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Música y ópera

Orpheus Britannicus: Henry Purcell (1659-1695)

El musicólogo Fernando Álvarez del Castillo aborda el legado del compositor Henry Purcell y relata sus inicios musicales, su carrera al servicio de los monarcas Carlos I y Jacobo II, junto con las varias facetas de su música, así como su tendencia a la melancolía. “Henry Purcell logró dar a los ingleses una voz original, propia e individual, y a la vez universal”, sentencia el autor.


Por Fernando Álvarez del Castillo

De haber nacido 40 años antes, la historia de Henry Purcell (1659-1695) habría sido muy diferente. Bajo el gobierno de Oliver Cromwell, la música inglesa sufrió una aguda decadencia. Se permitía el canto de salmos y cantatas bíblicas con acompañamiento de órgano, pero la música elaborada y la música instrumental quedaron prohibidas, y aun los coros catedralicios, tan representativos de la cultura musical inglesa, se redujeron al mínimo. Un hecho es que, si Carlos II no hubiera gobernado posteriormente y no hubiera vivido hasta entonces en Francia, la personalidad y el genio de Purcell habrían tomado muy probablemente otros caminos, pero Purcell no pasó por nada de eso.

En 1660, un año después del nacimiento del compositor, Carlos II, “el enérgico y vivaz príncipe”, regresó a Inglaterra. Amante de la música, emprendió el restablecimiento de tal arte, intentando seguir el ejemplo de su padre, Carlos I, en cuyo reinado habían florecido las artes, y asimismo con la esperanza de igualar la riqueza de la música cortesana que había conocido durante su exilio en la corte de Luis XIV. Inmediatamente, en el primer año de su reinado, hubo un caudal de nombramientos musicales –no menos de cuarenta y ocho.

Entre aquellos que desembarcaron con el rey en Dover estaba Thomas Purcell, su recientemente nombrado camarero de guardarropa, cuyo hermano Henry se encontraba en Londres, ganándose la vida a duras penas como cantante en las óperas escenificadas por sir William Davenant, en particular la muy exitosa El sitio de Rodas, compuesta por Matthew Locke y favorita del escritor Samuel Pepys. Una de las primeras tareas de Carlos fue restablecer una música más amplia y elaborada en el rito de la Iglesia, además de reinstalar la Capilla Real en el palacio de Whitehall, que el anterior régimen puritano había cerrado, junto con las catedrales anglicanas y las escuelas de coro, debido a que se las consideraba muy cercanas al catolicismo romano –el temido espectro del papismo–. Purcell se unió a la Capilla Real, mientras que su hermano Henry se volvió maestro de coro de la abadía de Westminster, y luego, músico de la capilla privada del rey por sus méritos como cantante y laudista.

Oliver Cromwell (1609-1672) de Samuel Cooper, acuarela sobre vitela, 1656. Galería Nacional de Retratos, Londres.

 

La gran peste que asoló a Europa en 1665 golpeó a Londres con particular virulencia. Al año siguiente, el gran incendio consumió buena parte de la antigua ciudad, incluida la catedral de San Pablo, que databa del período gótico. Los planos para reconstruir la ciudad como una moderna capital barroca con base en el modelo urbano de la Ciudad Eterna los trazó el Inspector de Obras de Su Majestad, sir Christopher Wren. Desafortunadamente, nunca se realizaron, aunque Wren erigió más de cincuenta iglesias citadinas y eventualmente la nueva catedral de San Pablo. Algunos de sus proyectos elaborados para calles más anchas con diseño reticular han sobrevivido, mientras que muchos otros se terminaron con prisa dejando pasar una gran oportunidad. Sin embargo, Londres, centro del comercio y de las finanzas, se expandió con celeridad conforme prosperaba el país, a pesar de las dos guerras infructuosas contra los holandeses que Carlos sostuvo para complacer a Luis XIV de Francia, en correspondencia a su apoyo financiero y político. El gran poeta John Dryden celebró el éxito de la primera guerra holandesa y el sofocamiento del fuego en el Strand en su poema Annus Mirabilis de 1667.

