Ígor Stravinski, fotografía de Irving Penn, 1948.
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Música

Stravinski a 50 años de su partida

¿Cómo suena la música de Ígor Stravinski? ¿Por qué suena de maneras tan diferentes entre sí? ¿Cómo entender el siglo xx sin su visión revolucionaria en la música? Ricardo Gallardo, director artístico de Tambuco y uno de los percusionistas más importantes de México, reflexiona sobre la incidencia de las percusiones en la modernidad y la tradición de la obra del gran maestro ruso.


Por Ricardo Gallardo

En los últimos días de febrero de 2020, a unas semanas del inicio del encierro ocasionado por la crisis pandémica, me encontraba en París. Entre los compromisos que me llevaron allá, se cuentan la impartición de un curso de percusión así como una cita de trabajo para explorar las posibilidades de presentar un concierto del Ensamble Tambuco en la magnífica iglesia de Saint-Merri, ubicada en el barrio de Beaubourg, a un costado del famoso IRCAM (Instituto de Investigación y Coordinación Acústica/Música), fundado por Pierre Boulez, figura icónica en el desarrollo de la música francesa de concierto en la segunda mitad del siglo XX.

El IRCAM y la iglesia conforman una escuadra que delimita una de las plazas más singulares de París, cuya mayor parte alberga una fuente. El nombre de ambas: Igor-Stravinsky.[1] La fuente Igor-Stravinsky (también llamada Fuente de los autómatas) es de estructura rectangular y comprende dieciséis esculturas autómatas, realizadas por el artista cinético Jean Tinguely y la escultora Niki de Saint Phalle. Con movimientos activados de forma mecánica, incorporan accesorios como mangueras, ruedas y émbolos que proponen diversos juegos de agua y movimientos en círculo o en espiral. Todas evocan una atmósfera extravagante, casi circense, muy entretenida para quien las observa. Algunas esculturas son de color negro en contraste con el vivo colorido de otras.

Las esculturas representan composiciones de Stravinski o conceptos relacionados con su vida. Resaltan entre los personajes El pájaro de fuego, El ruiseñor, Ragtime, un pequeño elefante que nos remite a Circus Polka, la clave de sol y la clave de fa, prolongada como una espiral que gira y gira, el Corazón, La vida (cornucopia), La muerte y una boca con grandes labios (El amor), entre otros. Comisionó la obra la Alcaldía de París, siendo de Pierre Boulez la sugerencia de dedicarla al gran compositor ruso.

Al salir de mi cita en Saint-Merri, caminé hacia la plaza Stravinsky y me senté un rato al borde de la fuente para observar el espacio público en todo su conjunto, aunque también para mirar detenidamente sus elementos, tratando de recordar las composiciones que sugiere cada personaje.

En un juego de imaginación musical, intenté recrear las piezas que inspiraron cada escultura, todas sonando simultáneamente. Cuando miraba una escultura en particular, mi mente subía el volumen de la pieza asociada a esta, y lo bajaba cuando mi vista se dirigía hacia otra escultura, cuya música comenzaba entonces a crecer para disminuir a medida que mis ojos se dirigían a la escultura siguiente, y así sucesivamente. Un juego muy divertido.

Aunque se encontraba apagada (algo habitual en los meses de invierno), sus personajes no dejaron de inspirarme. Estuve muy entretenido con el ejercicio de imaginación musical, pero hubo algo más que me invitó a entrar en ese trance: el mural/esténcil titulado Chuuuttt!!!, realizado por Jean-François Perroy, mejor conocido como Jef Aérosol.

 

Nos pide guardar silencio, sugiriendo que ignoremos el ruido del céntrico París y nos sumerjamos en la escucha imaginaria de la música.

 

No es coincidencia que el mural se ubique justo en ese espacio. Se trata de un autorretrato, donde se aprecia el rostro de Aérosol, quien con el dedo índice levantado y puesto sobre sus labios, nos pide guardar silencio, sugiriendo que ignoremos el ruido del céntrico París y nos sumerjamos en la escucha imaginaria de la música que este lugar nos inspira.

La plaza suena para todos, pero especialmente nos resuena a los músicos, muy particularmente a aquellos que amamos a Stravinski. Por ello, en ocasión del aniversario cincuenta de su partida, le dedico estas líneas. Se trata del compositor que más me ha influido, como músico y como melómano incansable. Con la nueva visita a la fuente, las esculturas y el juego musical que me propusieron, me quedó claro que Stravinski nunca dejará de divertirme e inspirarme.

 

Vista del conjunto donde se encuentra la plaza Igor Stravinsky con sendos murales de Jef Aérosol (Chuuuttt!!!), Shepard Fairey (Obey Giant) e Invader (Space Invaders).

