Portada: Fotografías de Pascual Borzelli Iglesias
El cuarto jinete (Era, 2021) es la primera novela para adultos de Verónica Murguía (Ciudad de México, 1960), conocida por su sólida y exitosa carrera como autora de literatura infantil y juvenil. Erudita y bella, esta novela retrata con un nivel de detalle impresionante la vida cotidiana en medio de la peste bubónica que asolaba a buena parte del mundo en 1348 y que fue la peor tragedia sanitaria de la historia. Es el libro de una novelista y de una historiadora, aunque ella niega ser esto último: “Yo soy una señora de lo más normal de la Nápoles, no tengo acceso a documentos. Mi sueño dorado es tener frente a mí lo que sea que tenga que ver con la peste: un manifiesto de cuántos muertos hubo un día, una ordenanza, una proclama, una bula…”. Es un libro que nos hace preguntarnos si somos los mismos ahora, si nos damos cuenta del privilegio que supone el conocimiento. “Me gustaría que muchísima gente leyera El cuarto jinete para que pensara en el otro. En los médicos, por ejemplo, con quienes hemos sido tan injustos”.
¿Qué tiene que decirnos el mundo medieval a los hombres y mujeres del siglo XXI?
Mónica Braun (MB): Este libro podría haber sido una novela histórica “clásica”, pero no lo es.
Verónica Murguía (VM): Estrictamente hablando no lo es, pues los personajes centrales son todos de ficción, pero el ámbito en el que se desarrolla es lo más fiel posible a lo que ocurrió en realidad, porque me documenté exhaustivamente. También hay muchos personajes que pertenecen a la historia verdadera de Francia, como el director de la universidad, Jean Buridan; Jean de Venette, Guy de Chauliac, el rey….
(MB): Claro, aunque son tangenciales, no tienen voz y prácticamente están ahí sólo para ubicarnos en el contexto. ¿También leíste muchos libros de medicina?
(VM): Uy, sí, muchos, tanto de medicina medieval como contemporánea. Fue hasta el siglo XIX que se identificó a la bacteria que causa la peste, la Yersinia pestis, pero la enfermedad surgió muchos siglos antes y sigue existiendo hoy día. Hay peste negra donde quiera que haya roedores con pulgas. El brote de peste del que habla la novela se cree que surgió en Mongolia en 1346, pero en los últimos diez años ha habido ahí mismo otros brotes de la enfermedad, con decenas de muertos. Las descripciones que hago de la peste y sus síntomas son apegadas a la realidad; creo que sólo me tomé una licencia: llamarle peste, porque en ese momento se le conocía en Francia como “la plaga” y en Inglaterra como “la enfermedad azul”, pues la gangrena que provoca hace que las extremidades queden azules o, más bien, negras.
(MB): Escribiste este libro en 2003 y lo tuviste archivado por 18 largos años… ¿Por qué no quisiste publicarlo antes?
(VM): Porque era muy triste, porque no me sentía segura ni sentía que pudiera ser un libro de interés para nadie… Lo escribí en un momento de mucha tristeza por lo que estaba pasando en Irak, fue mi forma de darle salida a una sensación de impotencia muy grande. Es que para mí es mucho peor la guerra que la enfermedad; es peor Putin que el covid; y son peores los narcos que la diabetes. Pero, además, la peste siempre fue una obsesión para mí, desde muchísimos años atrás, por representar una experiencia límite de las sociedades y por ser el principio del fin de la Edad Media. Pienso que esa forma de pensar y de vivir ya se había agotado, pero la peste aceleró ese proceso, sumada a la guerra de los Cien Años; al surgimiento de una figura tan importante y carismática como Juana de Arco, que finalmente es quemada viva; a revueltas campesinas que son reprimidas con mucha crueldad, y al fracaso de la última cruzada. Luego cae Constantinopla. Fue una agonía larga de una época igualmente dilatada. La Edad Media duró diez siglos en Europa, pero sus formas de vida estuvieron presentes en otras sociedades. Es el caso de Japón, que tenía un feudalismo perfecto, y también siento que en el Medio Oriente hubo un medioevo equivalente en las grandes ciudades y los grandes reinos gobernados por califas como Harún al-Rashid, que estaba a la misma altura de Carlomagno, y quien era mucho más culto. Entonces esa forma de estar en el mundo se termina y los problemas exigen soluciones de otro tipo: que se desarrolle la tecnología, que haya más apertura en la ciencia, que avance la agricultura… Luego, Poggio Bracciolini descubre en 1417 un manuscrito de Lucrecio que, según Stephen Greenblatt, prepara al mundo para el Renacimiento. Como quiera que sea, ya Dios se quita de en medio y el hombre se coloca en su lugar.
