Giacomo Puccini (detalle), fotografía de A. Dupont, abril de 1908. Fuente: Wikipedia.
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Música y ópera

Puccini: primeros años en Lucca

Presentamos un fragmento de la biografía Puccini, su vida y su obra de Julian Budden. El erudito británico elabora un completo retrato del compositor de Lucca, así como un análisis de sus óperas, cuyo principio era la flexibilidad rítmica. El pensamiento musical de Puccini es el colofón de la ópera italiana del siglo XIX.


Por Julian Budden

“Vosotros, mis amados hermanos, cuyos corazones son sensibles a la llamada de la caridad cristiana, haréis bien en dedicar un pensamiento a una madre octogenaria, a una desolada esposa, a seis hijas de tierna edad, a un pequeño muchacho, único superviviente y heredero del arte de la armonía que tan abundantemente cosecharon sus antepasados y que algún día él será capaz de revivir”. Con estas palabras Giovanni Pacini, junto con Mercadante, el más importante compositor vivo de su generación, concluyó su oración fúnebre por Michele Puccini, organista de la catedral de Lucca y director del instituto musical de la ciudad, el 18 de febrero de 1864. Su recomendación fue debidamente atendida. No sólo se le concedió a Albina Puccini una pensión, modesta pero suficiente para mantener a una joven familia que pronto se vería incrementada por el nacimiento de otro hijo, sino que las funciones desempeñadas por el difunto se transfirieron al hermano de Albina, Fortunato Magi, hasta el momento en que el “Signor Giacomo” pudiera asumirlas personalmente. Nacido el 22 de diciembre de 1858, el Signor Giacomo tenía poco más de cinco años.

Puccini, su vida y sus obras de Julian Budden, Akal, 2020.

Las dinastías musicales, bastante frecuentes en los siglos xvii y xviii, eran excepcionales en el xix. El hecho de que ese sistema hubiera sobrevivido en Lucca se había debido principalmente a la particularidad de la situación geográfica y a la historia política y económica de la ciudad. Situada a orillas del Serchio, donde el río se prolonga desde los Alpes Apuanos por una fértil llanura hasta enhebrar su curso entre colinas boscosas para desembocar en el mar Tirreno, Lucca fue un importante asentamiento romano, cuyos restos todavía pueden contemplarse hoy. En el curso del Medievo, la “Serenissima Repubblica di Lucca” disputó la hegemonía en la Toscana a Pisa y Florencia; y pese a que terminaría cediendo terreno frente a sus rivales, siguió prosperando como ciudad industrial, famosa internacionalmente por sus sedas y sus manufacturas textiles. Las imponentes murallas construidas a finales del siglo xvi y jamás violadas por ningún atacante, contribuyeron a mantener las instituciones locales al abrigo de contagios externos.

 

Aunque las composiciones de Michele Puccini carecen de chispa creativa, su labor pedagógica fue lo suficientemente relevante como para merecer una mención en el suplemento de Arthur Pougin a la Biographie universelle des musiciensde Fétis.

Michele Puccini, padre de Giacomo Puccini, fotografía de autor desconocido, antes de 1864. Archivio Storico Ricordi. Fuente: Wikipedia.
La iglesia de San Michele in Foro, en Lucca, Italia. Fotografía de Luca Aless, 2014. Fuente: Wikipedia.

