma en 1772; Gasparo Sacchini, en Londres en 1775; Giacomo Insanguine, en Turín en 1780; Antonio Zingarelli, en Nápoles en 1781; y Giacomo Treves, en Milán en 1845.
La conquista del Messico, música de Mattia Venlo, libreto de Giovanni Gualberto Bottarelli, Londres, 1767.
Montezuma, música de Pasquale Anfossi, libreto de Girolamo Giusti, Teatro Antico, Reggio Emilia, 1776.
Fernando Cortez o la conquista del Messico, música de Giuseppe Giordano, libreto de Filippo Tarducci, 1789. El libreto de Tarducci fue musicalizado asimismo por Giuseppe Mugens, quien estrenó en Florencia también en 1789, y Marco Antonio Portugal, quien estrenó en Venecia.
Fernand Cortez, ópera con música de Gaspare Spontini y libreto de Etienne de Jouy y Joseph-Alphonse d’Esménard. Se estrenó en la Ópera de París el 28 de noviembre de 1809. Se dice que fue el propio Napoleón Bonaparte quien sugirió el tema a Spontini, y que el estreno contó con su presencia. Las conquistas francesas se reflejan en la trama. El compositor, insatisfecho con la primera versión, reelaboró la obra en 1817 para volver a ser presentada en París, y luego, con más modificaciones, en Berlín en 1824 y 1832.
Cortés o la Conquista de México, música de Henry Rowley Bishop, libreto de Blanchet a partir de las investigaciones del historiador William Prescott; teatro Covent-Garden de Londres, 1822.
Montezuma, melólogo (monólogo con pasajes cantados con acompañamiento musical) de Ignaz Xaver Seyfried, Viena, 1825.
Montezuma, ópera del estadounidense Roger Sessions, libreto de Giuseppe Antonio Borgese; traducida al alemán se estrenó en la Ópera de Berlín, en 1964. El libreto se basa directamente en la crónica de Bernal Díaz del Castillo, pero incluye también la nueva historiografía de la Visión de los vencidos, publicada apenas cinco años antes por Miguel León-Portilla.
La noche triste, ópera con música de Jean Prodromidès, autor también del libreto con la colaboración de Jean Gruault. Estrenada en Nancy, Francia, en 1989.
Die Eroberung von Mexico (La Conquista de México), ópera con música de Wolfgang Rihm y libreto basado en textos de Antonin Artaud y Octavio Paz. Estrenada en Hamburgo en 1992.
La Conquista, ópera con música de Lorenzo Ferrero y libreto en inglés, español y náhuatl escrito por el compositor y Frances Karttunen. Estrenada en el Teatro Nacional de Praga en 2005. Utiliza música menos vanguardista que Sessions y Rihm. Precede a la ópera un conjunto de seis poemas sinfónicos titulado La Nueva España.
Montezuma–Fallender Adler (Águila que cae), obra musical del compositor austriaco Bernhard Lang, libreto de Christian Loidl, con la colaboración de Peter Liech. Se estrenó en el Teatro Nacional de Mannheim, 2010.
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