Tengo para mí que la sensatez es un bien muy escaso, y que lo ha sido a lo largo de la historia. Los medievales por lo menos tenían la excusa de no haber visto un microscopio jamás.
(MB): Pero ¿no sientes que Dios sigue en medio, de alguna manera? El pensamiento mágico está presente todo el tiempo en tu novela; la ingenuidad de tus personajes de pronto resulta entrañable, y conmueve su indefensión ante un mal cuya causa ni siquiera sospechan y que es como la maldición de Dios. Pero ahora, seis siglos después, con la pandemia de covid-19 lo que vemos es un auge del mismo tipo de pensamiento medieval, del creer en el designio divino y en las soluciones mágicas, del desprecio por la ciencia… Parece que no hubiéramos evolucionado nada.
(VM): Sí, por eso cuando retomé la novela, esta también se retroalimentó con lo que estaba viendo, con la “estampita” para detener el mal, o cuando Barbosa, el gobernador de Puebla, dijo que a los pobres no les daba covid, porque era una enfermedad de ricos. En fin. Tengo para mí que la sensatez es un bien muy escaso, y que lo ha sido a lo largo de la historia. Los medievales por lo menos tenían la excusa de no haber visto un microscopio jamás, no tenían ni noción de lo que es una vacuna... Después de la caída del mundo clásico, sí sufrimos un retroceso en las cuestiones científicas, simple y sencillamente porque desaparecieron las bibliotecas y la gente dejó de saber escribir y leer. Este fenómeno está condensado en una frase de Edward Gibbon: lo llama “la pavorosa revolución”, que es el título de otro libro, de Frank William Walbank, sobre la auténtica oscuridad que cayó sobre Europa. No lo digo con desprecio por “los bárbaros”, se necesitaba también el empuje de esas personas porque efectivamente el Imperio romano ya no se podía sostener: había demasiada burocracia, era demasiado grande, la gente de las provincias no tenía nada que ver con el César… pero ¿dejar de leer y escribir?, ¿que la sociedad se volviera rural después de haber tenido centros urbanos importantísimos como Roma? Sí, fue un retroceso gravísimo. Ahora, el largo avance hacia el Renacimiento es algo que no podemos ver con claridad porque nosotros no somos teocéntricos. Lo que vemos ahorita es el resurgimiento de las formas más elementales de la religión, que son la magia y la superstición.
(MB): Tu personaje de Pedro, musulmán, observa a los cristianos y no puede creer que tengan tantas supersticiones, tantos santos…
(VM): Es que aun dentro del cristianismo medieval griego hubo problemas por estar adorando santos. En Bizancio hubo guerras por eso. Hubo una emperatriz que se metía con una bola de santitos de madera a su cuarto y mucha gente decía: “¿Pero cómo se pone a adorar a esos muñecos?”. Y entonces, claro, el musulmán no entiende…
(MB): Cuando fui a vacunarme contra el covid, delante de mí estaba una mujer con un niño Dios metido en una caja de zapatos, con la tapa abierta, y en problemas porque no podía llenar su registro sin cerrar la tapa de la caja, pero no podía hacer tal cosa porque el niño… ¡se iba a ahogar!