Durante siglos Lucca se había enorgullecido de una impresionante tradición en el ámbito de la música sacra. En muchas de las bellas iglesias románicas que abarrotan su laberíntica red de callejuelas se practicaba música para voces e instrumentos: la catedral de San Martino, que había gozado entre 1467 y 1486 de la presencia del carmelitano John Hothby como magiscolo (maestro y director de los cantores); San Michele in Foro, de imponente mármol blanco; San Frediano, con su espectacular mosaico en la fachada oeste. Durante el siglo xviii Lucca había dado al mundo dos compositores relevantes: Francesco Geminiani y Luigi Boccherini, ambos nacidos en el seno de la profesión. Pero a partir de 1739 la presencia de la familia Puccini fue abrumadora. Giacomo (1712-1781), el primero de la estirpe, nacido en Celle, en las laderas de los Alpes Apuanos, fue nombrado ese año maestro de la Cappella di Palazzo, cargo al que sumaría el año siguiente el de organista de la catedral de San Martino. De joven había estudiado en Bolonia con el famoso padre Martino, con quien mantuvo una correspondencia de por vida. Su hijo Antonio (1747-1832), su nieto Domenico (1772-1815) y su bisnieto Michele (1813-1864) también se formaron en Bolonia, y los dos últimos continuaron sus estudios en Nápoles. De todos ellos, fue Domenico quien obtendría una fama que traspasaría las murallas de la ciudad. Su ópera Quinto Fabio fue estrenada con gran éxito en Livorno en 1810, con Maria Marcolini, la primera intérprete del Tancredi rossiniano, en el papel principal, y en fecha tan tardía como 1850 su retrato aparecía en un álbum publicado por Breitkopf & Härtel junto a los de Bach, Händel y Beethoven. Pero las esperanzas de que Domenico llegase a asumir el manto de Cimarosa, expresadas por el Corriere Mediterraneo con ocasión del estreno livornés, se vieron frustradas por su repentina muerte a los cuarenta y dos años (por envenenamiento, según se dijo, a causa de sus ideas políticas liberales). Su hijo Michele se dedicó principalmente a la música sacra. Aunque sus composiciones carecen de chispa creativa, su labor pedagógica fue lo suficientemente relevante como para merecer una mención en el suplemento de Arthur Pougin a la Biographie universelle des musiciens de Fétis (1865).

Giovanni Pacini, circa 1835. Fuente: Wikipedia.

 

En 1849 la república de Lucca, un ducado desde las guerras napoleónicas sucesivamente bajo la soberanía francesa y austriaca, fue absorbida por el Gran Ducado de Toscana. La pérdida de su secular independencia coincidió con un lento declive de sus instituciones musicales. En 1799 desaparecieron las tradicionales Festa delle Tasche, que se celebraban durante las elecciones locales, con gran abundancia de oratorios escénicos. En 1842, por iniciativa de Giovanni Pacini, las diversas escuelas de música se fusionaron en el actual instituto, ubicado en un antiguo monasterio en la Via Elisa. Compositor de unas noventa óperas, amigo y colaborador de Rossini, detestado por Bellini y muy poco estimado por Verdi, Pacini se había establecido en la cercana Pescia, desde donde ejerció una poderosa influencia en la educación musical de la región. En los años siguientes fue cediendo cada vez más sus responsabilidades pedagógicas en Michele Puccini, quien en 1862 se convirtió en el director oficial del instituto. Como todos los organismos de este tipo, el instituto estaba financiado por la municipalidad, al igual que la Cappella Comunale, sucesora de la Cappella di Palazzo, que actuaba en las más importantes ocasiones litúrgicas y cuyos miembros ofrecían seis conciertos al año bajo el nombre de Società Orchestrale Boccherini, dirigida por el principal maestro de violín de la ciudad, Augusto Michelangeli. En 1867, a la muerte de Pacini, el instituto asumió el nombre de su fundador.

La Via di Poggio en Lucca, donde nació y creció Giacomo Puccini. Al fondo se aprecia el campanario de la iglesia de San Michele. Colección del Museo Puccini, Lucca.

La vida cultural de Lucca estaba inevitablemente en segundo plano respecto de la de Florencia, que desde mediados de los años sesenta se había convertido temporalmente en la capital del nuevo Reino de Italia. Sin embargo, y teniendo en cuenta el tamaño de su población, la vida cultural de Lucca seguía siendo notablemente rica. Los principales eventos del año, incluida la entrega de premios a los estudiantes del instituto musical, se ubicaban en torno a la Festa della Santa Croce, celebrada el 14 de septiembre, en la víspera de la cual todavía hoy tiene lugar una solemne procesión, encabezada por las autoridades religiosas y civiles, que recorre el trayecto desde la basílica de San Frediano hasta la catedral, donde se conserva el Volto Santo, un crucifijo de madera de origen medieval, objeto de un culto particular. Los servicios litúrgicos, que cubrían un periodo de unos diez días, requerían la composición de dos vísperas completas, una misa y un mottettone (gran motete) para solistas, doble coro y doble orquesta. No sólo se contrataba a sopranistas de la Capilla Sixtina, sino que la temporada anual de ópera en el Teatro del Giglio se programaba para hacerla coincidir con las festividades, de modo que los artistas invitados pudieran participar en ellas. Durante las décadas de 1830 y 1840, bajo el régimen tolerante del duque Carlo Ludovico, cuyo desorden en su vida privada era sólo comparable con su munificencia hacia las artes, el teatro municipal de Lucca había disfrutado de un periodo de auténtica gloria. Sus temporadas fueron entonces gestionadas por el “Napoleón de los empresarios”, Alessandro Lanari, quien trajo al teatro a estrellas de primer calibre, como María Malibran. Pero la anexión toscana había puesto fin a todo eso: se acabaron las novedades, tan sólo una dieta incesante de rancio repertorio. Por regla general se representaban dos óperas al año. Sin embargo, se solían montar otras dos durante el carnaval en el Teatro Pantera, gestionado por una asociación de la nobleza local; mientras que el Teatro Goldoni, creado para la representación de teatro en prosa, a menudo comenzaba su temporada después de Pascua con un par de óperas cómicas u operetas. En ningún caso los recursos financieros permitían la contratación de cantantes de primera línea. La orquesta era, por supuesto, reclutada localmente, con resultados que dejaban mucho que desear. A propósito de una interpretación en 1877 de Guglielmo Tell, un crítico llegó a decir que la ópera de Rossini había quedado irreconocible. La afirmación de Puccini, refrendada por la mayoría de sus biógrafos, de que vio su primera ópera, Aida, en Pisa en 1876, ha sido refutada por una carta recientemente descubierta en la que el compositor recuerda haber admirado La Vestale “cuando era estudiante en Lucca” (en efecto, la ópera de Mercadante se representó en el Teatro Pantera en 1874); pero la Aida de Pisa bien pudo haber sido la primera ópera que vio decentemente montada e interpretada.