Eneas se despide de Dido, óleo sobre lienzo de Guido Reni, circa 1630. Museumslandschaft Hessen Kassel, Kassel (Alemania).

 

El hijo de Henry Purcell, homónimo, tenía apenas un año cuando su padre fue llamado para ocupar el cargo en la abadía. La música secular había sido alentada por Cromwell y por el padrino del niño, John Hingeston, al servicio del propio Cromwell como organista y afinador de los instrumentos reales. Durante el reinado de Isabel I, después de la Reforma, se abandonaron varias formas musicales católicas, por lo que los músicos ingleses de la Capilla Real y de las catedrales se vieron obligados a componer sólo música sacra adecuada a la Iglesia anglicana. La mayor parte de esa producción fueron himnos para voces con acompañamiento de órgano, que compuso el gran madrigalista Orlando Gibbons; irónicamente, algunas de las mejores obras para el rito anglicano las escribieron Thomas Tallis y William Byrd, ambos católicos, que permanecieron al servicio real a pesar de su religión. De hecho, el rey Carlos II murió repentinamente a principios de 1685, no sin antes confesar en su lecho de muerte su conversión al catolicismo.

El gusto de Carlos por los violines, a partir de la impresión profunda que le había causado la orquesta de los Veinticuatro Violines del rey Luis XIV, animó a Purcell a introducir este modelo orquestal en los himnos que escribía para la capilla.

Al fallecer su padre, Purcell y sus cinco hermanos (Edward, Charles, Joseph, Daniel –también excelente compositor– y Katherine) quedaron al cuidado de Elizabeth, la madre. Henry, que entonces tenía 5 años, ingresó a la Capilla Real como cantante del coro, donde empezó su educación musical de manera formal bajo la instrucción del capitán Henry Cook, quien había introducido sinfonías orquestales, ritornelos e interludios de estilo francés en los himnos. También fueron sus maestros Christopher Gibbons, hijo de Orlando, Matthew Locke y John Blow, quien se volvería amigo de toda la vida de Henry. Además de cantar, los miembros del coro estudiaban composición y aprendían a tocar varios instrumentos de cuerda y teclado. Así, en el pequeño mundo musical del Londres de esa época, Purcell se codeaba con sus contemporáneos más ilustres, por lo que no pudo haber tenido mejores inicios.

Retrato de Jacobo II de Inglaterra (1633-1701), óleo sobre tela de Nicolas de Largillière, circa 1686.
Museo Marítimo Nacional, Londres.

 