(VM): Sí, es tristísimo. Bueno, a mí me da entre ternura y tristeza. Este año andaban vistiendo niñitos Dios de huachicoleros… Y se ven cosas que hacen que uno reconozca el espíritu medieval, con sus contradicciones. Por ejemplo, los narcos que ponen cristos en sus rifles, o los muchachos de La virgen de los sicarios, que llevaban sus balas a bendecir… en contradicción flagrante con el primer mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Había y sigue habiendo una necesidad muy grande de creer, de hacer magia, de tener reliquias. Ahora, para reliquias tenemos el cadáver de Lenin, que está completo; el de Stalin, que estaba completo y lo enterraron; a Mao… El padre y el abuelo de Kim Jong-un están en un mausoleo gigante ahí en Corea del Norte. O sea, hay un montón de dictadores de izquierda que están embalsamados… La ingenuidad, entonces y ahora, también condujo a cosas horribles, espantosas.
(MB): Me gustó mucho cómo dialogan el presente y el pasado en tu libro; cómo metes al lector en la cabeza de toda una gama de personajes que hablan con Dios o consigo mismos, y que están encerrados en sus monólogos, en un encierro que me recuerda el aislamiento de nuestra pandemia. Aunque tus personajes recorren las calles, peregrinan, escapan, viajan, huyen de la peste o de sí mismos, están profundamente solos.
(VM): Es un libro muy triste. Fue un momento de mucha fragilidad existencial, mía y del entorno, y eso se refleja en la novela. El año antepasado tuve un accidente muy fuerte y me rompí la pierna. Estuve seis meses en cama, y cuando por fin pude caminar llegó el virus… Primero, no sé si recuerdes, nos dijeron que el covid no prosperaba en los climas cálidos, y eso me animó, pero cuando empecé a ver que no era cierto me asusté mucho. Luego pegó durísimo en Italia y fue entonces cuando comencé a reescribir el libro.
No digo que la ciencia lo sea todo: nuestras enfermedades espirituales no las cura la ciencia, pero lo científico es lo que te hace ver que todos somos iguales, que no hay tal cosa como la “raza superior”, que las enfermedades mentales son enfermedades importantes y no algo que se resuelva, como se dice en México, “echándole ganitas”.
(MB): ¿Pensaste que el covid podía llegar a tener la dimensión que tuvo la peste?
(VM): No, porque la ciencia ya había demostrado la importancia de lavarse las manos, de usar tapabocas… y no tardaron nada en secuenciar el virus. El virus es una entidad todavía muy misteriosa, pero nunca vamos a alcanzar el grado de vulnerabilidad de los medievales. Eso, a pesar de que hay presidentes en todo el mundo que no creen en la ciencia o, como aquí, que se ponen a acosar a los científicos y a acusarlos de malversación de fondos y de lavado de dinero, cuando verdaderamente si algo hace falta en México es ciencia.
(MB): Indignante…
(VM): Sí, porque si algo no les parecía debían haber revisado el reglamento, no acusar a un grupo de científicos de crímenes muy serios que hasta el día de hoy siguen sin ser probados, mientras el que los acusó tiene no sé cuántos coches de lujo. No comprendo. Y si bien la ciencia se ha equivocado algunas veces, es lo que tenemos para luchar contra las enfermedades. No digo que la ciencia lo sea todo: nuestras enfermedades espirituales no las cura la ciencia, pero lo científico es lo que te hace ver que todos somos iguales, que no hay tal cosa como la “raza superior”, que las enfermedades mentales son enfermedades importantes y no algo que se resuelva, como se dice en México, “echándole ganitas”. Y los movimientos anticientíficos, los antivacunas, sí han hecho que retrocedan las cosas.
(MB): Bueno, son responsables de muchas muertes.