Giacomo Puccini, 1876, Milán. Colección del Museo Puccini, Lucca.

Sucedía todo lo contrario con el teatro hablado. En este campo Lucca gozaba, al parecer, de una cierta relevancia en la península, con una presencia regular de compañías itinerantes comandadas por actores-empresarios de renombre. Las programaciones incluían desde obras de Goldoni y Alfieri hasta las últimas creaciones de Dumas (père et fils), Octave Feuillet y Sardou, por no hablar de Dal Testa y Giacosa. En 1876 los periódicos locales hablaron de una seconda donna que, en la Virginia de Ludovico Muratore, fue “cada noche más aplaudida, y con todo merecimiento, pues combina el encanto y la elegancia con la belleza de la expresión y una buena presencia escénica”. Su nombre era Eleonora Duse. Todo ello contribuyó sin duda a la formación del estilo teatral de Puccini, a su extraordinaria capacidad para concebir su música en términos de acción y movimiento escénico, e incluso para adivinar las posibilidades operísticas de una obra de teatro interpretada en un idioma del que no entendía ni una palabra.

Cada vez que cantaba fuera de tono, Magi le propinaba una patada en la espinilla, con el resultado de que Puccini, durante el resto de su vida, fue incapaz de oír una nota desafinada sin sentir pinchazos imaginarios de dolor.

 

En 1864, cuando murió Michele Puccini, la familia habitaba en Via del Poggio, cerca de la iglesia de San Michele. Albina, dieciocho años más joven que su marido, demostró ser una competente cabeza de familia, capaz de mantener su estatus de clase media burguesa con dos sirvientas, pero fue sobre todo una mujer de rara determinación. El pequeño Giacomo no mostraba una gran aptitud para aquellos papeles que la madre esperaba que algún día le serían encomendados. Según todos los testimonios, incluido el suyo propio, era un niño bastante holgazán y un tanto pícaro que causaba la desesperación de su tío, Fortunato Magi, quien intentaba hacer de él un corista y de iniciarlo en el estudio del teclado. Cada vez que cantaba fuera de tono, Magi le propinaba una patada en la espinilla, con el resultado de que Puccini, durante el resto de su vida, fue incapaz de oír una nota desafinada sin sentir pinchazos imaginarios de dolor. Afortunadamente para él, Magi dimitió de su puesto en el Istituto Pacini en 1872 tras una feroz disputa con las autoridades locales, trasladándose a Sarzana para ocupar un cargo similar. Compositor de talento, especialmente dotado para la orquestación, director de orquesta competente y profesor de primer nivel, muy respetado por sus alumnos, Magi tenía un talento poco común para hacer enemigos; de ahí, al parecer, los sucesivos traslados de Sarzana a Ferrara, La Spezia y por último, Venecia, como director del Liceo Musicale Benedetto Marcello (donde tuvo entre sus alumnos a Alberto Franchetti, quien pronto se convertiría en un destacado exponente de su generación). Pero el carácter de Magi no pareció suavizarse con los años. Una elogiosa reseña de su dirección en 1879 de Le Roi de Lahore de Massenet, incluye oscuras referencias a “maniobras de los envidiosos, los malévolos y los impotentes” que hablan por sí solas. Murió en 1882 a la edad de 43 años, no sin antes mostrarse ante su sobrino lo suficientemente benévolo como para escribir para él una carta de presentación para el Conservatorio de Milán.