 

 

Vehículo universal

 

Hablar de Stravinski es hablar de un ser humano que nos ha otorgado la posibilidad de viajar en el tiempo. Vehículo universal, su obra nos transporta a cualquier lugar en cualquier época. El primer momento que nos invita a descubrir es el de un Stravinski joven y la fascinante vuelta de siglo que vivió entonces. Los ballets, los encuentros que le permitirían forjarse y transformarse. Sin él, es imposible comprender al siglo XX, su propuesta de cambio y su visión revolucionaria.

Parte de su fascinación reside en que por más cambios que experimentara su estilo, por más contrastes que nos hagan difícil la tarea de clasificarlo, siempre, pero siempre, nuestros oídos se encontrarán con Ígor. Siempre lo reconoceremos, sin importar la etiqueta. No importan su nacionalismo, su neoclasicismo o su serialismo. Siempre escucharemos a Stravinski, sea el estilo bajo el cual firme, o cuántas máscaras decida ponerse (fueron muchas); siempre reconoceremos a quien se encuentra detrás: Ígor Stravinski.

Una descripción que me gusta citar es la de Jonathan Cross, profesor de la Universidad de Oxford, quien comparó las máscaras estilísticas de Stravinski con las muñecas matrioshkas:

Tomemos la idea de la muñeca matrioshka: una muñeca escondida dentro de otra, pintada para que parezca una parte de la cultura popular que se remonta a un pasado lejano, profundo y oscuro de Rusia, pero de hecho, es un invento moderno. La idea fue tomada de Japón. La primera muñeca matrioshka de ese tipo fue hecha entre 1898 y 1899, justo al final del siglo XIX y parece ser una imagen perfecta para tratar de entender lo que Stravinski significó para el siglo XX, reinventando la idea de Rusia para una nueva era.

Anteriormente me referí a él como un vehículo universal que nos llevó a comprender la vuelta de siglo. No sólo nos enseñó a reconciliarnos con el pasado, sino que además nos mostró que el pasado puede ser de gran ayuda para comprender la música del presente. La música de Stravinski nos hizo mirar tanto al futuro como al pasado, pero primordialmente nos hizo reconocer su propia voz.

 

Sin Stravinski es imposible comprender al siglo X X , su propuesta de cambio y su visión revolucionaria.

Ígor Stravinski, fotografía de David Hume Kennerly, Portland, 1966. Universidad de Arizona.

 

 

Uno de los retos más grandes al intentar hablar sobre él es tratar de definirlo, tratar de explicar quién realmente es. Pudiéramos empezar diciendo que quizá sea el compositor más influyente del siglo XX, pero eso no explica su música. ¿Cómo suena su música? O de otro modo, ¿por qué suena de tantas formas diferentes?

Stravinski escribió Le Sacre du printemps (La consagración de la primavera) en 1913. Fue el ballet que, de acuerdo con Tom Service, “volteó de cabeza al mundo musical y lanzó ondas expansivas que reventaron los sismógrafos de muchos compositores, quienes todavía hoy continúan recuperándose del impacto”. Ese mismo compositor escribió Movements (1959), para piano y orquesta, o Agon (1954), con técnicas serialistas de composición que establecen una organización de las doce notas y otros elementos musicales sujetos a parámetros muy estrictos. Fue también quien escribió Pulcinella (1920), ballet basado en manuscritos de compositores barrocos, y quien, asimismo, escribió la ópera The Rake’s Progress (1951) y Octet (1923), en estilo neoclásico. Por si fuera poco, también lo encontramos incursionando en ritmos populares como el jazz, ragtime, danzas árabes, vals, tango, etcétera.

 

Es el único compositor que me ha enseñado a mirar con entusiasmo hacia el futuro de la música y a descubrir con la misma fascinación la música del pasado.

Stravinski innovó al convertir a las percusiones en el corazón de la orquesta. En concierto, Tambuco, ensamble que interpreta música contemporánea, del cual es director Ricardo Gallardo, utiliza esta instrumentación percusiva. Crédito: Arte & Cultura del Centro Ricardo B. Salinas Pliego/Juan Mario Oronoz.

 

Ante tantos y tan diversos modos de expresión, ante una obra tan vasta como contrastante, ¿quién es entonces Stravinski? Intentaré responder a título personal. Muchos no comprendieron sus tentativas para encontrar nuevos idiomas y lenguajes para la música del siglo XX. Creyeron que la búsqueda que emprendió en formas antiguas era sinónimo de complacencia, de un agotamiento de su propia inspiración. Para mí, es el único compositor que me ha enseñado a mirar con entusiasmo hacia el futuro de la música y al mismo tiempo, a descubrir con la misma fascinación la música del pasado.