(VM): Sí, y traen todo un discurso de que las compañías farmacéuticas son el diablo. Sí, por supuesto que los medicamentos son más caros de lo que podrían ser, pero los medicamentos curan; negarse a tomarlos, argüir que no sirven… Se ha muerto muchísima gente por no vacunarse contra el covid y todos tenemos algún conocido que no quiso vacunarse, entonces lo que falta es educación. Y sí, yo sí veo ese diálogo entre el presente y el pasado, incluso el pasado remoto, donde hubo conductas que me dejan pasmada. En la Atenas de Pericles hubo peste bubónica y se murió la gente más educada, la más inteligente, y todo porque querían ir a ver a sus amigos que estaban enfermos, porque no querían que los demás pensaran que eran poco solidarios y cobardes… Sabían que se iban a morir y se murieron muchísimos; se murió Pericles mismo, de peste. Así hay muchos otros ejemplos de conductas de locura que me llaman muchísimo la atención porque son extrañas, pero son humanas, son impulsos que podríamos tener todos, como decir: “A mí qué me importa morirme, yo voy a ver a fulano”…
(MB): Por eso es tan entrañable tu personaje de Guy, que se convierte casi en un santo o en un iluminado. Para mí es un héroe.
(VM): Un poco a contrapelo, ¿no? Yo más bien lo veo como un hombre cabal, alguien que se plantea qué sabe hacer, qué puede y debe hacer. Dicen que el destino del héroe es hacer lo que tiene que hacer, y él no tiene muchas opciones.
(MB): Podría no dejar de temblar, pero lo logra, aunque eso le lleve todo el libro.
(VM): Sí, es que a todos nos lleva todo el libro de nuestra vida.
Es que el amor romántico no lo es todo, el amor por el prójimo en general es muy emocionante, el amor por el mundo, por los animales, las plantas...
(MB): A mí me pareció heroico y además poco previsible. Uno se imagina que la narración va a ir por otro lado, que va a haber una historia de amor, por ejemplo…
(VM): Tengo ese defecto: en mis novelas casi no hay historias de amor. Sí las hay, pero de amor por el mundo, por la gente, por los hermanos… En Loba, una novela juvenil que escribí justo después de El cuarto jinete, la heroína se va a vivir al bosque con los animales y no quiere casarse y ser reina, y los adolescentes me reclamaban eso cuando comentábamos el libro. Yo les decía: “Es que el amor romántico no lo es todo, el amor por el prójimo en general es muy emocionante, el amor por el mundo, por los animales, las plantas, incluso las cosas inanimadas, es emocionantísimo”, pero me mandaban al diablo con mi argumento…
(MB): Pues es que para muchos es “el tema”.
(VM): Sí, pero esa herencia romántica es una maldición. Claro que el amor romántico es superimportante, pero habría que ponerlo junto a otros tipos de amor porque parece que, una vez que está en el centro, acaba con los demás. Y luego, si tienes hijos, ese amor acaba con el anterior, porque el rol femenino exige que los hijos estén por encima de todo. Se nos ha dicho: escoge, o eres buena en tu trabajo, o eres buena madre. En cambio, ni siquiera está en el horizonte de nuestros juicios criticar a un hombre porque ponga por encima su trabajo… Es “responsable”. Siempre habrá un adjetivo elogioso. Yo escribí un ensayo que decía que la literatura femenina se había salido de la cocina para meterse en la cama, a veces como un desvío hacia la cuna, y que habría que abrir la puerta de la casa, ¿no? Y es que durante un tiempo hubo una especie de invasión total de la narrativa femenina erótica, igual de esclavizante que la romántica: el corazón entregado o el cuerpo entregado, a uno o a mil, no importa. Leía a Catherine Millet y decía: “Ay, qué mujer más tediosa, no puede ser que todo su mundo sea esto”, y luego escribió ese de los celos que sufrió cuando su esposo se enamoró de alguien más. Híjole, qué barbaridad, haz de cuenta que estaba leyendo a Corín Tellado, y después de tanta orgía con la que nos aburriste… No, también existen otro tipo de experiencias amorosas: la amistad, el feminismo, la gente que lucha por los derechos de los animales. Hay un montón de causas que nos requieren. Entonces, pues yo no me centro en lo romántico, aunque estoy felizmente casada.