Viene a clase simplemente para desgastar sus pantalones en el asiento. No presta la más mínima atención a nada, y continuamente finge tocar en su pupitre como si fuera un piano. No lee nunca.

 

Giacomo Puccini joven, fotografía del estudio Montabone, octubre de 1897, Milán. Fuente: Wikipedia.

Giacomo fue al principio admitido como alumno en el seminario eclesiástico de San Michele, del que, a la edad de 8 años, pasó al de la catedral, como correspondía a alguien destinado a una carrera de organista. Desafortunadamente para él, las tradiciones musicales del seminario habían sido recientemente restringidas por el arzobispo en favor de un austero escolasticismo casi medieval. No es de extrañar que demostrase ser un escolar recalcitrante: “Viene a clase”, decía un informe, “simplemente para desgastar sus pantalones en el asiento. No presta la más mínima atención a nada, y continuamente finge tocar en su pupitre como si fuera un piano. No lee nunca”. Necesitó cinco años, en lugar de los cuatro habituales, para aprobar por los pelos, retardado por una profunda antipatía hacia las matemáticas, un rasgo que sería esgrimido más adelante en su contra por sus detractores musicales. En 1874 terminó su educación básica, convirtiéndose en estudiante a tiempo completo en el Istituto Pacini, cuyas clases de primaria había frecuentado durante los dos años anteriores. Por entonces, los dedos que tamborileaban sobre el pupitre de la escuela habían adquirido la habilidad suficiente como para ser llamado para sustituir a los organistas de varias parroquias de los alrededores, en particular en el complejo veraniego de Mutigliano, donde se dice que escandalizaba a los fieles con la inserción de famosas melodías operísticas en sus introducciones al rito. Tocaba también el piano para veladas mundanas en el Caffè Caselli de la calle principal de Lucca, la Via Fillungo, e incluso, según corría la voz, en establecimientos de reputación más dudosa, al igual que el joven Brahms. En 1874 tomó un alumno, un tal Carlo Della Nina, hijo de un sastre de la cercana aldea de Porcari. Las clases se prolongarían durante cuatro años, pero es probable que no fuesen muy sistemáticas, dado que la enseñanza no fue nunca un oficio adecuado para Puccini, como tampoco lo fue para Verdi. En todo caso le dio la ocasión de componer algunas piezas organísticas para el niño, que le hacía pasar por suyas. Menos favorecedora es la historia, confirmada por el mismo Puccini, de su asociación con algunos amigos para sustraer tubos del decrépito órgano del monasterio de las benedictinas con el fin de comprar cigarros toscanos. Es obvio que había adquirido muy pronto el hábito de fumar, que le acompañaría a lo largo de toda su vida.

La fotografía más antigua con dedicatoria conocida de Puccini probablemente sea esta, dedicada a Romilda Pantaleoni. Estudio de Pagliano y Ricordi, 1885, Milán.

Desde la partida de Fortunato Magi de Lucca, sus funciones en el Istituto Pacini se habían dividido entre dos de sus colegas: Carlo Marsili le sucedió como director, mientras que Carlo Angeloni se hizo cargo de sus clases de armonía y contrapunto, convirtiéndose de ese modo en el primer profesor de composición de Puccini. Cinco años mayor que Magi y, como él, alumno de Michele Puccini, Angeloni era una figura mucho menos pintoresca tanto en su faceta humana como en la musical. Dos de sus óperas habían sido estrenadas con cierto éxito en el Teatro Pantera; sin embargo, apenas se encuentran rasgos teatrales en sus piezas sacras, que son como mínimo respetables. El contrapunto es estricto y poco audaz, la escritura melódica es suave con ciertos toques cromáticos, en un estilo muy parecido al de Teodulo Mabellini, organista de la catedral de Florencia y genio tutelar de la música en la región, que se desplazaba con frecuencia a Lucca para dirigir sus propias misas. Los honores que le fueron tributados a Angeloni tras su muerte en 1901 provocaron, de parte de la familia Puccini, algunos comentarios cáusticos sobre la ciudad que había sido incapaz de erigir un monumento adecuado a Boccherini. Pero no hay razón para dudar de la sinceridad de Giacomo cuando escribió a Toscanini instándole a interpretar un Stabat Mater de su antiguo maestro en la Exposición Internacional de París de 1898 (“Créame, Angeloni es un compositor de música eclesiástica verdaderamente distinguido”). Ciertamente, Angeloni demostró ser un profesor agradable, bajo cuya enseñanza Puccini realizó continuos progresos. Ya en su primer año, el nombre de Puccini apareció entre los diversos ganadores de los premios del instituto, aunque por debajo de su amigo y compañero de estudios Carlo Carignani para quien se predecía con seguridad una brillante carrera pianística (en realidad sería recordado solamente como el reductor de las partituras de Puccini). Un documento de 1875 atestigua que “en el último año el Signor Puccini Giacomo se ha distinguido en la Escuela de Órgano, y por lo tanto es digno con toda justicia del Primo Premio Lucca del Palazzo Comunale en este día de septiembre”.