Cuando consiguió sus primeros nombramientos como compositor de los Violines Reales en 1677, organista de la abadía de Westminster en 1679, y luego de la Capilla Real en 1682, su talento era ya muy demandado, particularmente para componer himnos. El gusto de Carlos por los violines, a partir de la impresión profunda que le había causado la orquesta de los Veinticuatro Violines del rey Luis XIV, animó a Purcell a introducir este modelo orquestal en los himnos que escribía para la capilla. Carlos también dio inicio a la tradición de honrar a los miembros de la familia real con odas y canciones de bienvenida, y Purcell demostró ser un excelente proveedor de este género. Como fiel servidor que era, la actitud de los monarcas hacia la música representaba cambios para él. Precisamente, en 1685 se dio una profunda modificación cuando Jacobo II (1633-1701) ascendió al trono. Este miembro de la casa Estuardo era católico, y rápidamente estableció una nueva Capilla Real como alternativa a la anterior capilla protestante. Fundó entonces un conjunto totalmente diferente en el que empleó a muchos músicos extranjeros, que se volvieron los favoritos de la corte; lo que no era, en estricto sentido, un desdén por los atrilistas nacionales, quienes debido al rigor protestante habían tenido que abandonar las maneras interpretativas más ricas y creativas a las que se veían obligados cuando tenían que tocar música italiana o francesa. Sin embargo, el monarca mostró sensibilidad, y la anterior Capilla Real no se disolvió, así que Purcell conservó sus cargos. Al menguar la demanda de música sacra para esa capilla, la composición de himnos se redujo considerablemente, al menos, por un tiempo. El propio Purcell fue uno de los primeros músicos en confirmar su lealtad a Jacobo, y la nación permaneció fiel al que era considerado legítimo rey. Pero empezó a perder apoyo debido a las malas políticas tendentes a imponer bruscamente el catolicismo, contradiciendo con ello al papa Inocencio XI, quien aconsejaba prudencia. Para ocupar importantes cargos militares y civiles promovió a católicos, y propuso un Acta de Tolerancia que, con el tiempo, desplazaría a la Iglesia de Inglaterra como religión oficial. La Iglesia anglicana enseñaba la obediencia pasiva, y la familia Purcell siguió apoyando a Jacobo a pesar de que a la Capilla Real ya sólo asistía la hija protestante de Jacobo, la princesa Ana, que se sentaba en un banquillo junto al vacío trono real. El rey había establecido una capilla católica en la que se interpretaban cantos gregorianos, con Giovanni Battista Draghi como organista, además de contar con la capilla de su segunda esposa, María de Módena, integrada, en su mayoría, por músicos italianos. El compositor favorito de la corte era a la sazón John Abell, católico que había estudiado en Italia, aspirante a empresario de ópera y muy reconocido por su excelente voz de contratenor (tesitura en la que también cantaba Henry Purcell).

El único retrato de Henry Purcell realizado en vida es este, de autor anónimo. Henry Purcell, óleo sobre lienzo, copia de una obra de John Closterman, s/f. Galería Nacional de Retratos, Londres.

Purcell volvió su atención hacia la escritura de canciones a fin de publicarlas con el objetivo de que se cantaran privadamente en los hogares burgueses y entre la aristocracia.

Purcell volvió su atención hacia la escritura de canciones a fin de publicarlas con el objetivo de que se cantaran privadamente en los hogares burgueses y entre la aristocracia. Cualquier persona que llevara una vida holgada a fines del siglo XVII aprendía música, y la demanda de obras susceptibles de interpretarse en el hogar era considerable. Purcell escribió música de cámara tanto para violas (que entonces era una nueva familia de instrumentos) como para pequeños conjuntos vocales que interpretaban canciones profanas. La única música para la corte que continuó produciendo regularmente bajo el reinado de Jacobo II fueron las odas reales y canciones de bienvenida, pero en 1660 se presentó una crisis con la noticia de que por primera vez Ana Hyde, la joven esposa de Jacobo, estaba embarazada. Hasta ese momento, la sucesión habría recaído, a la muerte de Jacobo, en la mayor de sus dos hijas protestantes, María II, casada con el holandés Guillermo III, príncipe de Orange, que odiaba Londres (escapaba cuando podía a Hampton Court), pasaba la mitad del año en campañas militares en Europa, y lo peor, era indiferente a la música. De faltar la reina María, entonces la corona sería para Ana. Ahora el infante Príncipe de Gales era el heredero católico, aunque un rumor protestante decía que el pequeño era un usurpador introducido de contrabando al palacio en un caldero; así que los dirigentes protestantes no perdieron tiempo en enviar una invitación a Guillermo para que interviniera. El neerlandés desembarcó en la costa oeste, pero esta vez los comandantes protestantes, la nobleza y la burguesía abandonaron en seguida al monarca, incluida su propia hija, Ana, que huyó de Whitehall con su esposo, el príncipe Jorge de Dinamarca. Guillermo avanzó sobre Londres, y después de un primer intento de fuga que fracasó, a Jacobo se le permitió escapar al extranjero con esposa e hijo. Al principio, Guillermo negó que estuviera buscando la corona, pero luego cambió de parecer. Sin embargo, la nación, particularmente la institución anglicana, no estaba preparada para que reinara solo. Por ello, María fue llamada de Holanda, y se les coronó juntos.