 

Stravinski y las percusiones

 

Sobra decir que, como percusionista, he disfrutado la importancia que Stravinski confirió a los instrumentos de percusión, de manera tan progresiva como absoluta. Su escritura para esta familia instrumental estimuló el aprendizaje y la incorporación de nuevas técnicas de ejecución en los recursos que los percusionistas dominan actualmente. A partir de procedimientos tradicionales, usados primordialmente en instrumentos de percusión orquestales, en sus partituras plasmó claramente su interés en el color, la fuerza y el protagonismo de la percusión.

En sus composiciones para los Ballets Rusos de Serguéi Diáguilev, el uso de las percusiones en la orquestación nunca fue convencional. Así, a partir de L’Oiseau de feu (1910), podemos observar una nutrida sección de cinco percusionistas y celesta dedicada, básicamente, a colorear esta partitura exquisita, que en lo personal, tiendo a clasificar, si se me permite, como ejemplo de “impresionismo ruso”. Es notable aquí la utilización de técnicas de ejecución, frutos de una intensa exploración, a fin de obtener resultados colorísticos originales y sumamente efectivos. En L’Oiseau de feu destacan la aplicación de los glissandi en el xilófono con fines dramáticos, así como del bombo o gran cassa o en el heroico finale, que literalmente parte a la orquesta en dos.

Podemos transitar progresivamente por cada una de las partituras en las que Stravinski utilizó a los instrumentos de percusión con una maestría y originalidad como muy pocos, poquísimos compositores anteriores lo habían hecho. Los recursos expresivos y colorísticos que ensayó en las percusiones con L’Oiseau de feu los reafirmó al año siguiente en Petrushka (1911). Aquí, tanto el protagonismo dramático como la efectividad de las percusiones es total, al grado de que el levantamiento del telón al principio de cada acto se acompaña de un motivo de tambor, con lo que se recupera el nivel de dramatismo acumulado en el acto precedente. ¡Una idea brillante!

 

Nada de lo que intente plasmar podrá describir la gran fuerza dramática, colorística y anímica que representa escuchar y tocar Le Sacre du printemps.

 

Los aciertos de la escritura para instrumentos de percusión en L’Oiseau de feu y Petrushka se verían recompensados con la creación del gran monstruo que estaba por nacer: el estreno de Le Sacre du printemps, en 1913. Absolutamente nada de lo que intente plasmar aquí podrá describir la gran fuerza dramática, colorística y anímica que representa escuchar y tocar Le Sacre du printemps, ballet dedicado a la vida, la glorificación y la ritualización de la fertilidad de la naturaleza, de la juventud, de la sabiduría anciana, de la tierra y sus ciclos vitales. La percusión adquiere un papel fundamental, no sólo protagónico; se convierte en el ADN mismo de la partitura.

La vida en el universo se manifiesta a través de pulsaciones: pulsaciones en los cuerpos celestes, pulso en nuestros corazones, pulso en las mareas, las estaciones, ciclos de nacimiento, sacrificio y muerte. La música de Le Sacre reinterpreta el pulso de la tierra por el ritmo y lo hace audible mediante los instrumentos de percusión. Stravinski entendió esta relación, nos la compartió y nos brindó la oportunidad de trasmitirla a través de los sonidos percutivos y de la utilización de la orquesta como si fuera un gran instrumento de percusión.

 

Ígor Stravinski, collage de Carl Köhler, circa 1990. Archivo Carl Köhler.

 

 

Tradición vs. modernidad

 

Stravinski siempre ha modelado la reconciliación entre la música tradicional y la música contemporánea. Para lograr este objetivo eligió los instrumentos de percusión como catalizadores naturales, aprovechando su gran carga étnica, su lenguaje directo de carácter popular y sonido desnudo, que, además de llegar al oído, impacta también a las vísceras de quien escucha.

 

Entre bastidores. Ígor Stravinski detrás del escenario. Fotografía de Marvin Koner. Archivo Marvin Koner.

 

Les Noces

 

Menos conocida, otra creación seminal Les Noces (Las bodas, 1913-1917), escrita casi a la par de Le Sacre y que, igualmente, implica melodías tradicionales recopiladas por Pyotr Kireevsky. Al escucharla, comprenderemos la decisión del compositor de convertir la percusión en el corazón de tal obra.

Les Noces tuvo cambios drásticos de orquestación. Originalmente, Stravinski había pensado en una orquesta sinfónica con dimensiones similares a la de Le Sacre. Posteriormente, consideró utilizar pianolas. Finalmente, la versión más conocida tiene la siguiente dotación: soprano, mesosoprano, tenor y bajo como solistas; seis percusionistas y cuatro pianos. Stravinski siempre revisó y trabajó en otras versiones. Les Noces no es la excepción. De ahí que haya una versión posterior, algo exótica, con címbalos húngaros, pianola y alientos.