Hasta el momento nada hacía presagiar al futuro compositor. Pero es en ese año cuando se le atribuye su primera composición conocida: una canción para mezzosoprano y piano sobre un poema de amor anónimo titulado A te. Se trata claramente de una obra estudiantil, aunque Puccini la tuvo en suficiente estima como para regalar el autógrafo al instituto en 1901. Tres ideas melódicas distintas expresadas en el lenguaje algo empalagoso de Angeloni dan testimonio de una cierta fluidez inventiva: un sencillo periodo de dieciséis compases como introducción del piano, un largo parágrafo vocal en forma ternaria y una sección final más ligera (più mosso), que presenta una modulación desde la subdominante inicial a la tónica conclusiva. En una breve coda, el acompañamiento cambia de una pulsación de acordes a un trémolo, produciendo así un incremento de tensión. ¿El operista en embrión? Resulta un poco prematuro para decirlo. Fue el año siguiente cuando se produjo el acontecimiento, al que ya hemos hecho alusión, que orientó las intenciones de Puccini hacia el teatro. Para la temporada de Cuaresma de 1876, el Teatro Nuovo de Pisa decidió montar una opera mostro en el gran estilo. La elección oscilaba entre Gli Ugonotti de Meyerbeer y Aida de Verdi, y finalmente recayó en esta última. Los dirigentes de la línea ferroviaria Lucca-Pisa, inaugurada hacía poco, anunciaron un tren especial para llevar a los espectadores al teatro y otro a las dos de la madrugada para traerlos de nuevo a casa. El primer tren fue cancelado después de la noche del estreno, pero esta circunstancia no impidió a Puccini asistir. Junto con Carignani y otro amigo, el pintor y escultor Zizzania, realizó a pie el trayecto de treinta kilómetros por Monte Pisano. La experiencia de esa velada resultaría decisiva para su futura carrera. A partir de ese momento, según dijo a sus amigos, sus objetivos se concentrarían en el teatro. Pasarían muchos años, sin embargo, antes de que la semilla sembrada por Aida tuviera la oportunidad de madurar. Mientras tanto, unos meses más tarde, Puccini completó la primera composición a la que se le puede asignar una fecha precisa: un Preludio a orchestra, fechado el 8 de agosto de 1876, compuesto posiblemente para el concierto anual de septiembre en el que se presentaban obras de los estudiantes del instituto, aunque no hay constancia de que fuese interpretado allí ni en ningún otro lugar. El manuscrito (al que le falta, sin embargo, una página), que recientemente ha sido donado por un coleccionista privado al ayuntamiento de Lucca, muestra una pieza bastante breve basada en el contraste entre dos ideas, respectivamente en mi menor y mi mayor: la primera es un susurro de cuerdas tremolando con figuraciones en las maderas, que fluctúa en su tonalidad; la segunda, un tema regular, amplio y asertivo. Los compases finales ofrecen dos características de cierto interés: un par de compases en 4/4 dentro de un pulso general ternario, prefigurando esa flexibilidad rítmica que caracterizará al compositor maduro, y una sorprendente cadencia chaikovskiana con un bajo que procede en movimiento contrario respecto de la figuración melódica.

Giacomo Puccini joven, fotografía del estudio Montabone, octubre de 1897, Milán. Fuente: Wikipedia.