(MB): Quizá por eso no tienes esa obsesión por el “santo grial” del amor.
(VM): La tuve, de joven, y me voló el cerebro. Dejé de leer, me puse flaquísima, parecía una chiflada, entonces quedé un poco escaldada de ese amor enfermizo. Mi mamá creía en el amor romántico como la culminación no sólo de la vida emotiva de alguien, sino de la vida intelectual, pero a mí no me pareció que fuera correcta esa idea.
(MB): Hablemos de tu fascinación por los olores. Resulta notable cómo tus personajes están en contacto con lo que ven, con lo que tocan, pero sobre todo con lo que huelen. Y lo que más impresiona es imaginar lo que debió de ser vivir rodeados por el olor de la muerte, sobre todo si lo comparamos con la experiencia de esta pandemia, en la que hemos estado meses encerrados, viendo la muerte detrás de una pantalla… inodora.
Cuando supe que un síntoma del covid era la pérdida del olfato, me impresioné mucho y decidí que mis pobres personajes iban a olerlo todo y hasta inventé el pecado de olfato, cuando un personaje se va a confesar y dice: “He pecado con la nariz, porque me deleito en mis olores, hasta los más asquerosos”. Lo hice con toda deliberación porque un mundo inodoro me resulta horrendo.
(VM): ¡Sí!, ¿y sabes por qué lo agudicé?, porque el covid te quita el olfato, y me daba pavor eso, porque el olfato tiene que ver con la memoria. Para escribir este libro leí un montón de cosas sobre el olfato, sobre perfumes, sobre la nariz. Guy quiere mucho a Pedro porque Pedro huele bien, porque se lava cinco veces al día, y a Guy le atrae mucho ese olor. Entonces, cuando supe que un síntoma del covid era la pérdida del olfato, me impresioné mucho y decidí que mis pobres personajes iban a olerlo todo y hasta inventé el pecado de olfato, cuando un personaje se va a confesar y dice: “He pecado con la nariz, porque me deleito en mis olores, hasta los más asquerosos”. Lo hice con toda deliberación porque un mundo inodoro me resulta horrendo.
(MB): Sí, pero vivir con tanta intensidad los olores de la muerte... Eso también nos resulta inimaginable. Cualquiera que diga que todo tiempo pasado fue mejor, haría bien en leer tu libro.
(VM): Estoy segura de que ellos vivieron con más intensidad, pero la vida era cruel, brutal y corta. La gente ve ese mundo con una mirada romántica. Muchos romantizan la violencia, el heroísmo… No sólo del mundo medieval, sino del decimonónico, del revolucionario y del actual. Hay quien romantiza a personajes como Putin, un hombre de un machismo impresionante, de una gran crueldad y capacidad para la traición, que ha envenenado a periodistas. Y pensar que aquí en México hay gente que lo admira porque lo considera de izquierda… Si Putin es de izquierda yo soy una mística medieval. ¡Y lo excusan! Me parece increíble que pasan los siglos y seguimos en eso igual.
(MB): Con toda la libertad de pensamiento que parecen tener algunos de tus personajes, están inmersos en un mundo que los condiciona. ¿Te has preguntado cómo serías tú si hubieras nacido en esa época? ¿Qué de ti prevalecería?
(VM): Sí, cómo no. Me lo he preguntado, y estoy segura de que no prevalecería nada. Todo lo que soy me lo dio ser una hija del siglo XX y del siglo XXI. Una mujer que lee, una mujer que más o menos dice lo que piensa, que sale a la calle, que me pude rebelar ante ciertos decretos de mis padres, psicoanalizada… Cuando nací, mi mamá tuvo un ataque de preeclampsia: en la Edad Media no hubiéramos sobrevivido ninguna de las dos. O sea, soy una criatura completamente de este siglo y lo agradezco todos los días.