 

A pesar de su gran actividad creativa, en 1918, la vida de Ígor estaba lejos de ser perfecta. Sufrió numerosas pérdidas personales y económicamente luchaba por mantenerse a flote.

 

L’Histoire du soldat

 

El origen y desarrollo del concepto de percusionista solista múltiple o multipercusionista, su grado de sofisticación y su expresión idiomática, se deben en gran medida a otra pieza magistral de Stravinski: L’Histoire du soldat (1917). Su anécdota nos remite a una circunstancia que nos sonará familiar. A pesar de su gran actividad creativa, en 1918, la vida de Ígor estaba lejos de ser perfecta. Sufrió numerosas pérdidas personales (incluida la muerte de su hermano), y económicamente luchaba por mantenerse a flote. De tal situación, nació la idea de un drama de cámara con sólo un puñado de artistas para que fuera redituable. Sin embargo, pese al considerable respaldo económico de un mecenas que financió el estreno, la gira se canceló debido a la pandemia de gripe española de 1918. ¿Suena familiar?

La trama, de corte fáustico, cuenta la historia de un joven soldado que hace un pacto con el diablo, quien eventualmente terminará derrotándolo y apoderándose de su alma. Claro ejemplo de su gran oficio creativo y talento camaleónico para impregnar su firma con diversos géneros musicales populares, como el jazz, tango, vals, ragtime, ritmos del norte de África, marchas militares, etcétera, la obra patentiza la gran apertura del compositor para reconocer la importancia y validez de todas las manifestaciones musicales.

 

Es gracias a la genialidad del compositor que las artes percusivas han alcanzado la relevancia que hoy disfrutan.

 

Percusión múltiple

 

A partir de Stravinski, la técnica, las habilidades y destrezas del percusionista marcarían el inicio de un camino interpretativo cuyo desarrollo continúa hasta el presente. La carrera y el repertorio del percusionista en el contexto de la música de concierto es muy joven, algo contradictorio si pensamos que entre los instrumentos más antiguos de la humanidad se encuentran los de percusión. Es gracias a la genialidad del compositor que las artes percusivas han alcanzado la relevancia que hoy disfrutan.

A cincuenta años de su partida, asomarnos a la obra de Stravinski es asomarnos a la vida de un compositor que nos ha enseñado a mirar con entusiasmo la cualidad de la música, su futuro, y descubrir con la misma fascinación la música del pasado.

Gracias a él descubrí, siendo estudiante, a Béla Bartók o a Witold Lutosławski. Es gracias a Stravinski que me acerqué al minimalismo, pero también es gracias a él que me encontré con Pergolesi, reafirmé mi amor por Bach y hasta me reconcilié con el mismísimo Mozart.

Agradezco a Stravinski que me haya otorgado la oportunidad de comprender la libertad en el sentido más contemporáneo de la palabra, más cercano a mi tiempo y a la comprensión de la música, muy diferente a aquella libertad que aprendí cuando descubrí al Beethoven revolucionario de la Tercera sinfonía. Stravinski logró que la música explotara en todas direcciones.

Ninguna música actual, ni el rock, ni la música para cine, ni la música sinfónica, pudo librarse de la influencia tan nutritiva que Ígor Stravinski ejerció en ellas. En mi caso, conocer su música influyó definitivamente en la decisión de dedicar mi vida al universo de los instrumentos de percusión.

 

Ígor Stravinski feliz. Archivo Getty.

 

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“Nos pide guardar silencio, sugiriendo que ignoremos el ruido del céntrico París y nos sumerjamos en la escucha imaginaria de la música”.

“Sin Stravinski es imposible comprender al siglo XX, su propuesta de cambio y su visión revolucionaria”.

“Es el único compositor que me ha enseñado a mirar con entusiasmo hacia el futuro de la música y a descubrir con la misma fascinación la música del pasado”.

“Nada de lo que intente plasmar aquí podrá describir la gran fuerza dramática, colorística y anímica que representa escuchar y tocar Le Sacre du printemps”.

“A pesar de su gran actividad creativa, en 1918, la vida de Ígor estaba lejos de ser perfecta. Sufrió numerosas pérdidas personales y económicamente luchaba por mantenerse a flote”.

"Es gracias a la genialidad del compositor que las artes percusivas han alcanzado la relevancia que hoy disfrutan”.



[1] Hemos dejado el nombre de la plaza y la fuente como corresponde a la grafía francesa; para menciones al músico específicamente, hemos unificado el criterio aplicado en los otros artículos de este número escribiendo el nombre castellanizado: Ígor Stravinski. (N. de la R.)

 



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