Para el otoño de 1877, la ciudad de Lucca había programado una importante Esposizione Provinciale, con muestras dedicadas a todas las ramas de las artes y las ciencias. La aportación musical debía ser una composición para voces y orquesta con tenor o bajo solista, introducida por un preludio u obertura. En enero se anunció con tal fin un concurso que establecía premios de 200 liras para el vencedor, y de la mitad para el segundo clasificado. Todos los trabajos debían ser escritos de forma “clara e inteligible” y se presentarían de forma anónima. Puccini mandó su trabajo, una adaptación de un poema patriótico, “I figli d’Italia bella”, que le fue devuelto al remitente con la recomendación de estudiar más y mejorar su escritura. Por lo demás, el concurso no asignó finalmente ningún premio. La cantata de Puccini se daba por perdida hasta que en 2003 la nieta de Puccini, Simonetta, descubrió la existencia entre sus papeles de parte del material. Por lo que hemos podido juzgar a partir de su escucha, no parece que el texto, más bien enfático, lograra encender la inspiración del joven músico.

De haber estado al tanto los miembros del jurado de la identidad del compositor, quizá hubieran examinado el manuscrito con más detenimiento. Porque, entre tanto, Puccini había empezado a llamar la atención con un motete, Plaudite populi para barítono solo, coro mixto y orquesta, que fue interpretado por primera vez en un concierto estudiantil el 29 de abril y se repitió en la iglesia de San Paolino, el santo patrono de la ciudad, el 11 de julio, la víspera del día de la fiesta dedicada al santo. “Al escuchar esta música”, observaba el crítico de La Provincia di Lucca, “nos ha venido a la mente un viejo proverbio, los hijos de los gatos atrapan ratones; de hecho, Giacomo Puccini representa la quinta generación musical de su familia; tiene ante sí excelentes ejemplos a imitar y podría llegar a convertirse en un compositor de considerable destreza, ya que muestra una gran aptitud para el arte”. Siguen las habituales exhortaciones a estudiar los modelos clásicos y así demostrar que era digno de sus antepasados. La alabanza no estaba fuera de lugar: basado en un banal texto latino en honor del santo, el motete muestra pocos rasgos originales, pero está escrito con fluidez y confianza en forma ternaria, con toda la sección central confiada al barítono solista. Sólo una breve frase, caracterizada por un salto de séptima descendente, repetido varias veces, nos da pistas sobre el Puccini futuro.

Giacomo Puccini, fotografía de Guigoni y Bossi, 1903, Milán. Fuente: Wikipedia. Archivio Storico Ricordi.
Giacomo Puccini, fotografía dedicada a Giulio Ricordi, 1900, Milán.
Giacomo Puccini posa junto a su pianoforte Steinway & Sons en su hogar en Milán, 1900. Fuente: Wikipedia.

La oportunidad de revalidar su primer triunfo se presentó exactamente un año después, con ocasión de una nueva presentación en la iglesia de San Paolino de una misa colectiva escrita por alumnos del Istituto Musicale Pacini. Ni la Sinfonía de Pietro Giusti, ni el Kyrie y el Gloria de Carlo Guerini suscitaron gran interés entre los críticos. Pero después vino el motete de Puccini (“que oímos el año pasado y de cuyas múltiples bellezas habíamos tomado nota”) y un Credo (“recién compuesto por el signore Puccini; es una pieza escrita con mucho sentido, que muestra una bella instrumentación; contiene algunas ideas originales, y el ‘Incarnatus et crucifixus’ no parece la obra de un principiante, sino más bien la de un compositor experimentado”). El Sanctus y el Agnus Dei del prometedor Carignani fueron juzgados simplemente como “melodiosos y de gran efecto”. En la reseña que escribió para Il Moccolino, Nicolao Cerù, primo de Michele Puccini, recordaba el refrán sobre los hijos de los gatos, que sin duda se había convertido en una especie de eslogan en la familia. La única otra composición de Puccini que ha sido asignada hipotéticamente a 1878 es una adaptación del himno de Pasión Vexilla regis prodeunt para tenor y bajo (no se especifica si son solistas o coros) con órgano o armonio. Encargado por un químico aficionado a la música de Bagni di Lucca (otro escenario de las actividades extracurriculares del joven Puccini), se trata de una pieza sencilla, algo naíf, con momentos de dulzura típicamente italiana, pero poco más. Por esta pieza Puccini recibió, según el relato del hijo del químico, 10 liras (unos 50 peniques) y un pastel que era la especialidad de Bagni di Lucca. Ciertamente, la obra no valía más.



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